Viernes 26 de setiembre de 2003
 

Juan Pablo I, una sonrisa oscurecida
por especulaciones de asesinato

 

Por Vicente Poveda

  Apenas pasó 33 días en la Sede de Pedro, pero su perfil humano dejó honda huella en la Iglesia Católica. Su medio de transporte favorito era la bicicleta y sus cualidades predominantes la bondad, la sencillez y la simpatía. Juan Pablo I era conocido como el “Papa de la sonrisa”. Sin embargo, esa sonrisa se apagó con su muerte repentina hace ya 25 años, el 28 de setiembre de 1978, en medio de especulaciones que hablan de asesinato.
Fumata blanca, en una agobiante tarde del verano romano. Eran las 18:24 del 26 de agosto de 1978, cuando el humo claro que marca la elección de un Papa se pudo ver en la Plaza de San Pedro. En apenas 26 horas, los cardenales reunidos en el cónclave en la Capilla Sixtina habían conseguido decidirse sobre quién sería el sucesor de Pablo VI. Todo un récord en la historia de la Iglesia.
Una hora después, la voz del cardenal Pericle Felici invadió el centro de la cristiandad: “Annuntio vobis gaudium magnum: habemus Papam” (“Os anuncio una gran alegría: tenemos Papa”). Sin embargo, casi nadie entendió el nombre del nuevo pontífice y sólo muy pocos consiguieron reconocer a Albino Luciani, a partir de entonces Papa, que saludaba desde el balcón de la basílica vaticana. En los días anteriores al cónclave, los periodistas lo habían visto pasear por los jardines del Palacio Apostólico, pero no le hicieron ninguna fotografía, ninguna pregunta, porque no figuraba entre los 10 ó 12 candidatos favoritos.
Luciani, quien llegó a Papa con 66 años, nació en Forno di Canale, un pueblecito del norte de Italia, en el seno de una familia humilde y de escasos recursos. El mayor de cuatro hermanos se decidió pronto por el sacerdocio y, tras pasar años como párroco en su mismo pueblo, comenzó una carrera eclesiástica que culminó con el Patriarcado de Venecia, cargo que ejerció hasta que se convirtió en Papa. Para su pontificado escogió los nombres de sus dos antecesores inmediatos, Juan XXIII y Pablo VI, en un aparente deseo de continuidad con los papas del Concilio Vaticano II. “Entendámonos, no tengo la sabiduría del corazón del papa Juan, ni tampoco la preparación y la cultura del papa Pablo, pero estoy en su puesto y debo tratar de servir a la Iglesia”, dijo poco después de su elección.
Juan Pablo I se entendía como “párroco del mundo” y durante su breve pontificado afirmó: “Yo he sido y soy ante todo un párroco. ¿Recuerda la parábola del buen pastor? Pues bien, ése ha sido siempre mi programa”. Recientemente, Juan Pablo II -junto a Pablo VI y Juan Pablo I, el tercer Papa que gobernó el Vaticano en 1978- alabó la figura de su antecesor señalando que “humildad y optimismo fueron las características de su existencia” y recordó que “precisamente gracias a esas cualidades dejó en su fugaz paso un mensaje de esperanza que encontró acogida en muchos corazones”. “Ser optimistas a pesar de todo. La confianza en Dios debe ser el eje de nuestros pensamientos y de nuestras acciones”, era el lema vital del pontífice.
Después de llevar las riendas de la Iglesia Católica durante poco más de un mes, el 29 de setiembre de 1978 un comunicado oficial del Vaticano sacudió al mundo: “Esta mañana, hacia las cinco y media, el secretario particular del Papa, no habiendo encontrado al Santo Padre en la capilla, como de costumbre, lo ha buscado en su habitación y lo ha encontrado muerto en la cama, con la luz encendida, como si aún leyera. El médico, Dr. Renato Buzzonetti, que acudió inmediatamente, ha constatado su muerte, acaecida probablemente hacia las 23 horas del día anterior a causa de un infarto agudo de miocardio”.
Según el Vaticano, Juan Pablo I no se encontraba bien de salud y el mismo 28 de setiembre llamó a su médico de cabecera en Venecia y se quejó de dolores en el pecho. Sin embargo, varios autores no se contentaron con la hipótesis de la muerte natural. El español Jesús López Sáez, en su libro “Se pedirá cuenta” (1991), se pregunta por ejemplo por qué el Vaticano tardó tres horas en comunicar la muerte después del hallazgo del cadáver mientras que, apenas dos meses antes, el 6 de agosto a las 21:40, bastaron unos minutos para que el mundo tuviera la noticia del fallecimiento de Pablo VI.
Además, según otras versiones coincidentes, no fue el secretario del Papa quien encontró el cadáver, sino la hermana Vincenza, una monja que trabajaba desde hacía 19 años en servicio de Luciani. A este respecto, parece racional que el Vaticano ocultara este dato, en vista de que podría haber sido considerado un escándalo el hecho de que una mujer se moviera libremente por el dormitorio del pontífice. No obstante, son puntos que dejan espacio para especulaciones.
Las especulaciones sobre la muerte de Albino Luciani alcanzaron una nueva dimensión en 1984, con la publicación del libro “In God’s name?” (“¿En nombre de Dios?”), del británico David Yallop, quien llega a la teoría de que el Papa fue asesinado cuando trataba de realizar cambios personales importantes en la Curia Romana y, sobre todo, desenredar el entramado de oscuras relaciones financieras entre el Vaticano y el Banco Ambrosiano, la quiebra bancaria italiana más impresionante del siglo XX.
Según el libro de 450 páginas, cuando el Papa murió había ordenado una intensa investigación sobre las finanzas de la Santa Sede y estaba a punto de destituir al arzobispo estadounidense Paul Marcinkus, presidente del Instituto para las Obras de la Religión (IOR), el banco interno del Vaticano. Marcinkus, quien hoy vive como un sacerdote más en Estados Unidos, tenía una especial relación con el banquero Roberto Calvi, presidente del Ambrosiano y protagonista de un gran escándalo financiero a principios de los ’80.
El Banco Ambrosiano, del que el IOR era accionista minoritario, quebró en 1982, dejando un agujero financiero de 1.300 millones de dólares, cantidad que, según Yallop, era similar a la que el Vaticano le debía a la entidad. Calvi, miembro de la logia masónica “P2”, apareció ahorcado el 18 de junio de 1982 debajo de un puente en Londres, ciudad a la que había huido para evitar una cita ante la Justicia italiana. Investigaciones de la Fiscalía de Milán dan por sentado que “el banquero de Dios” no se suicidó sino que fue asesinado por la mafia.
En su libro, el autor británico afirma que su teoría del asesinato por envenenamiento de Juan Pablo I sólo se basa en indicios, no en pruebas firmes. Además de Calvi, ya murió el cardenal francés Jean Villot, secretario de Estado de Juan Pablo I y, según Yallop, uno de los principales sospechosos del asesinato. Y Marcinkus, quien abandonó el Vaticano a principios del pontificado de Juan Pablo II tras poner al IOR al borde de la quiebra, parece no estar dispuesto a pronunciarse sobre el presunto complot contra el Papa. El caso se presenta difícil de resolver.
(DPA Feature)
     
     
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