Miércoles 17 de setiembre de 2003

Mediomundo

Otras palabras

Me hago el Hemingway. No me sale, lo imito pésimo. Sigo los consejos de Ciorán y construyo mi propia escala de soberbia. No tanto en la letra -aunque el arte sea la historia del robo, como dijo Peter Gabriel-, no en la línea o en la construcción del párrafo -quién pudiera-, sino en el gesto vital, en la presencia de supermacho, en la onda. De vivir, Ernest Hemingway sería cool.

Imagino que, como él, colecciono álbumes repletos con poderosas postales de momentos que fueron míos una vez. Abrazado a la cabeza de un león. Con la pluma apoyada sobre una mesa de madera al borde del Kilimanjaro.

Si hay fanáticos de The Beatles que se permiten ser dueños de la última tostada que desayunó John Lennon, yo persisto en recrear muy imperfectamente al gran Papá. Al cazador blanco. Al borracho de Cuba. Al delirante creador de romances entre fronteras peligrosas y trenes de madrugada.

A veces también me da por protagonizar un Chatwin. Sobre todo cuando bajo hacia el sur más profundo y las horas se vuelven interminables arriba de un colectivo. Repaso sus crónicas patagónicas y las creo ciertas de la misma manera en que lo son los típicos árboles inclinados por el viento en Santa Cruz o Magallanes. Sus palabras construyendo el universo de lo extremo. Azul. Frío. Cielos inmensos y cercanos.

Olvido mis carencias. Sumergirse en la literatura de los genios nos permite este tipo de licencias. Vicios de lector.

De algún modo, me resisto a ser una única persona en esta vida. A dominar un solo idioma. A escrutar en unos pocos sentimientos habiendo tanto aire en el ambiente. Ser testigo de las travesías ajenas impulsa las propias. Las ayudan a levantar anclas. Encienden el fuego.

No nos ha sido dada la eternidad sino la capacidad de asimilar el cambio.

Esa parece ser la función de los ídolos, reales o ficticios: inspirarnos. Soplarnos el hálito infinito detrás de la oreja. Uilses, Hemingway, Robinson Crusoe, Kerouac, Chatwin, Lawrence de Arabia. Una selección caprichosa si las hay, todos aventureros, unos anclados en una isla, otros en la masa tremenda de un continente. Empujados sobre un mapa mental inclasificable.

"El ser humano es esencialmente fabulador. Constantemente estamos reinventándonos la realidad. El ser humano depende de la imaginación para poder ordenar, entender y soportar la vida", le dijo Rosa Montero a la "La Nación".

Cuando me faltan las ganas de seguir, días tristes y aburridos apagados de creatividad, repaso frases que nacieron para despertar el espíritu. Hay muchas. Están en las biografías de estos personajes sin tiempo, en sus libros, en sus momentos convertidos en palabras. A veces mansas, a veces desesperadas.

Me gusta el primer párrafo de un libro extraño e increíble como "Al romper el alba", de Hemingway. Extraño por inacabado y, entre otras cosas, por haber sido encontrado hace no mucho tiempo; e increíble por su intensidad. Lo dice Hemingway y sueño. Sueño sin consuelo. Estoy un poco ahí.

Escribe: "Las cosas no eran demasiado sencillas en ese safari porque las cosas habían cambiado mucho en Africa oriental. El cazador blanco era buen amigo mío desde hacía muchos años. Le respetaba como no había respetado nunca a mi padre, y él confiaba en mí, que era más de lo que yo me merecía. No obstante, era algo que había que intentar merecer. El me había enseñado dejándome ir por mi cuenta y corrigiéndome cuando me equivocaba. Cuando cometía un error, me lo explicaba. Luego, si yo volvía a cometer el mismo error, me lo explicaba con mayor detenimiento. Pero era nómada y finalmente iba a dejarnos porque le resultaba necesario estar en su granja, que es como llaman en Kenia a una finca de ganado de diez mil hectáreas. Era un hombre de carácter muy complejo; en él se compendiaban el valor absoluto, todas las debilidades humanas y un entendimiento de la gente de rara sutileza y muy crítico. Estaba completamente entregado a su familia y a su hogar; no obstante, le gustaba mucho más vivir alejado de ellos. Amaba su hogar y a su mujer y a sus hijos".

Claudio Andrade
candrade@rionegro.com.ar

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