Miércoles 24 de setiembre de 2003

Cómo es que llegamos a la adopción

En su libro "Reflexiones de una mamá adoptante", Susana Dulcich se refiere a la reacción bastante común que tiene la gente hacia los padres que adoptan.

Al que nos felicita por nuestro gran corazón, podríamos decirle que quienes decidimos recorrer el camino de la adopción, deseamos simplemente tener un hijo. Nadie, más que los que no nos comprenden en absoluto, pueden suponer que realizamos una obra de bien, puesto que nuestra necesidad de ser padres es tanta como la del niño de tenerlos.

Todos los que hemos ansiado alguna vez un hijo sin ser realizado nuestro anhelo sabemos la angustia, el dolor, la frustración, la desesperanza, que esa imposibilidad nos hizo sentir. Solamente quien no pasó por esa experiencia puede suponer que somos ángeles bienhechores.

En realidad, partimos de la necesidad de satisfacer un deseo profundo, enorme, hasta ahora frustrado: ser papás. Sentimos que tenemos una gran capacidad de amor que todavía no pudo depositarse en un hijo, que necesitamos como casi todos los seres humanos proyectarnos en alguien, que queremos sentirnos completos dando y recibiendo el amor de un hijo, y esa falta nos llena de dolor.

Encontrar el camino de la adopción nos hace felices, colmando y saciando el deseo inmenso de ser padres. Nada más falso entonces, ni más agresivo para un papá adoptante, que alguien suponga que su pequeño es un pobre chico con el cual hizo una buena obra. En el mismo error incurren por otra parte cuando suponen desnaturalizada a la mujer que entrega a su chiquito sin comprender en absoluto -probablemente ni lo intenten- las circunstancias en las que esto sucede.

Para algunos aparecemos en el otro extremo del esquema, como arrebatadores. Ya sea porque suponen a la adopción parte del despojo a que se ven sometidos los sectores más empobrecidos o marginados, o porque se ve a los adoptantes -en su mayoría parejas que no han podido engendrar- como portadoras de un considerable grado de frustración, envidia y bajo concepto de sí mismos. Se los considera entonces capaces de actitudes egoístas y hasta inhumanas en su intento por aliviar el dolor y el sentimiento de inferioridad que supuestamete deviene de su infertilidad: interesados en conseguir un hijo de cualquier manera.

No puedo decir que estos supuestos no contengan verdades: indudablemente describen una parte de la realidad. Esas personas existen, y esas cosas suceden, como "las intermediarias". Pero el planteo se vuelve falso, injusto e inaceptable si se pretende trasladarlo a la generalidad de las situaciones de adopción. Como hecho humano, ésta no despoja a nadie de sus hijos, y los adoptantes no somos egoístas ni frustrados como suele verse en tantas novelas o series televisivas. Claro que hay personas así, y también hay mentalidades y formas de actuar, capaces de convertir a la adopción en un despojo.

Su existencia no invalida la bella experiencia que viven miles y miles de familias por adopción en la legalidad. La realidad cálida, reparadora, imprescindible, que significa adoptarse mutuamente padres e hijos.

Como institución, la adopción es seguramente mejorable, tanto desde el punto de vista formal y lega, como del humano. Pero no caigamos en el error de cuestionar a todos porque algunos se equivoquen, o actúen como no debieran hacerlo. Así como existen inescrupulosos o egoístas entre quienes desean un hijo, o profesionales y funcionarios que en lugar de cumplir con su tarea, hacen su negocio, existimos muchos, muchísimos, que la transitamos como un camino solidario, que no queremos ni podríamos, llegar a la paternidad de cualquier manera, sino sólo de una, la que está enmarcada en la legalidad, en la verdad, en una conducta ética, en el respeto y la consideración hacia los demás.

¿Y qué pasa, mientras tanto, con nuestros hijos? Los abandonos existen en todos los sectores sociales. Y la desidia, la indiferencia y el desinterés total son hechos comprobables cotidianamente, que no están circunscriptos a un determinado nivel económico o grupo social. Para los chicos que los sufren, el integrarse a una familia a través de la adopción, les significará recibir todo el cariño y la atención que necesitan; así como para muchos será también la posibilidad certera de reparar un pasado difícil.

Susana Dulcich
hijoshoy@hotmail.com

 

Extraído con su autorización del libro "Reflexiones de una madre adoptante" (Editorial Los cuatro vientos, Buenos Aires)

Copyright Río Negro Online - All rights reserved
Tapa || Economía | Políticas | Regionales | Sociedad | Deportes | Cultura || Todos los títulos | Breves ||
Ediciones anteriores | Editorial | Artículos | Cartas de lectores || El tiempo | Clasificados | Turismo | Mapa del sitio
Escríbanos || Patagonia Jurásica | Cocina | Guía del ocio | Informática | El Económico | Educación