Domingo 10 de agosto de 2003

La semana en San Martín de los Andes

Diez mil años

Las leyes que rigen el universo pueden ser conocidas o no, pero su dinámica es irreversible también para quienes las ignoran. Los necios pueden hasta negar la ley de gravedad, pero ésta funciona igual. Los cerros que circundan a San Martín de los Andes no son tipificados como de riesgo de aludes masivos, pero sí de deslizamientos aislados. Infrecuentes, pero posibles por condiciones naturales o por la acción del hombre.

El deslave puede arrastrar piedras de más de un metro de diámetro, "diminutas" para el portento de la naturaleza, pero asesinas camino de una vivienda.

En 1994, un informe técnico de Minería relevó las condiciones de estabilidad de afloramientos rocosos en faldeos del cerro Curruhuinca (barrio Vallejos), a pedido de las entonces autoridades municipales. No era alarmista, pero admitía esporádicos "pequeños" desprendimientos por movimiento perpendicular sobre el plano de los afloramientos; fenómeno que, ilustraba, ha sido similar en los últimos 10.000 años.

Los geólogos decían: "la ladera (...) se encuentra en equilibrio natural; la vegetación, el suelo y la disposición de los materiales que la componen son los factores que impiden la generación de deslizamientos..." Para conservar ese equilibrio, añadían, "es necesario minimizar al máximo el impacto provocado por la acción antrópica", como tala de árboles, extracción de bloques para cimientos de viviendas, generación de senderos, etc.

Desde 1994 hasta el presente, el poblamiento del Curruhuinca no se detuvo. Los barrios multiplicaron calles; nuevos residentes ganaron espacio quitando árboles; los líquidos de sus sumideros corren hoy cuesta abajo; los automóviles pasan; los peatones atraviesan atajos a modo de heridas en la montaña.

El pasado 8 de julio, una de esas "pequeñas rocas" de 500 kilos se desprendió de su anclaje natural y perforó una vivienda en la que dormían cuatro jóvenes. Por increíble imperio de la fortuna, no provocó víctimas. Pero pudo ser una tragedia. Los vecinos reclaman.

San Martín es, en términos esquemáticos, un cajón cuyas paredes son los cerros. Las vías de escape urbanizables están acotadas. La ciudad crece. El crecimiento gana espacios donde puede. Incluso donde no debe. Pero existen instrumentos legales que, por cierto, no han de tapar el sol con las manos, pero al menos podrían intentar poner orden donde no lo hay.

No se trata de volver a prohibir lo que está prohibido, pues buena parte de esas tierras son o han sido fiscales, con situación dominial regularizada tras el paso del tiempo. Sin embargo, las ocupaciones espontáneas continúan. Ya se han ensayado aquí medidas cautelares para detener asentamientos humanos, por ejemplo en Lolog El interés está dado allí por el impacto sobre el agua que toma la ciudad del río Quilquihue, y la futura regulación de la villa. La seguridad de las personas bien ameritaría un tratamiento similar para zonas de riesgo, con más restricción en los hechos que el dudoso impedimento formal del carácter fiscal de las tierras En tanto, habrá que encarar acciones para minimizar el peligro que corren las familias ya asentadas. Hay planes e informes técnicos. Como decíamos. Se pueden ignorar 10.000 años de historia geológica, pero la naturaleza no distingue entre la urgencia de quienes necesitan de un pedazo de tierra, y la necedad de quienes miran para otro lado.

Y la naturaleza, se sabe, puede reaccionar mal...

 

Fernando Bravo

rionegro@smandes.com.ar

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