Viernes 5 de setiembre de 2003
 

Hacia un destino incierto

 

Por James Neilson

  Puede que todo se aclare cuando por fin se haya depositado el último voto del año
y el presidente Néstor Kirchner ya no se sienta obligado a complacer a la mayor cantidad posible de personas ensañándose con los símbolos del mal. O puede que todo siga en la bruma porque el gobierno se enamore tanto de “la gente” que no se le cruzaría por la mente hacer algo que podría enojarla. Sea como fuere, la resistencia oficial de comprometerse con un “plan económico” más preciso que el supuesto por la voluntad saludable de hacer gala de cierta responsabilidad fiscal y de mantener bien barato el peso, de este modo aumentando el peso de la deuda pública y empobreciendo a los obreros sin que éstos se hayan dado cuenta, está sembrando graves dudas acerca del futuro tanto de Kirchner mismo como del país. Ricardo López Murphy no es el único dirigente opositor que prevé que en cuanto el gobierno se vea obligado a tomar decisiones difíciles, su capital político se derretiría con la rapidez de bonos basura en una tormenta financiera. Tal vez sea prematuro decir con LM que “el tiempo de gracia se terminó”, pero a menos que el país se haya resignado a la decadencia permanente no podrá durar mucho más. Desgraciadamente para él, Kirchner enfrenta una variante muy virulenta de un dilema que es típico de los tiempos que corren: ¿qué debería hacer un mandatario democrático para llevar a cabo reformas imprescindibles cuando la mayoría preferiría dejar las cosas como están? Por lo común, los gobiernos que se encuentran en esta situación nada agradable tratan de obrar sigilosamente, introduciendo cambios al parecer menores pero en verdad drásticos con la esperanza de que nadie se dé por enterado antes de que ya sea demasiado tarde.
Es ésta la táctica de los gobiernos de Francia e Italia: saben muy bien que no es económicamente viable el sistema generosísimo de jubilaciones para los empleados públicos que se creó cuando las circunstancias y las perspectivas eran muy distintas, pero también saben que cualquier intento de modificarlo desatará grandes disturbios callejeros. Por lo tanto, optan por avanzar con extrema cautela con el resultado de que los cambios nunca bastan y siempre llegan tarde, lo cual brinda a sus adversarios más oportunidades para inventar nuevas formas de lucha. Del mismo modo, aunque el presidente norteamericano George W. Bush lograra entender que a Estados Unidos no le conviene depender tanto del petróleo del Medio Oriente habitualmente convulsionado y que la mejor forma de reducir la influencia en Washington de regímenes tan escasamente confiables como el saudita consistiría en duplicar el precio de la nafta, no querría hacerlo por miedo a que sus compatriotas lo echaran.
Los desafíos de esta clase que enfrenta el presidente argentino son a su modo aún más temibles que los que perturban el sueño de sus homólogos europeos o norteamericano, aunque a diferencia de ellos cuenta con la ventaja de que nadie ignora que la Argentina está hundida en una crisis muy profunda. Sin embargo, la forma en la que Kirchner está aprovechando la crisis es resueltamente negativa. En vez de insistir en la necesidad imperiosa de reformar la administración pública, hacer más rigurosa la educación, estimular la modernización de la industria, restaurar el respeto por los contratos, es decir, por la ley, y tratar por todos los medios de reconciliarse con “el mundo”, Kirchner ha elegido concentrarse en castigar a quienes a su juicio son los responsables del colapso. Es posible que muchos merezcan el desprecio presidencial, pero aun cuando todos pidieran  a “la gente” perdonarlos por sus pecados y devolvieran sus ganancias mal habidas tal espectáculo no le ahorraría la necesidad de procurar introducir algunas mejoras concretas.
En opinión de Kirchner y sus ideólogos, la Argentina ha sido víctima del “capitalismo neoliberal” que tanto aquí como en el resto de América Latina, con la excepción notable de Chile, sólo sirvió para crear miseria. Sin embargo, sucede que fuera de América Latina, en Europa, Asia oriental, Oceanía y América del Norte, una versión de la fórmula así designada ha permitido a centenares de millones de personas disfrutar de un estándar de vida envidiable. Pues bien: si el único “modelo” que hoy en día funciona de manera adecuada sencillamente no puede ser aplicado en la Argentina, ¿qué puede depararnos el futuro? Suena bien decir que deberíamos “luchar contra el modelo”, pero si por dicho modelo queremos decir “el mundo moderno”, el proyecto kirchneriano se vuelve absurdo, cuando no suicida.
Acaso sea natural que después de un desastre muchos caigan en la tentación de atribuirlo a las malas artes de los demás, pero por elocuentes que sean los alegatos en tal sentido se asemejan más a arengas pronunciadas por fanáticos religiosos que a análisis serios de las causas y consecuencias de la calamidad denunciada. Por cierto, sería más útil que los dirigentes y sus pensadores favoritos se dedicaran con menos ahínco a decirnos lo inmoral que a su parecer es el orden económico que impera en todos los países ricos y más a entender las razones por la que hasta ahora ha resultado imposible implantarlo en la Argentina.  Si el director técnico de un equipo de fútbol que pierde todos los partidos por goleada se defendiera afirmando que las derrotas probaron que el deporte es sólo apto para criminales, los más lo considerarían un pobre imbécil, pero si un político o intelectual dice que la Argentina se depauperó porque las reglas económicas comunes a todos los países materialmente exitosos son aberrantes, para no decir inhumanas, muchos se inclinan por elogiar su sabiduría y proclamarlo un dechado de solidaridad.
Algunos creen que Kirchner es un hombre de izquierda que está resuelto a “redistribuir el ingreso” para reducir la brecha abismal que separa a la minoría que vive con cierta comodidad de la mayoría abrumadora que incluye a muchos que se manejan con menos de los 1.350 pesos anuales que según los historiadores fue el promedio en Europa en tiempos de Julio César: para ellos, alcanzar los 3.800 pesos anuales propios de sólo dos siglos atrás sería un milagro. Otros suponen que en verdad Kirchner es un “capitalista moderno” que después de las elecciones invertirá su popularidad en un conjunto de reformas bastante parecidas a las reclamadas por el FMI, es decir, por los gobiernos del Primer Mundo que, sus palabras melifluas a sus interlocutores latinoamericanos no obstante, lo respaldan. Sin embargo, aunque Kirchner fuera tan izquierdista como dicen algunos admiradores y muchos adversarios, no le sería dado hacer mucho a menos que reformara el Estado conforme a criterios ferozmente elitistas, iniciativa que, de más está decirlo, sería resistida por la izquierda y por el populismo. En cuanto a su eventual aparición como un modernizador capitalista, aún no existen muchos motivos para suponer que tales conjeturas se basen en algo más que los deseos de ciertos empresarios preocupados.
Lo más probable es que el propio Kirchner aún no haya decidido cuál será su papel y que espere que nada lo obligue a definirse. De ser así, su destino dependerá de la paciencia de sus compatriotas. Si luego de haber sido informados por enésima vez de que el presente es infinitamente preferible a los horrores de la década menemista, terminen creyéndolo, Kirchner podría conseguir emular a aquellos caudillos paternalistas de provincias atrasadas que se ven reelegidos con regularidad por quienes se sienten agradecidos por los regalos mínimos, más simbólicos que reales, que de vez en cuando reciben. Pero si resulta que la Argentina no tiene ninguna intención de conformarse con un destino santiagueño, a Kirchner no le será fácil impedir que “la gente” termine tomándolo por una edición hiperkinética de Fernando de la Rúa, por un presidente que si bien enfrenta los problemas más fáciles con vigor impresionante, pasa por alto los más difíciles por no tener la menor idea de cómo solucionarlos sin indignar a aquel ochenta por ciento o lo que fuera que según las encuestas de opinión lo cree un mandatario sumamente eficaz.      
     
     
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