Martes 30 de setiembre de 2003
 

Afganistán encabeza la
producción mundial de heroína

 

Por Eduardo Basz

  A pesar de los millones que Gran Bretaña ha destinado a intentar aplastar la producción de drogas en Afganistán, el negocio se está recobrando en este país devastado por la guerra, y casi toda la heroína que se vende en Londres sigue siendo de origen afgano.
Las plantas de adormidera están brotando desde las llanuras a las montañas de Afganistán en cantidades muy superiores a las del último año del régimen talibán, derrocado por los Estados Unidos y Gran Bretaña con la promesa de que ello supondría el fin del comercio de estupefacientes en la zona. El opio -la planta de la que se extrae la heroína- se cultiva en granjas situadas a pocos kilómetros de Kabul, la capital del país, donde se encuentra la sede de las agencias internacionales dedicadas a acabar con el tráfico de heroína y reconstruir el país.
Los afganos afirman que se están usando bolsas de heroína como moneda en algunas zonas del campo donde, más de dos años después de la caída del régimen talibán, el gobierno provisional de Hamid Karzai, respaldado por los Estados Unidos, ha sido incapaz de imponer el orden. Tras la guerra, Gran Bretaña asumió la responsabilidad de coordinar los esfuerzos internacionales para acabar con el comercio del opio en Afganistán. Para ello, destinó más de 70 millones de libras esterlinas a un proyecto de tres años cuya misión consiste en erradicar la producción de adormidera proporcionando a los campesinos afganos medios de vida alternativos y ofreciendo formación a la policía, un cuerpo integrado por miembros tan novatos como escasos. Este sombrío panorama, no obstante, indica que sus esfuerzos por el momento no han dado los resultados esperados.
El servicio de aduanas británico, que cuenta con personal e instalaciones en Kabul, reconoce que el 95% de la heroína a la venta en las calles londinenses procede de Afganistán. Este hecho ha llevado a George Osborne, un parlamentario tory que forma parte del Public Accounts Committee (Comisión de auditoría pública británica, N. de la T.) a solicitar una investigación sobre la gestión de los fondos.
Osborne teme que los señores de la guerra de la zona se hayan embolsado gran parte de dichos fondos, y desea que la National Audit Office, el ente encargado de supervisar el gasto público británico, se aboque a realizar el estudio.
Los datos publicados por la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito indican que el cultivo de adormidera en Afganistán se ha multiplicado por 9 desde el último año de poder talibán. El floreciente negocio del opio contradice uno de los principales motivos esgrimidos por el gobierno británico para aliarse con los Estados Unidos en la guerra contra Afganistán.
En octubre del 2001, apenas unos días antes del inicio de esta guerra, Tony Blair manifestó en una conferencia ante el Partido Laborista que “el mayor alijo de drogas del mundo se encuentra en Afganistán, controlado por los talibanes”. Señaló también que el 90% de la heroína en las calles de Londres era de procedencia afgana. “Las armas que los talibanes están comprando hoy se están pagando con las vidas de los jóvenes que compran sus drogas en las calles británicas”. El primer ministro repitió este argumento una semana más tarde, ante la Cámara de los Comunes, al anunciar que la campaña militar había empezado e informar a los parlamentarios que el régimen talibán “se financia en gran medida mediante el comercio de las drogas”.
El cultivo de opio alcanzó su apogeo en 1999, año en que las plantaciones de adormidera ascendieron a las 91.000 hectáreas, con la complicidad o con el apoyo de los talibanes, a los que se acusó de usar parte de los beneficios para adquirir armas. El año siguiente, el régimen talibán respondió a la presión internacional reduciendo su cosecha. Aunque nunca dejó de permitir su comercio, el régimen prohibió el cultivo de adormidera tildándolo de “antiislámico” y, con ello, la producción se redujo en un 94%. En el 2001, la adormidera sólo crecía en unas 7.600 hectáreas.
Un año más tarde, en el 2002, después de que las tropas británicas derrocaran a los talibanes e instauraran el gobierno provisional de Hamid Karzai, la extensión cultivada volvió a aumentar a 74.100 hectáreas, con lo que Afganistán superó a Birmania y pasó a convertirse, una vez más, en el mayor productor mundial de opio.
Uno de los motivos por los que los trabajadores humanitarios fueron incapaces de convencer a los campesinos afganos de que cambien sus cultivos parece radicar en el constante drama de la seguridad en el país, problema exacerbado por el bajo índice de reclutamiento del ejército y la policía nacionales.
La administración Karzai ha intentado ofrecer dinero en metálico a los campesinos como compensación para que no cultiven opio. No obstante, estas sumas -1.850 libras esterlinas por aproximadamente 40 hectáreas- son muy inferiores a los posibles beneficios obtenibles con el negocio de la adormidera.
Hay pocos indicios que apunten a una mejora de la situación de la seguridad. Las bases estadounidenses y las fuerzas gubernamentales afganas se ven atacadas casi a diario. Los ataques también han afectado a algunos trabajadores humanitarios extranjeros. Hace un par de semanas, por ejemplo, cuatro ciudadanos alemanes trabajando para el mantenimiento de la paz murieron a consecuencia de la acción de un kamikaze.
Mike O’Brien, el secretario de Estado del Ministerio de Asuntos Exteriores británico, admitió que “la seguridad en Afganistán sigue siendo motivo de gran preocupación”. Una portavoz de asuntos exteriores declaró que no existía una “solución inmediata” al problema de la producción de drogas en Afganistán. No obstante, también señaló que Gran Bretaña está participando en un programa “muy ambicioso” de lucha contra los estupefacientes, “sobre todo si se tiene en cuenta la falta de infraestructura gubernamental en amplias zonas del país fuera de Kabul”.
     
     
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