Sábado 13 de setiembre de 2003

En clave de Y

El hombre encadenado

Frente a la catedral de Neuquén, en la plazoleta de los artesanos, hay un hombre encadenado. Es flaco y alto como don Quijote, y como él, afronta la molienda que tritura el poder. La cadena blanca pende del cuello huesudo, y ahí está un enorme candado que debería agobiarlo pero no: le permite caminar un poco, gesticular y hacer de centro en el cada vez más numeroso círculo de fieles seguidores. Se llama Charlie -pronúnciese Charly-, y pertenece a la rara y preciosa estirpe de los poetas.

Charlie se encadena para liberar la palabra. La palabra presa, impresa, imprentada. La palabra.

Palabras dicen los que pasan: qué hacés, loco. Qué le pasa, señor. Dale, Charlie, no aflojes. Palabras dicen los fieles seguidores, los frutos de años y años de talleres de escritura, los que aprendieron con él la música, vencedora del tiempo, dice Charlie desde una radio, la música inolvidable, dice Charlie, desde otra. Palabras escriben en la sección cartas de lectores, contando de él y de su gesta.

¿Y cuál es su gesta? "Peticiono por poco placer propio: primero procuré, pacíficamente, presentando papeles probatorios, pero pobres personas poderosas prefirieron pararlos prestamente. Pedí, pedí, pedí...pero perdí. Posteriormente, pude publicar, prolijando presiones periodísticas. Pasearon precisas peticiones para perderlas por prestos pasillos, pero probando 'perra persecuta'. ¿Por qué prosigo? Para presionar por poetas, prosistas, pensadores! Para purgar paupérrimos poderes!".

En un pulcro cartel, se lee "por la transparencia del Fondo Editorial Neuquino", del cual fue echado, sí, echado, y pide por su reincorporación, qué atrevimiento, querer transparencia y trabajo, dónde cree que está Charlie, todavía no entendió cómo son las cosas por aquí...

Y sigue declamando a quien lo escuche: no quiero nada con "V": ni violencia, ni vehemencia, ni venganza: pido justicia, dice, y señala la alta cruz y sigue: porque mi reino no es de este mundo, y mi Señor es más poderoso, y hasta cuándo, Charlie, hasta el final, dice. Poseído del espíritu del Quijote, "ladran Sancho, señal que hay que fundar la nueva Argentina, en el vértice del Sur, y que Buenos Aires sea, como siempre, la capital del contrabando", se exalta.

Custodiado por expertos, El desde la alta cruz, -catedral apretada entre una óptica y un bar-, teniendo en frente (de la vereda de enfrente) bancos y negocios (no se puede servir a dos señores, dijo El) ; Evita a un lado que verdea de justicia; al otro y más allá Roberto Matta, que desde Bellas Artes lo alienta con el Quijote, descontracturado caballero, descoyuntado caballo, molinos varios y un alegato aún más bello para que encaremos "la quijada de la fe, donde la fe pone la otra mandíbula"...

El poder le ha mandado un mensajero: un puesto, cuando quieras, Charlie... menos en Cultura, menos en el Fondo -el de la editorial, el que debe imprimir previo concurso de precios las palabras de los escritores, sin imprenta previa-.

Y respondió Charlie que dijera esto al poder: si la cadena estuviera en mi cinturón, tendría a Mónica Lewisky; si la tuviera en el bolsillo, tendría un puesto, pero la tengo aquí, señala Charlie, entre mi voz y mi corazón: quiero justicia.

Dudo que el mensajero transmitiera al destinatario tamaño manifiesto, por aquello que el poder mata al mensajero. Pero sin duda llegó a quienes siguen con minuciosa artesanía los últimos días de campaña, esos en que un detalle -una cadena, una palabra- puede opacar un prolijo tramado.

Mañana, en torno de Charlie, y en honor de la muy honorable biblioteca Juan Bautista Alberdi, el de la palabra profética, habrá un encuentro de la poesía denominado "Juegos Florales de la Literatura: el Exilio Encadenado".

Que el hombre encadenado quiere liberar la palabra.

Beba Salto
bebasalto@hotmail.com

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