Domingo 28 de setiembre de 2003

Domingo de urnas

El ruido de la máquina excavadora sólo es disimulable en el agitado tránsito del atardecer. Las uñas de acero se meten en la carne de la que alguna vez fue casa de familia, mercado, mercería, pensión y chocolatería.

Las paredes caen, y un camión hace maniobras en plena avenida San Martín para llevarse 75 años de historia convertidos en escombros. Un comprador venido de otros lares adquirió la casona, para darle nuevos aires, usos y formas.

En la demolición de San Martín al 800, en pleno corazón de San Martín de los Andes, acaso se encuentra la parábola de uno de los desafíos de este domingo de urnas. Por cierto, excede con mucho los cuatro años que tendrá por delante quien gane el derecho a la torre del reloj.

Que las cloacas; que el pavimento; que el tránsito; que el nuevo hospital; que la acción social, el turismo y la cultura; que el crecimiento desordenado; que la basura donde no debería estar; que las tasas; que la concesión de servicios.

Ninguno de estos asuntos por resolver tiene el porte del que quizá es el más intrincado, porque no se ve. Está en el ánimo, no en los presupuestos.

Es esa transformación vacía de pertenencia, multiplicada al ritmo de una ciudad que recibe a diario a familias en busca de conchabo o negocios. Es también la sensación de identidad mutilada; de larvada disputa entre "nacidos y criados" y "venidos y quedados".

Los unos, porque al tiempo que se les desfigura el pueblo que los prohijó, ven cómo crecen los que pujan por negocios ya sobreofertados, que ellos aprendieron de padres y abuelos. Los otros -muchos-, porque sienten que nada les obliga a pagar "derecho de piso". Sobre todo, si tienen una buena billetera.

En muchos sentidos, es una divisoria de aguas tan absurda como real. Siempre lo fue, tratándose la Argentina de un país hecho de oleadas inmigratorias. Si se repasan los apellidos pioneros se verá que los hay de todos los mares. Ellos también fueron "venidos y quedados". Eso sí, cuando estaba todo por hacer.

Pero en tiempos de "postmodernidad" otras son las complejidades, muy distintas de aquel "país de las manzanas" silvestres, a orillas del Lácar.

La escala de San Martín ha dejado de pertenecer al rango de las "aldeas" de montaña. Es una ciudad que no acierta a vislumbrar su propio límite, a pesar de estar encajonada entre cerros.

Es centro de atracción para los asqueados de megaciudades con megaproblemas, y para los que gozan de alguna renta e invierten en cabañas. Muchos de ellos ni siquiera conocen el negocio de la hotelería.

No importa que San Martín tenga valores relativos del metro cuadrado de tierra que la ubican entre los sitios más caros del país; ni que se siga construyendo sobre mallines, ni que las casas se inmiscuyan en los bosques.

No importa que el motor económico de la ciudad exhiba modestos índices anuales de ocupación a lo largo de una década, porque el turismo no logra romper el cepo estacional. No importa que, en consecuencia, la curva del empleo muestre profundas crestas y depresiones.

No importa. Si algo deberíamos saber a estas alturas, es que el sol no puede taparse con las manos. ¿Pero conviene cruzarse de brazos? El sol quema.

Encontrar consenso allí donde hay intereses contrapuestos; hallar un modelo de ciudad sustentable, capaz de ordenar su propio desborde; recrear una identidad firme y compartida; promover una distribución de cargas y beneficios más justa, no es tarea sencilla.

Pero acaso es la gran e impostergable tarea. Para los que ganen. Para los que pierdan. Y para los que voten.

 

Fernando Bravo

rionegro@smandes.com.ar

 

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