Sábado 6 de setiembre de 2003

 

Lugares comunes

 
  Las frases hechas y los lugares comunes generalmente se reproducen precisamente en los “lugares comunes”, como los pasillos y los ascensores. Es más, hay lingüistas que dicen que a esos espacios se los nombra así por la repetición de tonterías que dice la gente de los edificios al cruzarse en los pasillos. Reconocidos terapeutas han estudiado el PANICUS SILENTIS, que vendría a ser la imposibilidad de quedarse dignamente callado cuando nos topamos con una persona en un lugar de dimensiones reducidas como un hall. Este aumenta cuando el espacio se reduce a un pasillo y llega su punto máximo en un ascensor.
La presión de socialización crea una atmósfera de tensión insostenible que sólo se alivia al crear un vínculo comunicativo como: “Lindo día”, “¡Qué tiempo de locos! ¿No?”, “¡Qué lluvia terrible! ¿No?”, “Al mal tiempo, buena cara”.
Algunos historiadores han aseverado que las frases hechas se remontan a tiempos en los que todas las frases estaban por hacerse (¡obvio!) y todos los lugares comunes eran especiales. Cuando a Adán repentinamente se le apareció Eva, éste no supo qué decir, sintió una presión interior cada vez más grande y dijo: “Calor, ¿no?” Eva se sintió tan alagada con aquella frase que aludía al clima, que le espetó el más que famoso: “Más que la calor, lo que mata es la humedad, ¿vio joven?”. En aquellos momentos fundacionales en los que estos diálogos eran excelsos y originales piezas oratorias, Adán de paso se enteró de que sólo dos palabras de él bastaban para provocar seis veces más de Eva. Pasaron tres horas de silencio y Adán, que no era ningún tontito, le dijo con sonrisa pícara.
- ¿Vos siempre venís por acá?
- No, es la primera vez, me invitó una amiga -respondió ella.
Adán, fantaseando con una partusa, miró para todos lados entusiasmado, pero se desilusionó al no ver a nadie más que a una víbora enroscándose en el árbol.
- ¿La flaquita? -arriesgó Adán.
- Yo con tus amigos no me meto y aparte, ¿qué querés decir? ¿Que yo estoy gordita? -replicó Eva.
Adán optó por cerra la boca, lo cual también fue un lugar común de los hombres ante las mujeres.
Sin embargo, hay días en los que no hay espacio para lugares comunes. Son ésos en los que su planta del pie le envía la información a su cerebro de que la gata tuvo una noche de diarrea y el dedo chiquito de la misma extremidad le anuncia que la pata de la cama está un poco sobresalida y, además, el cierre de la bragueta sube y baja sin realizar su cometido de separar lo íntimo de lo público. Si la viejita del tercero “E” le dice: “¿Vio? ¡Por fin salió el sol!” usted seguro que responderá: “¡Claro, para usted, porque yo sufro de fotofobia! Pero qué importa, al final el agujero de ozono nos terminará derritiendo a todos”. Saldrá del ascensor como una tromba, rengueando y con un pulóver viejo que le llega hasta los muslos pero no frena el chiflete que entra por la entrepierna.
Llegar al trabajo y decir secamente: “Hola, ¿cómo estás?” es suficiente para escuchar obviedades como: “De diez más IVA”, “No te cuento para no amargarte” o “Me tuve que apretar un dedo para sufrir un poco”. Por suerte, nos cruzamos con el cadete al que saludamos y nos responde:
-¡Pampa!
-¿Cómo?
-¡Grande… inmenso, chabón!
Nos quedamos tan perplejos como satisfechos al haber asistido al nacimiento de un nuevo lugar especial antes de que sea común.

Horacio Licera
hlicera@rionegro.com.ar

     
     
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