Jueves 4 de setiembre de 2003
 

A 30 años del golpe de Pinochet, las heridas siguen abiertasen Chile

 

Por Rodrigo Ruiz Tovar

  El golpe militar del 11 de setiembre de 1973 sigue dividiendo a los chilenos, que a tres décadas de ocurridos los hechos no han podido cerrar las heridas dejadas por una dictadura que se mantuvo durante 17 años y fue denunciada por las violaciones a los derechos humanos.
Sin embargo, hay un punto que sí tiene el consenso de quienes respaldaron al gobierno militar y quienes lo repudiaron: ese día la historia del país se rompió en dos y empezó una era que puso a Chile en la mira de la comunidad internacional.
Los militares, encabezados por el general Augusto Pinochet, acabaron esa vez con los rumores que daban cuenta de una sublevación contra el gobierno de Salvador Allende, quien en 1970 había llegado al poder en unas reñidas elecciones y ganó notoriedad al convertirse en el primer marxista elegido en las urnas como jefe de Estado en América Latina.
El mundo vivía en ese momento una de las fases más críticas de la Guerra Fría entre Estados Unidos y la otrora Unión Soviética, por lo que Chile no tardó en llamar la atención al gobierno del presidente norteamericano Richard Nixon, que ya tenía en Cuba una “piedra en el zapato”.
Las frecuentes acusaciones sobre la participación encubierta de Washington en los planes golpistas y en un respaldo a la dictadura de Pinochet fueron confirmados años después, con la desclasificación de archivos secretos de la Agencia Central de Inteligencia (CIA).
El golpe de Estado se produjo en un complejo contexto político en el que Allende contaba con el apoyo de los sindicatos, de socialistas, comunistas y varios partidos de izquierda, pero afrontaba la oposición de la derecha política y de los empresarios, que promovieron huelgas en diversos sectores.
Durante muchas semanas, con especial énfasis en los días previos al golpe, los chilenos soportaron la escasez de varios productos de primera necesidad, mientras que Allende denunciaba la intervención de Estados Unidos y respondía frecuentemente con un “no” a los sectores que le pedían la renuncia.
Pinochet, que apenas unos días antes había sido nombrado por Allende comandante en jefe del Ejército, por considerarlo un “hombre de confianza”, no participó en los planes iniciales del alzamiento militar, pero a último momento aceptó y asumió el liderazgo del movimiento.
El golpe se puso en marcha en los primeros minutos de aquel 11 de setiembre, cuando efectivos de la Armada se sublevaron en la ciudad portuaria de Valparaíso, a 120 kilómetros al norte de Santiago.
Sin dormir en toda la noche, Allende se dirigió temprano en la mañana al palacio gubernamental de La Moneda, donde recibió los primeros reportes oficiales sobre la operación militar y pidió a través de la radio respaldo popular a su gobierno.
Pero los militares habían comenzado un avance sin retorno. Tras ubicar tanques en los alrededores de La Moneda, el Ejército disparó contra la edificación y la Fuerza Aérea inició poco después del medio día un bombardeo sobre el palacio y la residencia del mandatario, ubicada en otro punto de Santiago.
Pinochet ofreció a Allende la posibilidad del exilio, pero años después se conocieron grabaciones en las que el propio general, mientras coordinaba el golpe, advertía a sus subalternos que el avión del derrocado tendría que caer.
Tras pedir a dos de sus hijas y a varias funcionarias y periodistas que abandonaran el palacio, Allende se dirigió a un salón en el que había un sofá. Se sentó, se quitó el casco militar, una máscara antigás y sus característicos lentes gruesos. Después se disparó en la barbilla.
Aunque su muerte fue confusa durante años, la hija del ex mandatario, Isabel Allende, actual presidenta de la Cámara de Diputados, dice que desde hace rato despejó sus dudas y sabe con certeza que se trató de un suicidio.
“Era un presidente que no iba a aceptar el exilio, ni humillaciones, ni vejaciones. Tenía que demostrarle al mundo que cuando se ejerce un mandato constitucional es hasta el final, y su mandato terminaba en noviembre de 1976. El no estaba disponible para abandonar La Moneda. Eso es lo realmente relevante para la historia. Eso explica por qué produce tanta conmoción una figura como la de Salvador Allende. No sólo fue consecuente, sino que tuvo una dignidad que no es un ejemplo fácil de encontrar”, afirma la legisladora.
En opinión del ex canciller y senador Enrique Silva Cimma, el golpe se hubiera podido evitar porque Allende tenía intenciones de convocar un plebiscito para definir su continuación en el cargo, lo que posiblemente habría tranquilizado las aguas.
Silva Cimma, a la sazón presidente del Tribunal Constitucional, señala que Allende le dijo la noche anterior al golpe que lo esperaba para almorzar el 11 de setiembre, con el fin de hablar sobre el plebiscito, que estaba dispuesto a convocar un día después.
A 30 años de la ruptura de la democracia, Chile sigue sin hallar coincidencias entre quienes afirman que el gobierno de Allende no se pudo consolidar por culpa de Estados Unidos, la derecha y los empresarios, y los que dan gracias a los militares por haber “salvado al país de las garras del comunismo”.
En una posición intermedia están muchos que piensan que el gobierno socialista cometió errores, pero que la reacción de los militares fue desproporcionada, especialmente por las violaciones de los derechos humanos, que tanto repudio causaron en la comunidad internacional.
El presidente chileno Ricardo Lagos, primer socialista en asumir el cargo después de Allende, señala que los tiempos son diferentes y que las prioridades del socialismo de ahora no son las de antes. Y lo dice apenas unos meses después de que su gobierno suscribiera con Estados Unidos un tratado de libre comercio.
Por su parte, el ministro del Interior, José Miguel Insulza, uno de los principales referentes del Partido Socialista y visto como “presidenciable”, considera que el gobierno de Allende cometió el error de ser incapaz de ver lo que estaba ocurriendo y de mantener una “irracional” consigna de imponer sus ideas sin concertar con diversos sectores políticos, con la agravante de haber conseguido la presidencia con una discreta ventaja.
En opinión del ex presidente Patricio Aylwin, que en 1990 se convirtió en el primer jefe de Estado elegido en las urnas tras el final de la dictadura, los sucesos del 11 de setiembre constituyen “el mayor fracaso” de la historia de Chile.
Aylwin, de la Democracia Cristiana, partido opositor durante el gobierno de Allende, consideró inicialmente como un acierto la intervención de los militares para frenar la crisis, pero tiempo después se desencantó por las violaciones de los derechos humanos y fue uno de los principales dirigentes en el proceso de transición, que tuvo un ícono en el plebiscito de 1988, cuando los chilenos le dijeron “no” al deseo de Pinochet de mantenerse en el cargo.
Según el ex mandatario, uno de los principales errores de Allende fue haber gobernado con una especie de estilo “colegiado”, en el que los partidos que formaban la Unidad Popular actuaban por consenso, lo que dilató la adopción de medidas urgentes para encarar la crisis.
Varios analistas coinciden en que otros hechos que propiciaron el golpe fueron la profunda división política de entonces, la pérdida de las convicciones democráticas y la Guerra Fría, que convirtió a Chile de los años 70 en un laboratorio de los bloques que se dividían el mundo.
(Feature - DPA)
     
     
Tapa || Economía | Políticas | Regionales | Sociedad | Deportes | Cultura || Todos los títulos | Breves ||
Ediciones anteriores | Editorial | Artículos | Cartas de lectores || El tiempo | Clasificados | Turismo | Mapa del sitio
Escríbanos || Patagonia Jurásica | Cocina | Guía del ocio | Informática | El Económico | Educación