Jueves 25 de setiembre de 2003
 

Y si de finales se trata...

 

Por Jorge Castañeda

  Y si de finales se trata, hay libros cuyo remate es genial. Por otra parte, ¿qué lector no ha sentido alguna vez la tentación de adelantar varias para leer la última página?
Hay comienzos que casi todos conocemos como aquel de “En cierto lugar de la Mancha”, (en realidad el libro se inicia con una dedicatoria del autor al Duque de Béjar, un prólogo y poemas alusivos), o “Aquí me pongo a cantar” o “En el principio creó Dios los cielos y la tierra” y muchos otros ya incorporados a nuestra cultura cotidiana. Pero poco sabemos de finales y eso que hay algunos que son imperdibles.
Ya se llame ‘colofón’, ‘epígrafe’ o ‘palabras finales’ es la parte más esperada de un libro, su puerta de salida. Algunos nos desalientan y otros nos frustran el deleite de seguir leyendo porque aparecen terminantes las tres letras de la palabra FIN.
La Santa Biblia, llamada el ‘Libro de los libros” (que no es uno sino muchos), como no podía ser de otra forma, finaliza el Apocalipsis o Revelación con la palabra hebrea amén, que significa ‘Así sea’.
En cambio El Sagrado Corán acaba la sexta aleya de la Sura de los humanos diciendo ‘entre los genios y los hombres. Fin’.
Por su parte, El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha de Miguel de Cervantes Saavedra cierra sus desventuras con una de las más breves oraciones de la literatura universal: ‘Vale’.
Rayuela de Julio Cortázar, si nos atenemos a su tablero de dirección es el único libro del mundo con tres finales abiertos: ‘Esperá que termine el pitillo.’; ‘Paf... se acabó.’ y ‘-Ahá- dijo Ovejero para alentarlo.’
Nuestro José Hernández, como disculpádose de tantas sextinas, da final a La vuelta de Martín Fierro diciendo: “Más naides se crea ofendido,/ pues a ninguno incomodo;/ y si canto de este modo/ por encontrarlo oportuno,/ no es para mal de ninguno/ sino para el bien de todos”.
Cesare Pavese, ese gran torturado de las letras italianas, remata su libro El oficio de vivir con un preludio de su suicidio: ‘Todo esto da asco. Un gesto. No escribiré más’.
Norman Mailer, más optimista, cierra su libro ‘Los desnudos y los muertos’ junto con los puños del comandante Dalleson con la exclamación: ¡Formidable!
Alfa y Omega, el Diccionario de la Lengua Española, vigésima edición remata la retahíla de vocablos y de hojas impresas con la palabra zuzón a la que define como ‘hierba cana’.
Las mil noches y una noche, verdadera joya de la literatura oriental después de tantas maravillas nos amonesta con la dulce voz de Scheherazada: ‘¡Loores y gloria, hasta el fin de los tiempos, al que permanece intangible en Su eternidad, cambia a Su antojo los acontecimientos y no experimenta ningún cambio, al dueño de lo Visible y de lo invisible, al Unico Viviente! ¡Y la plegaria y la paz y las más escogidas bendiciones para el elegido por el supremo Potentado de ambos mundos, para nuestro señor Mahoma, Príncipe de los Enviados, joya del Universo! ¡Pidámosle un dichoso y bienaventurado fin’.
“El coronel no tiene quien le escriba”, del colombiano Gabriel García Márquez, tiene la particularidad de ser el único libro que se haya escrito que finaliza con la palabra: ‘mierda’.
Un final de antología es el dado por Leopoldo Marechal a su Adán Buenosayres cuando el protagonista le contesta a Schultze con los siguientes refranes: ‘-Más feo que un susto a medianoche. Con más agallas que un dorado. Serio como bragueta de fraile. Más entrador que perro de rico. De punta, como cuchillo de viejo. Más fruncido que tabaquera de inmigrante. Mierdoso, como alpargata de vasco tambero. Con más vueltas que caballo de noria. Más fiero que costalada de chancho. Más duro que garrón de vizcacha. Mañero como petiso de lavandera. Solemne como pedo de inglés’.
Baudelaire, uno de los poetas malditos, acaba sus “Flores del mal” con la amenaza de una anatema en forma de soneto: ‘Lector apacible y bucólico,/ hombre de bien ingenuo y sano,/ tira este libro saturniano,/ que es orgiástico y melancólico. Si tu retórica no hiciste/ con Satán, astuto decano,/ tíralo! Me leerás en vano,/ o creerás que a un loco leíste. Más si su hechizo no te inmuta,/ y el abismo tu mente escruta,/ léeme y sabrás amarme, amigo;/ alma curiosa que penando/ tu paraíso vas buscando,/ compadéceme!... o te maldigo!’
‘Ja, ja, ja, ja, ja’ finaliza el Pigmalión de Bernard Shaw lanzando estentóreas carcajadas mientras cae el telón final.
Con un final de confesión tanguera acabó César Vallejo Los heraldos negros con su fatalismo peruano: ‘Yo nací un día/ que Dios estuvo enfermo,/ grave’.
Y si de poemas hablamos debemos al genio literario de don Manuel Machado dos finales para destacar. ‘Grabado, lugar común./ Alma, palabra gastada./ Mía... no sabemos nada./ Todo es conforme y según’. José María Souvirón no cree que haya otro poema en la literatura española que termine -y gallardamente rimado- con la palabra según. Y su soneto de excelente factura “Un príncipe de la casa de Orange” en el último verso se sale del límite, se escapa y nos deja maravillosamente desconcertados: ‘Y en la mano un limón, que significa...’. Raro final con tres puntos suspensivos.
El estro poético del gran nicaragüense Rubén Darío le da prestado el fin de sus “Cantos de vida y esperanza” a esta breve crónica para decir con su fatal incertidumbre: ‘¡Y no saber adónde vamos,/ ni de dónde venimos...!’
 
     
     
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