Sábado 27 de setiembre de 2003
 

Qué les pasa a los partidos políticos

 

Por Luis Enrique Malacrida (*)

  Para que las ideas tengan séquito y triunfen es preciso que se encarnen en un hombre o en muchos, o mejor en un partido. Y nosotros debemos obrar en ese sentido”. Carta de Esteban Echeverría a Juan Bautista Alberdi el 18 de julio de 1844.
Es grave lo que les está ocurriendo a los partidos políticos en nuestro país. Todos, en más o menos escala, y por diversas circunstancias se encuentran con ciertas dificultades internas.
La pregunta no es ociosa: ¿qué pasa en los partidos políticos? Como una consecuencia, y posiblemente también como una causa, estamos presenciando, simultáneamente, el descrédito de los partidos ante la opinión pública.
Salvar la democracia en nuestro país pasa hoy por una reconversión de los partidos políticos, para que cumplan efectivamente su papel en la vida democrática y no favorezcan actitudes golpistas.
El tema es, por tanto, lo suficientemente importante y prioritario como para que se le preste más atención de la que normalmente se le concede. Y merece la pena que nos detengamos, siquiera sea someramente, sobre la índole de esta reconversión que los partidos urgentemente necesitan.
Porque, ¿en qué han fallado los partidos políticos? Esquematizando, en un afán de clarificación política, observemos en cuatro grandes apartados.
a) Los partidos se desideologizaron, les faltó elaboración teórica, se han desprendido del componente utópico.
b) Se han desinteresado de su base social y convertido en aparatos burocráticos de poder, y éstos, en luchas de camarillas por controlarlos.
c) Se han limitado casi exclusivamente a la vida institucional, despreciando otras actividades sociales que son imprescindibles.
d) No ha funcionado en ellos la necesaria democracia interna.

Correcciones a los fallos

Al partido hay que considerarlo como vehículo de una teoría. El es el lugar de fusión entre la teoría y el movimiento autónomo y espontáneo de las masas. Si no tiene teoría, se convierte en una máquina de poder institucional o en un aparato de captar votos, y no en instrumento de transformación del país. Habrá pues que reideologizar a los partidos políticos. En tanto no tengan bien elaborada su teoría -lo que pretenden, adónde caminan, cuáles son sus objetivos últimos y de qué medios han de valerse- no puede definirse como tal. Es decir, si no sabe exactamente cuáles son sus fines y por qué medios pretende conseguirlos: si no cuenta con una estrategia y una táctica que estén perfectamente claras y bien elaboradas, jamás podrá hablarse de que existe un partido, por lo menos de izquierda.
Por otra parte, en toda estrategia hacia un nuevo modelo de sociedad es fundamental que el fin no sea pervertido por los medios. Hay un trecho estrechísimo entre el procedimiento con que se pretenden y los resultados obtenidos. En última instancia, lo que el partido debe captar son los fines u objetivos que cada sociedad a sí misma debe imponerse.
De aquí el componente utópico -por no decir mesiánico- que todo partido de izquierda debe tener. Es como una profecía política, una denuncia crítica, como preámbulo para aquel nuevo modelo de sociedad al que debe aspirar. No un utopismo abstracto, idealista, sino concreto y bien anclado en las realidades cotidianas que tenemos delante. Porque como se ha señalado, el propósito de eliminar la utopía lleva inevitablemente al conservadurismo.
Es fundamental, para todo partido, que se vincule verdaderamente con su base social, intente formar parte de ella y pueda sentirse solidario con sus aspiraciones. En cuanto se margina de esa base social, origina un sectarismo absolutamente ineficaz y manipulador de sectores sociales. O bien se reduce a ser un grupo testimonial.
Un partido que se limite a la vida institucional -Parlamento, diputaciones, municipios- se convierte en un aparato de poder, más o menos burocratizado, pero al margen de la sociedad o viviendo a expensas de ella.
Los partidos políticos deben crear estructuras de participación dentro de su propio funcionamiento, para facilitar la presencia de los militantes en las tareas de decisión.
Los partidos debieran ser y funcionar para cumplir su papel de instrumentos de la democracia; deben representar los intereses de un bloque social, una clase o una fracción de clase, pero no convertirse en un aparato de apetencias personales de poder o en instrumento de acción para el aventurerismo de unos cuantos. Hay que crear y transmitir ideología.
En definitiva, es misión de cualquier partido político definir las metas de la sociedad como un todo en una situación determinada y posteriormente descubrir los medios para poder alcanzarlas. Si a todas estas necesidades las satisfacieran los partidos políticos, es indudable que nuestra democracia no estaría expuesta a los riesgos que la puedan acechar.

(*) Médico - Magíster en Sociología
     
     
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