Martes 16 de setiembre de 2003 | ||
La democracia y los valores
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Por Pedro J. Frías (*) |
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La democracia nace de la participación popular, a través de las elecciones y de los institutos de democracia directa -iniciativas, referéndum y convocatoria- y ahora también de las audiencias públicas. Por eso, el sistema democrático se enlaza con el electoral, que se describe según la unidad territorial de base y la distribución de cargos conforme a los votos obtenidos. No hay sistema electoral inocente, pero los hay más o menos adecuados a la coyuntura, al sistema de partidos y al humor de la sociedad. Creemos que un sistema mixto de circunscripción uninominal y representación proporcional es el más apropiado. El dinamismo democrático está amenazado por el ‘ethos’, que son los valores vividos en la vida emotiva de la gente, ya no nace de las personas, sino de las tecnoestructuras, como la televisión, y entonces puede ser manipulado hasta el extremo. Otra amenaza al dinamismo democrático es que lo cuantitativo va desplazando a lo cualitativo y por fin, el relativismo para el cual todo es igual -valores y antivalores-. Además, el individualismo actual en todo Occidente disuelve los vínculos sociales en los egoísmos particulares y así nos va... Las relaciones entre democracia y desarrollo son algo controvertidas. Como Kenneth Galbraith, creo que en cierta etapa del desarrollo económico, la democracia se hace “inevitable”, porque la sociedad se vuelve más articulada, los intereses se diversifican y organizan a medida que los ciudadanos exigen más participación y libertad. Al crecer la educación, decrece la docilidad política, emergen protagonistas en todas las clases sociales y el poder tiene que atender a crecientes solicitaciones. La salud de la democracia depende de la salud de los partidos. Su desarticulación la hace imprevisible y disminuyen las inversiones y el crecimiento. La gobernabilidad es necesaria, pero lo más peligroso no es el partido dominante, sino el partido hegemónico al que no se le pueden ganar elecciones. Atenta contra la democracia la búsqueda de esa hegemonía, con el pretexto de construir poder político para gobernar, aunque él también es necesario. No hay democracia, o sea no hay libertad ni competitividad entre los partidos, si no hay control efectivo del ejercicio del poder. Nace la corrupción. La gobernabilidad es connatural al dinamismo democrático, cuando se obtiene por la negociación y los consensos para políticas de Estado, en algunos temas esenciales -como la deuda externa, la política industrial, etc.-. Políticas de Estado son las que siguen de un gobierno a otros, aun de diferente signo político. Propongo al lector esta reflexión, cuando se están cumpliendo viente años de la democracia recuperada en 1983. Pero creo que será útil para meditar sobre nuestro actual dinamismo democrático. En efecto, el presidente hace todo lo posible para construir un poder político propio, porque no lo tenía cuando fue elegido y hay que juzgar si no hay peligros en esa gestión meramente electoral. (*) Presidente honorario de la Academia de Derecho de Córdoba y de la Asociación Argentina de Derecho Constitucional. |
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