Miércoles 3 de setiembre de 2003

Mediomundo

Personajes

Necesito música de fondo para protagonizar mi vida. Con los auriculares puestos soy otro. Un poco más atrevido. Más jugado. La música me permite superar, un poco y por un rato, la enorme gama de mis peores defectos.

Sin música no tengo guión. Soy la cuarta parte de "Tiburón" o la segunda de "El exorcista". En los peores momentos de la semana me siento un personaje secundario, sin importancia. El mozo escuálido que le sirve el Martini seco a James Bond. La florista enamorada de Brad Pitt. Menos que cero. En otras ocasiones levanto temperatura, estoy por desembarcar en algún sitio y tiembla el continente bajo mis pies. Aquí es cuando la música se vuelve protagonista también. Suenan los timbales. La fila de vientos estremece mi pecho. Las pulsaciones rompen sus propios récords de velocidad. Soy Rocky con los brazos en alto como en "Rocky II"; Bruce Willis saliendo herido pero entero de la torre aquella en Nueva York en "Duro de matar"; "Lawrence de Arabia" arriba del tren antes de que lo bajen de un disparo; Humphrey Bogart brindando con champán en "La bella aurora" de París junto a Ingrid Bergman. Es decir, pierdo la conciencia de mí mismo. Drogado por la música y los recuerdos de películas que he visto hasta el cansancio.

En general me siento nadie. Una página en blanco que todavía no ha sido escrita. Días atrás leí que "Seinfeld" era una serie acerca de nada en particular. Exacto, eso soy yo: nada en particular. Entonces resuelvo este problema de identidad invocando fantasmas, soñando que soy la creatura de un filme. Cuando joven llegué a comprarme las zapatillas rojas All Star del joven galán de una película -creo que se llamaba "Desesperados"- y tuve una campera muy parecida a la de James Deam en "Busco mi destino". Sam Shepard escribió en sus maravillosas "Crónicas de motel" que se había pasado media adolescencia sonriendo como Burt Lancaster en "Veracruz" aunque sus dientes no eran blancos sino amarillos y cubiertos de caries.

Con los libros ocurre algo parecido. Sin embargo prefiero las películas, porque éstas vuelven a mi memoria con la banda sonora y los gestos de los actores perfectamente delineados en la pantalla. Será por eso que los actores se convierten en estrellas, en semidioses caídos del Olimpo. De ahí viene nuestra pasión por ellos. Encarnan un modelo superlativo.

Siempre recuerdo a John Travolta cuando caminaba por la calle al ritmo de "Sobreviviendo" de los Bee Gees en "Fiebre de sábado por la noche". Algo hay de este crío soñador en mi vida, no importa que yo sea un tipo feo. En esa célebre caminata, Travolta interpreta a alguien sin nada que perder, que percibe al mundo como un territorio abierto, anhelante, y no como el laberinto mañoso que en verdad es.

La música le da un sentido al escenario en el que vivimos y nos devuelve a un lugar mitológico donde podemos reencontrarnos con fuerzas ocultas. Son nuestras al fin y no salen a flote así porque sí. Lo que imaginamos tiene un increíble poder de persuasión sobre nosotros y los demás. No creo en Dios sino es una energía circundante que puede ser utilizada de muchas formas. La imaginación, la fantasía, la esperanza y sus herramientas -la oración, la meditación, el arte- son llaves capaces de abrir puertas que permanecen cerradas cuando nos negamos a proyectar. Somos lo que comemos, dice una máxima dietética.

Somos el producto de nuestros sueños.

En el pasado los griegos excitaban sus almas en increíbles puestas teatrales que invadían la platea, los mayas participaban de juegos en los que el ganador tenía derecho a llevarse la ropa de los espectadores. En fin, momentos de la humanidad en que los papeles se trastocaban.

Aun siendo la imitación pobre de un modelo de leyenda, nos inventamos a nosotros mismos. Armamos el rompecabezas. Un marinero en alta mar. Haciendo trekking en los bordes de una montaña. Con una pipa y un trago en la mano en un sillón de cuero. Escribiendo un poema de amor para conquistar a la chica imposible.

¿Por qué no dibujar el cielo con los dedos?

Claudio Andrade

candrade@rionegro.com.ar

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