Martes 30 de setiembre de 2003
 

“The bank”

 

Por Mario Alvarez

  La última película del director Robert Connolly, “The bank” (El juego de la banca), pone al desnudo el terrible papel que puede jugar, cuando se lo propone, una institución bancaria alejada de las necesidades cotidianas de la gente, manipulando el mercado financiero, disponiendo a su antojo la oscilación del porcentaje de interés conforme necesiten ajustar sus propias tasas de ganancia. En algún momento de la película, el presidente del banco en cuestión (norteamericano, en este caso) desnuda sin tapujos su poder, diciendo: “...podemos tomar todo lo que hemos financiado, cuando querramos... Es la fuerza del mercado”. Nos guste o no, es rigurosamente cierto. Bastará un pase mágico, una pequeña “respuesta nerviosa del mercado” previamente inducida, para que la cuota de un préstamo hipotecario aumente, tornándose impagable, sin que esa circunstancia pueda ser previamente controlada por el usuario.
No ha transcurrido tanto tiempo desde que los bancos se beneficiaran con la inmovilización y posterior confiscación de los ahorros de los argentinos, por valores cercanos a los 45.000 millones de dólares, a partir del tristemente célebre “corralito” instrumentado en noviembre del 2001 durante la “era Cavallo”, para contener una violenta huida de los depositantes y evitar -entre otras razones- la caída -precisamente- de algunos bancos. Fue ayer nomás que se devaluó violentamente nuestra moneda, pesificándose los depósitos y los créditos; licuando los pasivos de grandes grupos económicos. Esto les aseguró a los bancos la libre disponibilidad de las divisas confiscadas a los ahorristas, para después transferirlas al extranjero, engrosando proporcionalmente la deuda del Estado nacional. Para la misma época (decreto 494/02) se estableció un seguro de cambio para que los bancos compraran a 1,40 pesos los dólares que debían al exterior, con un costo operativo de aproximadamente 11.500 millones de dólares. Lo dicho, sin olvidar la compensación que les fue concedida por la “asimetría” entre los tipos de cambio de 1,40 y 1 impuestos por la devaluación, con un costo de 10.000 millones de pesos, más los redescuentos otorgados a esas mismas instituciones por unos 17.000 millones de pesos, según los informes del Banco Central del 18/9/02.
En síntesis: durante estos últimos años, los bancos han actuado como verdaderas bombas de succión de ganancias; fueron subvencionados con generosidad en épocas recesivas, al tiempo que obtuvieron beneficios extraordinarios en los períodos de auge.
Pero todos aquellos años no han pasado en vano. Por el contrario, el país quedó sumido en una profunda descomposición moral, institucional, política y económica, que impone, con urgencia, un acuerdo programático amplio y generoso de todos los sectores nacionales que estén dispuestos a rescatar a la Argentina de la peor de sus crisis.
En lo que atañe a los sectores productivos de nuestra economía, el Banco de la Nación Argentina tiene en sus manos la posibilidad de atender la impresionante morosidad que exhiben las distintas economías regionales, incluyendo a las pymes en ellas instaladas, respetando -obviamente- las características que le son propias por lógicas razones de estacionalidad, como ocurre, por ej., con la fruticultura.
Es cierto. Entre los morosos hay que separar la paja del trigo, recorriendo la historia misma de sus créditos, para beneficiarlos o no con una nueva refinanciación. Pero al mismo tiempo no hay que olvidar que los abultados saldos deudores que hoy exhiben, fueron creciendo ininterrumpidamente con el paso de los años (y muy especialmente en la última década), ya que al no poder atender en tiempo y forma los compromisos asumidos (por una helada extemporánea; un granizo demoledor o un precio final que ni siquiera cubre los costos de producción, por dar solamente algunos ejemplos), los chacareros tuvieron que aceptar inevitables e impagables refinanciaciones, comprometiendo, una y otra vez, un exhausto patrimonio personal, con lo cual no sólo no se solucionó el problema, sino que colocó al deudor en un estado de cautividad tal frente al banco que -hoy por hoy- frena cualquier posibilidad seria de crecimiento. Basta con señalar que en la mayoría de los casos, el monto supuestamente adeudado supera largamente el valor de mercado de las propiedades hipotecadas, las que además exhiben una capacidad productiva en extremo acotada, llevada casi al límite mismo de sus posibilidades, con lo cual se hace muy difícil proyectar un “flujo de fondos”, (tal como lo exige el BNA) 8 ó 10 años hacia adelante, que permita avizorar la capacidad necesaria para acometer con cierto optimismo un nuevo “plan de pagos”.
No alcanza este espacio para analizar el modo utilizado por el banco para repotenciar la deuda de sus clientes morosos, pero todos sabemos que se estructura sobre la base de un capital “base”, al que se le aplican intereses (moratorios, compensatorios y punitorios + IVA + CER + otros ítems menores), que una vez capitalizados “enriquecen” el capital original. Se llega así, invariablemente, a una primera refinanciación, lo que implica cuotas más elevadas en un mercado cada vez más deprimido.
Transcurrido un cierto tiempo sin que puedan ser atendidos los servicios mensuales reprogramados por algunas de las razones señaladas, se cae en mora nuevamente. De nuevo el cálculo de intereses, montos actualizados a través del mecanismo antedicho y la necesidad de volver a refinanciar...una y otra vez.
Así es como se llega al final de un sendero cada vez más estrecho, a través del cual no se puede seguir avanzando, ya que la obligación inicialmente contraída con el banco se ha ido multiplicando a partir de una loca alquimia de intereses + IVA + índices de reajuste, hasta alcanzar cifras astronómicas, absorbiendo -varias veces- la capacidad crediticia de los productores locales, los que -salvo excepciones- viven exclusivamente de lo producido por su chacra.
Así las cosas, y admitiendo (obviamente) diferentes características para cada uno de los casos particulares, lo cierto es que el Banco de la Nación Argentina (y los otros también, por supuesto) tiene dos opciones claramente contrapuestas: ponerse del lado de los chacareros honestos, aceptando reprogramar sus deudas aplicando una “lógica productiva” que les permita seguir trabajando su chacra sin tener la cabeza puesta exclusivamente en la deuda que los agobia; o razonar como aquel oscuro personaje de “The bank”, presionando a través de extorsivas tasas de interés que sólo conseguirán -ejecución hipotecaria mediante- que las tierras de muchas antiguas familias productoras cambien definitivamente de dueño... a precio de remate.
     
     
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