Martes 23 de setiembre de 2003
 

Limbos jurídicos

 

Por Aleardo Fernando Laría

  El Reino Unido, aliado de Estados Unidos en la “guerra contra el terrorismo”, acaba de formular una denuncia sobre el trato que Washington dispensa a los prisioneros de la base estadounidense de Guantánamo, en Cuba. La crítica aparece reflejada en el informe anual del Ministerio de Asuntos Exteriores, en el que se hace un análisis de la situación de los derechos humanos en el mundo.
Alrededor de 660 prisioneros permanecen en Guantánamo desde diciembre del 2001, una vez que se dieron por finalizadas las operaciones de la guerra contra Afganistán. Entre los detenidos hay varios adolescentes, de entre 13 y 15 años de edad y, según el capellán musulmán de la prisión, la mayoría de los reclusos eran personas pacíficas que se habían visto atrapadas involuntariamente en la guerra de Afganistán.
El Comité Internacional de la Cruz Roja y otras organizaciones de derechos humanos, como Human Right Watch y Amnistía Internacional, vienen denunciando el trato inhumano al que están siendo sometidos los prisioneros de Guantánamo. Según una información oficial del propio Departamento de Defensa de Estados Unidos, hasta la fecha, 31 presos intentaron suicidarse, lo que revela la dureza de las condiciones de aislamiento al que están sometidos.
Según la presentación que hace el gobierno de los Estados Unidos, estos prisioneros se encontrarían en una suerte de “limbo jurídico”, el lugar donde según la Biblia están detenidos las almas de los santos esperando la redención del género humano. Esta caracterización no se sostiene a la luz del derecho internacional. Según las regulaciones de las Convenciones de Ginebra, cuando finalizan las hostilidades los prisioneros de guerra deben ser inmediatamente liberados. Si existe una acusación concreta por participación en crímenes de guerra, deben ser sometidos a un juicio imparcial, pero en ningún caso permanecer retenidos indefinidamente.
En el caso de los prisioneros de Guantánamo, la violación del derecho internacional y de las leyes humanitarias es doble. En primer lugar se infringe el derecho al no liberarlos ni juzgarlos y, en segundo lugar, se vulneran los principios humanitarios al mantenerlos bajo penosas condiciones de internamiento, sin contacto con abogados o familiares.
Llama la atención que los Estados Unidos, un país con una larga tradición democrática, que ha elaborado una novedosa doctrina acerca de las “intervenciones humanitarias” -es decir de las “guerras justas” que se libran frente a gobiernos que violan los derechos humanos- mantenga una posición insostenible en esta cuestión.
Para algunos investigadores, esta actitud despiadada de los estadounidenses, que lleva a tratar de manera inhumana a los que identifica como sus enemigos (hace un par de días los diarios informaban del bombardeo sobre una tienda de nómadas afganos en la que dormían mujeres y niños simplemente “porque estaban usando un teléfono satelital”), no se debe sólo a una lógica de gran potencia desinhibida. Tiene también sus raíces en una cultura que provoca que más de 10.000 personas mueran anualmente en la sociedad norteamericana por disparos de armas de fuego.
En los Estados Unidos conviven y se alternan dos almas distintas, dos concepciones cívicas desiguales. Por una parte es un país que cultiva los ideales republicanos de Thomas Jefferson que dieron contenido a los principios de la Constitución norteamericana; que con el presidente Wilson alentó la formación de la Sociedad de Naciones; o que acunó el solidario proyecto de “gran sociedad” del presidente Kennedy Pero por contraste, los Estados Unidos son también el país de los belicosos granjeros que expulsaron y exterminaron a los indios del Lejano Oeste; del Ku-Klux-Klan y la resistencia racista a aceptar la integración de los negros; o el de la atávica inclinación por el uso de la silla eléctrica.
Debemos confiar en que desde el seno mismo de la sociedad norteamericana surjan las fuerzas ciudadanas que permitan el afianzamiento de una auténtica cultura democrática. Es una tarea compleja, que llevará tiempo. Pero en la cuestión del respeto a los derechos humanos no puede haber demoras ni retrocesos. Son principios universales que deben respetar todos, bien se trate de impresentables dictaduras del Tercer Mundo o de poderosas democracias del Norte desarrollado.
     
     
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