Lunes 15 de setiembre de 2003
 

Suecia teme a una reedición del trauma por Olof Palme

 

Por Thomas Borchert

  espués del asesinato de la ministra de Exteriores Anna Lindh, crece en la sociedad sueca el miedo a una repetición del trauma por Olof Palme, el primer ministro cuyo asesinato en 1986 sigue sin ser resuelto. A pesar de los numerosos testigos que presenciaron el ataque contra Lindh en un céntrico almacén de ropas de Estocolmo, tres días después no hay avances concretos y las informaciones sobre la marcha de la investigación llaman la atención por su vaguedad. Este panorama fue suficiente para que muchos suecos refrescaran sus recuerdos de la infructuosa búsqueda del asesino de Palme.
“Es de vital importancia que este crimen se resuelva con rapidez”, dijo, consciente de la situación, el primer ministro, Goran Persson. Pero quien haya visto por televisión la conferencia de prensa de los investigadores debe haber dudado de que los deseos de Persson vayan a hacerse realidad. Con mirada insegura, evadiendo las preguntas concretas y sin admitir los evidentes fallos en las medidas tomadas inmediatamente tras el ataque, el equipo dirigido por el jefe de policía Sten Heckscher no dio la impresión de tener una idea clara de hacia dónde deben dirigirse las pesquisas.
Las preguntas sobre las causas de que el metro de la capital sueca haya seguido funcionando a pesar de las disposiciones contrarias en un caso así despertaron el desagradable recuerdo del caos que siguió a los disparos mortales que segaron la vida de Palme.
En aquella oportunidad, la policía olvidó acordonar la escena del crimen, y la bala que mató al primer ministro fue entregada por un turista indio que la había recogido del suelo. Sin embargo, esta vez la policía emitió velozmente un perfil del sospechoso: un hombre, probablemente drogadicto violento, que actuó por su cuenta sin planear el asesinato con demasiada premeditación. Lindh debía presentarse poco después de su trágica salida de compras a un debate en Sundsvall, a 400 kilómetros de Estocolmo. La decisión de ir a comprar ropa con una amiga pero sin escolta fue espontánea y sólo suya.
El criminólogo sueco Sven-Ake Christiansson lamentó en la radio que la policía haya ofrecido un perfil demasiado vago y mucho tiempo después del hecho del asesino, al que muchos clientes de los almacenes NK pudieron ver de cerca. “Lo que la policía dio a conocer dos días más tarde corresponde a miles de hombres. Es seguro que cuentan con descripciones más precisas de los testigos”, opinó.
La descripción oficial del autor del homicidio remite a un hombre de 1,80 metros, de gran fortaleza, probablemente sueco y de apariencia descuidada. Vestía una camiseta gris con capucha. En el asesinato de Palme -muerto a tiros tras ir al cine con su esposa, su hijo y la novia de éste- los errores que aparecieron al inicio de la investigación dieron lugar a situaciones cada vez más grotescas.
El jefe de los investigadores Hans Holmer se perdió entonces en una “pista kurda” que se demostró ser pura fantasía. Pasaron más de tres años hasta que las fuerzas de seguridad presentaron al drogadicto y delincuente de poca monta Christer Petersson como el presunto único magnicida. A la condena en primera instancia le siguió la absolución en la Cámara de Apelaciones, porque la policía había indicado al único testigo -la viuda de Palme, Lisbet- a cuál de los hombres que iban a mostrarle debía identificar.
Desde entonces existen en Suecia teorías conspirativas de todos los colores. Pero el punto central es la ineficiencia de la policía sueca para resolver el asesinato de su jefe de gobierno hace ya 17 años. El miedo a repetir esta situación estaba escrito en los rostros de todos los encargados de cazar al asesino de Anna Lindh. (DPA)
     
     
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