Martes 2 de setiembre de 2003 | ||
Un bombero gallego |
||
Por Aleardo Fernando Laría |
||
Mariano Rajoy es gallego porque ha nacido en el corazón de Galicia, en la entrañable ciudad de Santiago de Compostela. Le llaman el “bombero” de Aznar porque últimamente ha acudido a apagar todos los fuegos que se han levantado alrededor del gobierno. Probablemente ha sido elegido porque Aznar ha visto en él al político en mejores condiciones de defender su legado ideológico. Será, si la guerra de Irak no le pone obstáculos, el próximo presidente del gobierno español. Desde que Aznar anunció, el año pasado, su propósito de no presentarse a una nueva reelección, los pronósticos periodísticos señalaban a tres potenciales candidatos a la sucesión. Aparecía en primer lugar el vicepresidente del Gobierno, Rodrigo Rato, economista al que se le atribuye el éxito de la gestión económica de estos últimos años. Otro candidato era el ex ministro del Interior Jaime Mayor Oreja, un verdadero animal político que había arrinconado a los nacionalistas vascos. Y finalmente despuntaba la figura de Mariano Rajoy, un ex registrador de la Propiedad que se había venido desempeñado en diversas carteras ministeriales. Antes de ser vicepresidente y ministro de la Presidencia, había sido ministro de Administraciones Públicas, de Educación y Cultura y de Interior. Sorpresivamente, a la llegada de las vacaciones, Aznar convocó a la Junta Directiva del Partido Popular para elegir el sucesor. Pero en un almuerzo previo con los tres candidatos, deslizó el nombre del elegido, decisión que hizo trascender a la prensa. Esta forma de elección ha rememorado para algunos la fórmula del “dedazo” del PRI mexicano. Pero el método parece inevitable en los actuales partidos políticos, fuertemente cohesionados alrededor de un líder mediático. Los rasgos humanos de Rajoy, una personalidad socarrona, de buen talante, que utiliza una forma de humor irónico que caracteriza a algunos gallegos, lo convierten, en este único aspecto, en la contrafigura de la hosca personalidad de Aznar. De allí que su designación haya sido bien recibida, aun por algunos de los líderes de la oposición. Por ejemplo, José Luis Rodríguez Zapatero, líder del PSOE, afirmó “sentirse contento” por la designación. Gaspar Llamazares, líder de Izquierda Unida, prefirió en cambio dar un perfil más político: opinó que era el “candidato ideal” por su “docilidad, que le permitirá a Aznar mantener las riendas”. No es seguro que la profecía de Llamazares vaya a cumplirse. Las formas y los modos en que el presidente de un gobierno se dirige a la oposición son muchas veces determinantes. De manera que es posible que con Rajoy un conflicto político como el que sacude al País Vasco encuentre nuevos cauces que disminuyan la tensión y el enfrentamiento incentivados por los modales de Aznar. O que la ausencia de veleidades personales evite escenas ridículas, como la de Aznar, junto con Bush y Blair, lanzando el ultimátum de las Azores. Recientes encuestas sitúan nuevamente al Partido Popular a la cabeza de las preferencias de los electores españoles. Episodios como la catástrofe ecológica frente a las costas gallegas, desatada por el hundimiento del “Prestige”, o la presencia de tropas españolas de ocupación en Irak parecen haberse diluido sin dejar huella en la memoria de los ciudadanos. De modo que todo apunta a que Mariano Rajoy será investido, en las próximas elecciones de marzo del 2004, nuevo presidente del gobierno español. Tal vez una sola nube negra se cierne sobre ese despejado horizonte: la guerra de Irak. Si el conflicto se agudiza y empiezan a llegar féretros de soldados españoles, es imprevisible la reacción que pueda tener la opinión pública española. Los próximos meses serán políticamente muy intensos en España. Habrá cinco elecciones en diez meses (en las comunidades de Madrid, Cataluña y Andalucía, las generales y las europeas). Internamente, el debate girará alrededor de la estructura territorial y la reforma del sistema de autonomías. Los socialistas han lanzado una propuesta que pasa por una reforma constitucional que convierta al Senado en una auténtica cámara de representación y participación de las comunidades autónomas. Los populares no quieren ni oír hablar de una reforma constitucional y alertan acerca del riesgo de la disgregación de España. La polémica está servida y se anuncian duros enfrentamientos, pero de momento, como dice el periodista Haro Tecglen, para muchos españoles lo mejor que ofrece Rajoy es que ya no estará Aznar. |
||
Ediciones anteriores | Editorial | Artículos | Cartas de lectores || El tiempo | Clasificados | Turismo | Mapa del sitio Escríbanos || Patagonia Jurásica | Cocina | Guía del ocio | Informática | El Económico | Educación |
||
|