Sábado 13 de setiembre de 2003
 

El default sigue

 

Por Jorge Gadano

  Los títulos de los diarios el miércoles pasado fueron todos del tipo catástrofe. “Río Negro”, por ejemplo, informó a sus lectores que “Argentina no pagó”, un título que, por lo menos, obligó al lector a suspirar profundamente antes de continuar con el desayuno o cualquier otra actividad de la vida cotidiana.
Algunos que aplican a las cuestiones de Estado categorías de filosofía doméstica -Alvaro Alsogaray lo hacía a menudo- diría que no es para tanto. No se viene el mundo abajo si, por ejemplo, uno no paga la factura de la luz a su vencimiento. No le van a cortar el servicio por eso. Lo único que sucede es que empieza a correr un nuevo plazo, dentro del cual se puede pagar con una pequeña carga de intereses. Y si el prestador del servicio es una cooperativa como CALF, al consumidor le queda la posibilidad de gestionar una prórroga más, y aun la de “colgarse”. Y así la va pasando.
Cuando el presidente más pintoresco que ha tenido el país, “el Adolfo” Rodríguez Saá, proclamó nuestro primer default en tono triunfal y en medio de una salva de aplausos, no pasó nada peor a lo que ya venía pasando. Es más: cualquier cosa que sucediera parecía mejor. A tal punto fue así que Hebe de Bonafini, recibida por “el Adolfo”, salió contenta de la Rosada.
Un primer resultado del default, hoy olvidado, fue el paso a la historia del “riesgo país”. Había una relación inversamente proporcional entre que todo se caía -hasta que cayó el gobierno- mientras el riesgo país subía. Llegamos a ocupar los primeros puestos -sólo detrás de algún paisito africano como, digamos, Burkina Faso (lo que no dejó de darnos una sensación narcisista, porque de algún modo, aunque fuera por lo peor, todo el mundo hablaba de nosotros). El riesgo país quedó entonces, junto a Maradona y Borges, como un título que distinguía a la Argentina.
El caso es que con el desastre significado por la huida de Fernando de la Rúa, la llegada de “el Adolfo” y el default, quienes se ocupaban de medir el riesgo país se miraron entre sí con un resignado gesto de comprensión recíproca y dejaron de hacerlo. No nos midieron más (o tal vez siguieron haciéndolo, pero el dato dejó de interesar).
Lo nuevo fue el default, pero no sólo. Lo es también que quienes ahora están cortando el bacalao en el FMI no son ya los países anglosajones, nuestros enemigos imperialistas desde las Invasiones Inglesas (Estados Unidos, Inglaterra), sino los latinos, España e Italia, que defienden a sus empresas radicadas aquí o a los “bobos” que compraron nuestros bonos. El presidente norteamericano es, en esta emergencia, nuestro amigo (o mejor, no es nuestro enemigo), de modo que al “yanquis go home” habría que reemplazarlo por el “gallegos” o “tanos” go home, según corresponda.
Hay una segunda salvedad que conviene hacer para que nadie se deje llevar, todavía, por la angustia. En realidad, el default no es un acto único, sino un proceso que se divide en default I y default II. El primero fue el aún pendiente, con los acreedores privados. El segundo se produjo el martes pasado, pero cesó el miércoles, porque hubo un arreglo de estilo “K” (por Kirchner, y también por Köhler, el jefe del FMI).
Ahora hay que arreglar con los bobos de todo el mundo, tenedores de bonos argentinos por un total nominal cercano a los 90.000 millones de dólares. Mientras no lo hagamos, seguiremos en default, lo que significa algo equivalente a figurar en un Veraz internacional como deudores morosos.
Los funcionarios del gobierno neuquino, empezando por el gobernador Sobisch, que llevan años como deudores morosos del BPN sin que nadie los moleste -ni siquiera con un tímido y a la vez respetuoso llamado telefónico para preguntarles si piensan pagar alguna vez- dirían que pagar es una estupidez.
Dejando a un lado valores morales en desuso, es probable que en el caso de ellos lo sea. Pero en el que nos ocupa, el acreedor no es un banco estatal de una provincia sino ciudadanos extranjeros enfurecidos que zamarrean a sus gobernantes para que los ayuden a recuperar su plata. Son ciudadanos de países que pesan en el FMI y en el Banco Mundial y que, si fuera preciso, están dispuestos a ir a los tribunales para cobrar por vía judicial.
Desde fines del 2001 los argentinos aprendimos a conjugar un nuevo anglicismo, el verbo “defoltear”. Ya no somos un país en riesgo, simplemente porque el riesgo que se anunciaba cuando nuestro puntaje no dejaba de subir se concretó cuando se produjo la caída.
Como no hay mal que por bien no venga, en el año y medio largo pasado luego del cataclismo las cosas mejoraron. Cuando uno toca fondo, desaparece o resucita. Con respiración asistida la Argentina ha iniciado un proceso lento de resucitación, pero de ahí a creer que podemos respirar tranquilos hay un largo trecho. Pasará mucho tiempo antes de que quienes, de adentro o de afuera, creyeron en el Estado argentino recuperen la confianza. Por décadas no nos comprarán ni siquiera una rifa. Sin contar con que nadie pagará el enorme daño social causado.
 
     
     
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