Martes 9 de setiembre de 2003
 

Viejo y enfermo, Pinochet
parece no arrepentirse de nada

 

Por Rodríguez Ruiz Tovar

  Casi todos los días, mientras la salud se lo permite, una anciana se dedica a dibujar rostros de peatones que a cambio le dan algunas monedas en el paseo Ahumada, una de las calles más congestionadas del centro de Santiago de Chile.
Mientras trabaja, observa a cada rato un inmenso retrato del ex dictador Augusto Pinochet hecho por ella. Es un silencioso homenaje de alguien que considera que el general retirado, de 87 años, “salvó al país” de una profunda crisis que se desató con el gobierno socialista de Salvador Allende.
Pero los familiares de las víctimas que dejaron casi 17 años de dictadura de ultraderecha no piensan lo mismo. Cada vez que Pinochet sale a pasear a un centro comercial o a visitar amigos, no falta quien le grite “asesino” y le diga que se está “burlando” de la Justicia.
Pasiones encontradas que se reflejan en un país que llamó la atención de la comunidad internacional por la mano de hierro que usó Pinochet para silenciar a los opositores, que virtualmente salieron del panorama en los años posteriores al golpe de Estado del 11 de setiembre de 1973.
Ferviente católico y haciendo gala de un anticomunismo que expresaba con locuacidad, Pinochet se rodeó de la derecha política y los empresarios para gobernar con un estilo tan autoritario que se convirtió en uno de los dictadores más repudiados en el mundo.
Tras el regreso de la democracia, en 1990, los tribunales chilenos empezaron a abrir procesos contra militares acusados de violar los derechos humanos, en medio de denuncias de familiares de las víctimas.
Pinochet, que siempre afirmó que no ordenó desapariciones, aunque las órdenes de ejecuciones quedaron registradas el día del golpe en grabaciones que ahora son parte de la historia, es visto por sectores de izquierda y organizaciones defensoras de los derechos humanos como el principal responsable, por lo que los dardos de las acusaciones en las cortes apuntaron especialmente hacia él desde un comienzo.
Los familiares de las víctimas creyeron haber logrado un triunfo cuando las autoridades británicas detuvieron a Pinochet en octubre de 1998, en medio de un viaje a Londres para someterse a una sencilla operación.
Por requerimiento del juez español Baltasar Garzón, la policía internacional detuvo al ex dictador en el marco de un proceso que mencionaba a 3.197 ejecutados y desaparecidos y 500.000 torturados, varios de ellos españoles, por lo que salía a relucir el principio de la extraterritorialidad.
Sin embargo, el general retirado se libró de ir a juicio cuando un diagnóstico médico concluyó que sus condiciones de salud no le permitían encarar el proceso, por lo que regresó a Chile en marzo del 2000.
Su retorno fue triunfal y no faltaron los homenajes de sus partidarios en el propio aeropuerto de Santiago, en un hecho calificado en su momento como un abierto desafío a los intentos de hacer justicia.
Un juez chileno abrió en su contra un proceso por la ejecución y desaparición de cerca de 80 militantes de izquierda en los días posteriores al golpe de Estado, en el que el ex dictador alcanzó a ser desaforado del Senado.
Empero, esa vez el diagnóstico médico también resultó a su favor. A mediados del año pasado, el criterio de los especialistas fue que una demencia irreversible, ocasionada por una insuficiente irrigación cerebral, le impedía ir a juicio.
El mismo concepto ha sido tenido en cuenta por la Corte de Apelaciones de Santiago al considerar que Pinochet no podía responder en juicio por el crimen del general Carlos Prats, cercano a Allende y a quien sustituyó en agosto de 1973 como comandante del Ejército, y por la desaparición de diez dirigentes comunistas.
Las sucesivas determinaciones de los tribunales hacen creer a las organizaciones defensoras de los derechos humanos que queda poco por hacer y que Pinochet no será juzgado, aunque muchos se consuelan diciendo que el general ya fue condenado por la historia.
Aunque luego de ser sobreseído dimitió de su curul vitalicia y anunció su retiro de la vida pública, Pinochet sigue causando polémica con sus esporádicas apariciones.
Al comenzar el invierno austral, el ex dictador huyó del frío de Santiago para visitar el norte chileno, donde sorprendió por su vitalidad. Acudió a centros comerciales y hasta se le vio hacer compras con tarjetas de crédito, lo cual, dicen con ironía sus adversarios políticos, no debería ser permitido a alguien que no está en pleno uso de sus facultades mentales.
Mientras sus familiares aseguran que el anciano general “no está loco”, algunos allegados afirman que en los últimos días preparó en persona diversos actos programados por una fundación que lleva su nombre para conmemorar el “pronunciamiento militar” de 1973, pues sus partidarios se niegan a calificar el hecho de golpe de Estado.
Según el vocero de Pinochet, el general retirado Guillermo Garín, el ex gobernante nunca ha tenido previsto hacer un mea culpa, pues no tiene de qué arrepentirse.
La alusión es en referencia a un reciente comunicado de ocho generales retirados, muy cercanos al régimen militar, que por primera vez admitieron que entre 1973 y 1990 se violaron los derechos humanos en Chile.
“Esos son hechos politiqueros que tienen efectos absolutamente puntuales. Quienes exigen eso no pretenden más que humillar al ex presidente Pinochet y satanizar lo que fue el gobierno militar”, dice Garín.
Impenetrable desde hace un buen tiempo para la prensa, lo poco que se sabe del Pinochet de los últimos meses es que está molesto con la nueva línea de conducta implementada en el Ejército por su comandante en jefe, general Juan Emilio Cheyre, quien es visto por analistas como uno de los principales gestores de la paulatina normalización de las relaciones cívico-militares.
Cheyre asegura que el Ejército de hoy no es heredero de la dictadura, se preocupa por marcar distancias con los violadores de los derechos humanos y asegura que en Chile no se pueden volver a repetir hechos como los que derivaron en el golpe de Estado.
El gobierno del presidente Ricardo Lagos, por su parte, se inclina por bajarle el perfil a Pinochet señalando que es una figura del pasado e insistiendo en que ya es hora de que el país piense más en el futuro.
Pero el simbolismo de los 30 años del golpe lo ubica por estos días como un personaje actual, especialmente por las imágenes de televisión de aquellos años en que se ve a un hombre de rostro adusto que da órdenes sin que le tiemble la voz.
La frustración de quienes querían una acción más decidida de la Justicia es resumida por la presidenta de la Cámara de Diputados, Isabel Allende, hija del presidente derrocado, quien afirma que el ex dictador es “cobarde e indigno”, pues prefirió ocultarse en una supuesta demencia para eludir a los tribunales.
(DPA)
     
     
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