Sábado 27 de setiembre de 2003
 

El fin del estrellato de Lula

 

Por Andrés Oppenheimer

  La luna de miel del presidente brasileño Luiz Inácio Lula da Silva con la comunidad internacional -incluidos sus vecinos sudamericanos- parece estar llegando a su fin, a pesar del reciente liderazgo del Brasil en la escena mundial.
No me malinterpreten: Lula, que atrajo la atención mundial cuando tomó posesión el 1º de enero como el primer líder izquierdista del país más grande de América Latina, todavía está cosechando aplausos por su rápida transición de un líder sindical de línea dura, que no había terminado la escuela secundaria, en un estadista pragmático y responsable.
Sin embargo, una serie de críticas públicas a Lula en días recientes por altos funcionarios de Estados Unidos y América Latina dejó en claro que el presidente brasileño ya no es un “intocable’’, alguien tan prestigioso que no conviene criticar. Por el contrario, se ha convertido en blanco de numerosas críticas, al punto de que están surgiendo dudas sobre si podrá materializar las ambiciones brasileñas de convertirse en una potencia emergente a nivel mundial.
El pedido de Lula ante la Asamblea General de las Naciones Unidas el martes de que se le dé al Brasil un asiento permanente en representación de América Latina en el Consejo de Seguridad de la ONU, fue criticado por funcionarios mexicanos, argentinos y de otros países latinoamericanos.
México, el principal rival del Brasil por el liderazgo de la región, dijo que no apoya la idea de una banca permanente para Brasil. Y la Argentina, que a principios de año había prometido seguir el liderazgo del Brasil en materia de política internacional, tomó la medida inusual de alinearse con México y pedir una banca latinoamericana rotativa.
“El tema de la ampliación del Consejo de Seguridad es el único en que la Argentina y Brasil tienen posiciones diferentes’’, me dijo el embajador argentino en la ONU, Arnoldo Listre. Otro canciller sudamericano me comentó que la presión del Brasil sobre otros países para que apoyen su candidatura al Consejo de Seguridad “ha causado mucho malestar’’ en la región.
Por otro lado, el liderazgo brasileño en el Grupo de los 21 países en desarrollo en la fallida reunión de la Organización Mundial de Comercio en Cancún fue blanco de críticas de funcionarios de Estados Unidos y algunos Estados de América Latina, que le achacan al Brasil parte de la culpa por el colapso de las negociaciones.
En una declaración inusualmente dura, el representante comercial de Estados Unidos, Robert Zoellick, escribió el lunes en el Financial Times que “Brasil y sus colegas’’ eran culpables por el fracaso de la reunión de Cancún.
El ministro de Comercio de Colombia, Jorge Humberto Botero, y el ministro de Economía de El Salvador, Miguel Lacayo, declararon a poco de finalizada la reunión de Cancún que sus países no se sentían bien representados por Brasil en las negociaciones mundiales de comercio. “No queremos que nos detenga un Brasil que no quiere caminar más rápido’’ hacia acuerdos de libre comercio, me dijo Lacayo.
Por último, la aparente decisión del gobierno brasileño de no entrevistarse con la oposición en Cuba durante la “visita de trabajo’’ de Lula a la isla no le ganarán muchos aplausos en el mundo democrático.
Desde hace unos cuatro años, altos funcionarios de países europeos y latinoamericanos han sentado el precedente de reunirse con los líderes opositores cuando visitan al dictador Fidel Castro en La Habana. Hasta el anterior gobierno semiautoritario de México, que era el aliado más cercano de Cuba en la región, decidió tener una reunión a nivel de canciller con los opositores en Cuba en 1999.
En ese sentido, si Lula y su canciller no hicieran lo propio, sería una regresión política. Aun peor, muchos críticos lo verían como un acto de cobardía política: Castro ha hecho 11 visitas al Brasil, en cada una de las cuales se reunió con los líderes de la oposición, incluido el propio Lula. No hay motivo por el cual el presidente brasileño no debería hacer lo mismo durante su visita a Cuba, dicen grupos defensores de los derechos humanos.
Estoy de acuerdo. Si Lula no se reúne con los líderes de la oposición, aunque hiciera tímidas declaraciones en favor de la democracia, sería un paso atrás y un premio a la represión. Ocurriría justo cuando Fidel Castro acaba de condenar a 75 disidentes pacíficos a penas de hasta 28 años de prisión, en la peor ola de represión en muchos años en la isla.
Nos guste Lula o no -y a mí me gustan muchas de las cosas que está haciendo a nivel de política interna- hay un dato objetivo: sus días como un “intocable’’ han llegado a su fin. El mundo le perdió miedo a su popularidad y lo va a juzgar cada vez más en función de lo que dice y hace.
     
     
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