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He leído con deleite la correspondencia recopilada de Cortázar referida al período 1937-1963. Acompañar el crecimiento como poeta, novelista o ensayista, sus ironías, su fino humor, el juego de sus palabras, su valor de la amistad, a través de cartas que obligan a imaginarse las respuestas, me envolvió, y mi lápiz negro se entretuvo subrayándolas.
Estoy intentando ahora una segunda lectura de esos rescates, buscando en los mismos un conjunto de ellos que me permita compartirlos. Yo, lector, con otros, que también lo pueden estar haciendo o que se animarán a hacerlo, a los que les quedará de regalo este resumen tan personal.
¿Cómo hacerlo?
¿Cronológicamente? ¿Por tema? ¿Por destinatario?
De esto se trata esta nota.
Se puede hacer más de una lectura de la correspondencia de Cortázar -del período 1937-1963-, y juego, tal vez queriendo que desde algún lugar él -iluminándome- me ayude o se ría por mi intención, como se divirtió con todos nosotros con Rayuela y con otros tantos de sus escritos.
Entremos, de cualquier manera, en sus líneas impresas desde esos teclados tan queridos, dóciles y gastados para él.
En 1941 le dedicó estos párrafos, extraídos de diversas cartas, a M. Duprat: “...Y tan denso de poesía, que no sé cómo se queda quieta, cómo no se vuela de la biblioteca o florece por todas las páginas”; y una poesía que se apoya en las lágrimas, sin la serenidad para evitar el exceso o la tontería, es siempre peligrosa, está amenazada de no ser poesía y sí solamente confesión y verso”; “Hasta pronto, Marcela; quítese pronto el guante, porque le estoy tendiendo la mano”.
Le afirma a M. Arias, en 1942, que “Poesía es todo aquello que se queda fuera una vez que uno ha definido la poesía”, y su visión de la universidad: “No era necesario que usted me dijera explícitamente que la facultad la había desilusionado un poco; eso les ocurre a todos los seres inteligentes que la pisan”.
En su ceremonia cotidiana de llenar correspondencia, le decía a L. Gagliardi: “Una carta ha sido para mí un rito, una consagración tan atenta como la labor esencialmente creadora”; se anticipaba, sin saberlo: “Pero todo ello es momentáneo; una correspondencia así, dispersa y sin fines literarios, está condenada a la extinción absoluta, fatal. Sólo los genios logran que la paciencia de los eruditos busque, hasta encontrarlas, todas sus cartas...”; “¿Será porque, al escribirlas espontáneamente, sin preparación ni borradores de ninguna especie, las convierto en las más auténticas expresiones de mi ser?”; “Entre una carta y su autor se produce una separación total; es como enviarla a la Luna o al siglo V antes de Jesucristo, ¿verdad? No se las vuelve a leer, pero uno sabe, cuando las ha escrito como las escribo yo, que una parte legítima del propio ser ha sido entregada con cada página”. Tenía 28 años.
Le escribió, también en 1942, desde su intimidad a L. de Duprat : “De decirle que encuentro en usted un espíritu cuyas resonancias acaso nunca había hallado en mi vida, y en este país tan poco espiritual”; “El poeta habla a la muerte y le cierra el paso: no crea ella que se lleva todo al matar. Lo más puro, lo más bello, permanece en los corazones de aquellos que subsisten”; “Y tampoco creo en la acumulación de dolores; pienso que un gran dolor -sobre todo el primer gran dolor- vale por todos los que puedan venir después; como creo que el primer gran amor es el molde donde se vacían, más tarde, otros cariños escalonados en el tiempo”.
Sus enojos, a L. de Duprat, en 1944: “Un sentimiento de rebeldía contra mí mismo, contra esos muros espesos que hay más allá de nuestros cortos y torpes sentidos”; por críticas que le hicieron: “Y por haberme ausentado de la escuela el día en que se inauguraron los cursos de enseñanza religiosa”.
Volvió en 1946 a exponer sus puntos de vista de su pasaje por la universidad, en nota al centro de estudiantes: “Se está siempre en desventaja cuando, al salir de un gabinete de trabajo, se choca con personas que consagran su tiempo perfeccionándose en el dudoso arte de una política universitaria como la que se ha querido imponer en Cuyo”; “Prefiero una soledad de trabajo en Buenos Aires -confiado en el recuerdo de mis amigos y mis alumnos- a una falsa vida universitaria donde sólo se ponen trabas y regateos a toda ansiedad demasiado evidente de superarse y de ser útil”.
Insistió irónicamente acerca de sus cartas, a S. Sergi, en 1946: “Por otra parte, presumo que usted guarda cuidadosamente todas mis cartas, ya que en el futuro habrán de publicarse en suntuosas ediciones, y usted se beneficiará con menciones como ésta: El coronel Osokovky, cuya fotografía no aparece aquí, fue uno de los corresponsales más fieles del gran cuentista J. C.”
En 1948 le escribió a F. Guthmann: “De no caer en la triste condición del hombre que tiene una sola casa, una sola mesa, un solo libro, una sola ventana con un solo paisaje”.
Sobre sus deseos de irse, a F. Guthmann, en 1951: “Tengo la nostalgia europea, incesantemente; si pudiera irme por siempre allá lo haría sin vacilar”; “Europa es eso: un lugar donde se encuentran indeciblemente las miradas de los seres que merecen vivir”; y de sus preparativos: “En estos días he estado distribuyendo discos en manos de amigos. Me parecía cruel y estúpido dejar los discos guardados, silenciosos, inútiles”; “Yo miré el asunto metafísicamente, y descubrí que mi deseo de conservar los discos obedecía al maldito sentimiento de propiedad que es la ruina de los hombres”; “Me gusta pensar que en algunas noches de Buenos Aires, música que fue mía, crecerá en una sala, en una casa, y se hará realidad para gentes a quienes quiero”.
A F.Guthmann, en 1953: “Pero yo me fabrico diariamente toda clase de puertas, salgo y entro, y ya no sé en qué habitación estoy; todas me parecen hermosas y en todas me siento bien, en la medida en que le cabe sentirse bien a un hombre de este tiempo”.
Ya en Francia, en 1954, le escribió a D. Bayón: “Aurora está muy bien y trabaja conmigo en la Unesco, a pesar de que el reglamento lo prohíbe. Ocurre así: el reglamento lo prohíbe y la llaman lo mismo, pero advirtiéndole que el reglamento lo prohíbe. Aurora agacha la cabeza, se resigna, piensa que si el reglamento lo prohíbe, será la última vez que la llamen... y entonces recibe un neumático veloz, llamándola. Acude muy asombrada, y le hacen saber que el reglamento prohíbe que trabaje en la Unesco, pero que por esta vez trabajará. Y poco a poco ella y yo empezamos a vislumbrar una hiperrealidad o infrarrealidad unesquiana, un sistema de leyes según el cual Aurora trabaja porque el reglamento lo prohíbe. No creas que es la única sospecha que tenemos de ese misterioso mundo: cada vez que me traen un documento minuciosamente chino para traducir, me pregunto si la Unesco no será el laboratorio involuntario de donde saldrán los robots del futuro. Estos robots (entre los cuales no habrá ningún cronopio, créeme) tendrán inteligencias maravillosamente preparadas para explicar y justificar lo que yo encuentro inexplicable e injustificable con mi pequeña inteligencia prerrobótica. La cuestión de las siglas, por ejemplo. Es así, la Unesco tiene tres lenguas de trabajo, inglés, francés y español. Ahora tú recibes un documento en inglés donde se dice que la CEA, la INTI y el ONOSAC conferenciaron con la RUTA, la TECLA y el OCOPUF para concluir acuerdos culturales. Provisto de tan fecundos datos, tienes que ir a la secretaría, abrir una enorme carpeta y enterarte de que la CEA es la AEC, vale decir que cada organismo tiene también su sigla en español. Ergo, escribes que la AEC, la ITIN y el SACONO, etc... pero he aquí que das vuelta una página del documento y entras en una parte redactada en francés, inmediatamente descubres que la INI, la PAC y el PERTAL... pero la verdad es que esta INI es simplemente AEC, es decir, la CEA... etcétera. ¿Se nota o no se nota que es un asunto que ya nada tiene que ver con nuestra estructura mental? Robots, Damián, robots es lo que hace falta para el gran juego de las siglas... te diré, para ser justo, que la gente está demasiado predispuesta a calumniar a la Unesco y que en otros terrenos la pobre hace cosas extraordinarias. Montones de tipos interesantes, especialistas en moluscos malayos o en cristales terciarios, se encuentran y conferencian gracias a los desvelos de esta organización. No sé cuáles serán los resultados, pero el solo hecho de que un pobre y simpático erudito en cromosomas, oriundo de Nepal, pueda viajar a Nueva York y hablar lleno de entusiasmo sobre los cromosomas con otro entusiasta especialista en cromosomas oriundo de Bolivia, basta para justificar la existencia de la Unesco. Yo me he pasado la vida sin hablar con nadie de las cosas que realmente me interesan, y eso que no soy especialista. Creo que, aparte de mi adolescencia, en que tanto yo como mis amigos no teníamos el menor empacho en decirnos mutuamente todo lo que soñábamos, sabíamos o creíamos saber, el resto de mi vida (cuando quizá ya sabía algo de veras) se ha pasado en silencio, frente al mal espejo de una hoja de papel o de una carta”.
En carta a A. M. Barrenechea comentó sobre Borges: “Supongo que estará enterada del triunfo fulminante de Borges en Francia”; “Después de Eva Perón, Borges se ha vuelto el argentino más popular en Francia (quizá a la par de Fangio, para ser justos, o apenas media máquina atrás)”.
Sobre sus escritos, a J. Barnabé , en 1955: “Estoy encarnizado con un cuento que no acabo de escribir y que me está dando un trabajo terrible (se refiere a El perseguidor). Su tema es aparentemente sencillo: la vida -y sobre todo la muerte- de un músico de jazz. Concretamente se trata de Charlie Parker, que murió hace unos meses en circunstancias bastantes horribles. Siempre le tuve mucho cariño, y los datos que pude reunir sobre su vida me dieron ganas de intentar una ‘biografía’ ficticia (cambiando incluso el nombre, pero dejando indicios suficientes para que todo amateur de jazz se dé enseguida cuenta de que se trata de Parker). Quiero presentarlo como un caso extremo de búsqueda, sin que se sepa exactamente en qué consiste esa búsqueda, pues el primero en no saberlo es él mismo. Ni qué decir que en cierto modo estoy haciendo una transferencia personal y que mucho de lo que me preocupa irá a la cuenta del personaje. No sé cómo terminará esto; hasta ahora hay unas treinta páginas escritas, y hará falta otro tanto”.
Reafirmó su gusto por París, a D. Bayón, en 1956: “A mí nunca me parece mal la idea de volver a la Argentina, si realmente no se está mejor en otra parte (razón por la cual yo estoy en París)”. Insistió sobre ello a E. Castagnino: “Y después son las mil razones de dispersión que hacen la delicia y la tortura de esta ciudad. París es realmente la ciudad de los dioses; quiero decir que uno debería ser inmortal como ellos para poder aprovecharla por entero y, a la vez, no quedar como el diablo con los amigos lejanos”.
Sus dudas sobre la India se las transmitió a J. Barnabé, en 1957: “Sé muy bien que no soy nada, pero a cierta edad sólo los ingenuos creen que se puede recomenzar un itinerario vital. Los que van a la India adquieren algunas nociones de yoga y Vedanta y se consideran ‘realizados’ (como dicen ellos con su jerga especial); me parecen o ingenuos o hipócritas. En todo caso, se puede admitir la enseñanza del Vedanta -y yo lo hago, en la medida de mis fuerzas- desde aquí, desde el Occidente. Pero creer que basta ir a la India, escuchar a un ‘gurú’ y resolver para siempre los problemas metafísicos, es casi tan absurdo como creer en los prospectos de los medicamentos que todo lo curan en una semana...”. Comentó sobre un proyecto: “Creo, sin embargo, que me voy a embarcar poco a poco en un libro largo, cuya naturaleza me es todavía desconocida”; en tanto, le escribió: “Me consuelo leyendo y escuchando a Coleman Hawkins o a Satchmo”; “La vaga idea general que tengo de un libro (Los premios ) se va a traducir en cientos y cientos de páginas. ¿Hay derecho a hacer cosas así? En fin, mientras a mí me satisfaga, y a algún amigo, el resto tiene poca importancia”.
Llegado 1958, le informó a J. Barnabé: “Terminé una larga novela que se llama Los premios, y que espero leerán ustedes un día. Quiero escribir otra, más ambiciosa, que será, me temo, bastante ilegible; quiero decir que no será lo que suele entenderse por novela, sino una especie de resumen de muchos deseos, de muchas nociones, de muchas esperanzas y también, por qué no, de muchos fracasos. Pero todavía no veo con suficiente precisión el punto de ataque, el momento de arranque; siempre es lo más difícil, por lo menos para mí” (habla de Rayuela ).
Le escribió, en 1959, a A. Dávila: “Si algo sé, es lo que cuesta lograr plenamente un cuento; en realidad, en cada libro que publico no estoy satisfecho más que con uno o dos de los relatos. Los otros, después de múltiples tentativas, se niegan a adoptar esa forma quizá demasiado perfecta que quisiéramos darles. Y como la forma no existe en sí misma, sino que es más bien la justificación de lo que se escribe, la prueba tangible y estética de que valía la pena escribirlo, hay que deducir que pocos cuentos nacen plenamente vivos, con ese derecho a perdurar en la memoria que es su terrible fuerza y su más exacta belleza”.
Se sincera a J. Barnabé: “Somos tan complicados, nosotros, tan llenos de misteriosos resortes, de resonancias secretas, de alianzas y hostilidades, de encuentros y desencuentros... Jugamos un ajedrez casi demoníaco, y maravilloso. La amistad, esa que sólo se da a unos pocos seres a lo largo de toda la vida, es como una aventura espiritual llena de peligros, de asechanzas, de riesgos...”; “Pero esas amistades hechas de ignorancia mutua, de pura superficialidad, me parecen lo que podría parecerme la relación con una prostituta si se la compara con el amor profundo”; “Pero la amistad no es un mero encuentro en plena calle. De la simpatía a la amistad hay un largo itinerario, que pocos son capaces de seguir hasta el final”.
Continuó desde su interior, a J. Barnabé: “Lo que escribo es sobre todo invención, y es invención porque no tengo nada que recordar que valga la pena”; “Mi vida de joven fue igualmente anodina”; “Usted cree que yo puedo quizá llegar a ser un novelista”; y Rayuela sigue presente: “Lo que estoy escribiendo ahora será (si lo termino alguna vez) algo así como una antinovela, la tentativa de romper los moldes en que se petrifica ese género”; “Y por eso -es justo que usted lo sepa desde ahora-, muchos lectores que aprecian mis cuentos habrán de llevarse una amarga desilusión si alguna vez termino y publico esto en que estoy metido. Un cuento es una estructura, pero ahora tengo que desestructurarme para ver alcanzar, no sé como, otra estructura más real y verdadera; un cuento es un sistema cerrado y perfecto”; y puntualizó: “Pero habré jugado lealmente, y lo que salga será así porque no puedo hacer otra cosa”; “Por eso El perseguidor es diferente, y usted habrá pensado en él al leer estas líneas tan confusas. Ahí ya andaba yo buscando la otra puerta”.
Desde Buenos Aires, a J. Barnabé: “Este es un país sin crítica, donde se dice que un libro es bueno o es malo sin aducir razones y sin siquiera firmar lo que se dice”; y a L. Bataillon : “Este modesto infierno bonaerense, donde todo está mal, donde la vida se ha convertido en una protesta continua por el precio de las cosas, los golpes de Estado, el petróleo...”.
Se confesó con F. Porrúa, en 1960: “Hay una sola cosa cierta, y es que ya no sé escribir cuentos”.
A P. Blackburn, en 1961: “La semana pasada terminé Rayuela. Es, creo humildemente, una cosa muy bella”.
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