Domingo 7 de setiembre de 2003 | ||
En tránsito |
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Por Arnaldo PAganetti |
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recita Serrat: “Nunca es triste la verdad/ lo que no tiene es remedio”. En un trámite por lo menos accidentado, con poco más del 22 por ciento de los votos, Néstor Kirchner se hizo cargo de la presidencia de un país sumergido en la fragmentación de ideas y acciones en casi todas las categorías y subcategorías nacionales. La historia suele registrar un antes y después. Seguramente habrá un A y D de Raúl Alfonsín, el demócrata radical que despidió al general de facto Reynaldo Bignone, el mismo que hoy ventila las atrocidades cometidas por los militares discípulos de la Escuela Francesa, ducha en el arte de la tortura y las zonas liberadas. Un A y D de Carlos Menem, el patilludo de La Rioja, que estabilizó la moneda, dio vuelta la estantería estatista del peronismo, gobernó diez años y medio navegando en un mar de corruptos y conservaba en abril -se comprobó antes de su huida- el favor del 25 por ciento de la ciudadanía. Sería desmedido - ¿quién sabe? - pretender prever para la posteridad un A y D de Fernando de la Rúa y Carlos “Chacho” Alvarez. El bostezo y la decepción, empero, dejaron paso a los sangrientos episodios del 20 y 21 de diciembre de 2001 y a una sucesión bochornosa de presidentes del justicialismo, uno de los cuales festejó en el Congreso el corte de manga a los acreedores externos, por cierto nada inocentes a la hora de medir responsabilidades por la grave crisis. Porque los negocios, y las trapisondas, en este mundo inevitablemente global, requiere del concurso de por lo menos dos partes. De alumna ejemplar del FMI y los organismos internacionales, la Argentina descendió al terreno de los réprobos. La gente en la calle gritó “que se vayan todos”. Nació el fenómeno piquetero y el de las cacerolas que sonaban al ritmo de los ahorristas estafados por prestigiosos bancos con sede en Washington, París, Londres y Berlín. Los argentinos, casi todos, dejaron de lado su conservadurismo y se hicieron extremistas sin por ello aspirar a algún paraíso socialista. Advirtiendo que se estaba al borde de una guerra civil, ungido por una Asamblea Legislativa desprestigiada, el senador Eduardo Duhalde, patrón de la provincia de Buenos Aires, la más grande del territorio, condujo la emergencia. Respetando su palabra más que otros descreídos políticos (“somos todos una m...”, dijo una vez), coronó con éxito el traspaso del poder, en elecciones libres y participativas, a uno de sus delfines -que no se siente delfín sino orgulloso pingüino-, el rebelde patagónico Kirchner, quien se fue haciendo conocido a medida que desertaban Carlos Reutemann y José Manuel De la Sota. En sus primeros 100 días de gestión, un K agresivo invirtió la taba y decidió mostrarse como mejor presidente que candidato. Desconfiado, se impuso como metas iniciales: establecer que “aquí mando yo”, dibujar en borrador un esquema abierto de participación que exceda los límites del PJ y transitar el presente con verdad, justicia y transparencia. En su actual período de gracia, antes del 10 de diciembre, está completando en rigor el mandato inconcluso de “Chupete” De la Rúa. Tiene abierto los desafíos: comicios por doquier (en general, con Duhalde a favor, pero en realidad haciendo éste contrapeso, si es que se echa mano a la lupa) y una dura negociación con los organismos de créditos internacionales, sutilmente apadrinados por el norteamericano George Bush, quien quiere a la Argentina (Brasil, Chile y México) en la órbita del capitalismo y fuera de la égida de Venezuela y Cuba. En el Fondo funciona una oficina de evaluación interna, creada por el “caso argentino”, donde se concentra el ala progresista dedicada a estudiar los errores incurridos por el organismo en las caídas financieras que también afectaron a Brasil y Rusia. Desde allí se presiona a favor del acuerdo con K, cuyos desvelos comenzarán cuando sepa exactamente lo que debe ajustar y pagar anualmente. “Son costos y habrá que asumirlos”, puntualiza el ministro Aníbal Fernández. Las señales de Estados Unidos son amistosas, en contraposición con las exigencias tarifarias que llegan desde Francia, Italia y España, cuyas empresas controlan los servicios privatizados que Kirchner tiene bajo severa inspección.“Si el acuerdo se cae por las tarifas- advirtió el santacruceño el miércoles a representantes de firmas energéticas- ustedes también van a tener que acostumbrarse a vivir con pan, aceite y agua”. Habrá compensación a los bancos por la pesificación asimétrica, pero acotada a la diferencia aprobada por el Congreso. Y se revisarán contratos. Julio De Vido analiza las concesiones al Correo (el grupo Macri no esta depositando el canon) y Aeropuertos. K todavía no empezó. Apenas está calentando los motores. “Tomamos posiciones, buscamos herramientas y confrontamos modelos”, se sinceró uno de sus guardianes de la Patagonia Norte. Es que a pesar de los esfuerzos, le pelea todavía no comenzó. Se viven los aprontes donde tambalean algunos duhaldistas, sigue soplando la onda de los aires sureños y se alimentan ilusiones con el socialista Hermes Binner, en Santa Fe, o el frepasista Aníbal Ibarra, en la Capital Federal. Al margen de la inestabilidad visible del ministro de Defensa José Pampuro, K prepara en secreto una gran movida en el gabinete. La esposa del jefe de Estado Cristina Fernández, la que lleva adelante la embestida en el Senado contra el juez de la Corte Eduardo Moliné O’ Connor, sostiene que el ministro de Educación Daniel Filmus, no resuelve con acierto los problemas de su área y que hay que considerar su reemplazo. Alicia Kirchner, la hermana del Presidente, trabaja en la unificación de su área social con la de Salud, por lo que no sería extraño el desplazamiento de otro duhaldista, el médico Ginés González García, quien amenaza con preparar las valijas si el año próximo le recortan el presupuesto. Los rumores sobre la estabilidad del ministro de Economía Roberto Lavagna son inconsistentes a juzgar por su papel en las cruciales negociaciones con el Fondo. Pero tampoco es un misterio que la confianza ciega de K está depositada en De Vido. El estilo K, descontracturado, le mantiene abierto el crédito. ¿Dónde se ha visto a un Presidente argentino desprenderse de sus vigilantes, mezclarse con los humildes y respetar los semáforos en rojo? La gota que rebalsó el vaso y que provocó el relevo del jefe de su custodia fue una escapada de tres horas, en compañía de su jefe de gabinete Alberto Fernández. Dijeron que habían ido al dentista. Ni Cristina los podía localizar. Todo vale para inaugurar un A y D de Kirchner. Según él, está a “un pasito”. Arnaldo Paganetti |
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