Sábado 30 de agosto de 2003
 

La “globalización pasiva”

 

Por Eva Giberti

  a evidencia no deja lugar para dudas excesivas: hoy en día grandes núcleos de población, caracterizados como países, se conocen recíprocamente; saben de sus respectivas costumbres, de sus religiones, registran sus prácticas políticas y diariamente toman contacto con lo que los habitantes de otros mundos piensan, hacen y reclaman.
El fenómeno de la mundialización, habitualmente conocido como globalización según la perspectiva económica, abrió las compuertas de los que se consideraban “otros mundos” en el sentido de algo lejano y desconocido. La aureola de misterio que alguna vez los rodeaba se desactivó gracias a los medios de comunicación.
Esta circunstancia produjo y continúa produciendo modificaciones en los pensamientos y en las maneras de pensar de mucha gente. No sólo en el contenido de sus pensamientos, sino en el modo de construirlos, en los mecanismos que utilizamos para pensar, por ejemplo, las lógicas mediante las cuales se justifican o se rechazan determinados procedimientos políticos, culturales o sociales. Es decir, la manera de comenzar a construir los pensamientos ha variado a partir del inmenso panorama que estimula diariamente nuestros sentidos; lo que vemos, escuchamos y saboreamos. Al mismo tiempo dicha variación depende de la posibilidad y de la predisposición de la que cada cual disponga para cambiar acerca de determinadas convicciones personales.
Dichas convicciones podían resultar inamovibles si se carecía de diversos modelos, alternativos respecto de las mismas. Pero ante la evidencia de modelos provenientes de otros mundos, que se pueden evaluar como exitosos, se cuenta con la posibilidad de ingresar nuevos pensamientos, contradictorios a veces, si se los compara con las ideas personales que nunca habían sido puestas en jaque. Este es uno de los fenómenos propios de la globalización, una de cuyas características reside en la velocidad -vertiginosa- con la que estos cambios se producen. Otra característica reside en que las novedades que se van conociendo se relacionan entre sí constituyendo un sistema que abarca los avances tecnológicos, el conocimiento de prácticas religiosas, los criterios acerca de las diferentes artes, las estéticas impensadas como tales y (sólo por no excederme en la enunciación) las diversas formas de organización familiar. Vertiginosidad y organización en sistema que por momentos producen perplejidad, en otras oportunidades rechazo, al mismo tiempo que una significativa adhesión de numerosos grupos humanos.
Este fenómeno no es asimilable a lo que ocurrió en otras épocas cuando los procesos de internacionalización desembocaron en los organismos tales como Naciones Unidas -que acaba de mostrar su ineficacia ante la invasión de Irak- y otros destinados a implementar el conocimiento y el intercambio entre diversas prácticas de los países firmantes: la Organización Internacional del Trabajo, la FAO y la pléyade de siglas que en ese tiempo se fundaron. Seguramente esperanzadas en mejorar las condiciones de vida de los habitantes del planeta. En este sentido cabe destacar la eficacia de las declaraciones internacionales en materia derechos humanos y de las garantías de los mismos. Eficacia de índole política, ya que no se refiere a su aplicación en cada región.
La actualidad muestra otra perspectiva en lo que a la gente, a nosotros, se refiere: lo que Sidicaro denomina la globalización pasiva, diferenciándola de la globalización activa que los distintos países producen, promueven o sobrellevan según se trate de países desarrollados o los denominados en vías de desarrollo (los que en realidad son subdesarrollados).
El desarrollo de la tesis que sostiene la idea de globalización pasiva demandaría un espacio extenso, pero es posible incorporar el interés por la misma pensando en la posición de aquellos países que no han conseguido acceder a la que se denominó sociedad de conocimiento, que incluye la producción de ciencia y tecnología avanzados. Obviamente nuestro país es uno de ellos; caracterizado por el escaso presupuesto destinado a educación y a ciencia e investigación. Forma parte de los países que recurrieron a los capitales internacionales (incremento de la deuda externa) y que facilitaron las privatizaciones a cargo de empresas trasnacionales al costo de la disminución de los derechos de los trabajadores, así como de sus salarios. Fenómenos cuya articulación coadyuvó en la debilitación del Estado y en el potenciamiento irrestricto de intereses sociales y culturales propios de las inversiones extranjeras. La que Sidicaro describe como globalización pasiva nos permite -a quienes provenimos de otros campos de estudio- utilizar su lúcida enunciación en la construcción de pensamientos capaces de ligar esta circunstancia con los procesos psíquicos.
¿Solamente estamos inmersos en esta índole de globalización asimilando pasivamente lo que se nos impone? No. Tampoco sucedió de ese modo en los comienzos de la globalización, ya que las voces de alarma fueron muchas. Pero un universo de hombres, mujeres, jóvenes, niños y niñas descansa pasivamente en los aspectos absorbentes, seductores y simplificadores que pueden derivarse de la asunción irrestricta de todos los contenidos culturales que la globalización ofrece o promueve. Sin que ello implique -por lo menos desde mi perspectiva- una mirada exclusivamente descalificadora de los procesos globalizantes.
Las aperturas que la globalización propicia pueden enriquecerse si se asume que los fenómenos que ella genera actúan en el ámbito de un país en vías de desarrollo, impregnado por mareas de científicos e intelectuales de primer nivel y por ciudadanos y ciudadanas que resistieron ante el terrorismo de Estado y que actualmente se prometen un giro esperanzado hacia un nuevo proyecto nacional. El riesgo persiste en quienes recurren a la globalización como disfrute de la inercia travestida como progreso y garantía de una vida mejor.
Claro que hay posibilidades de un mundo mejor. Es la consigna de Seattle y de Porto Alegre: un mundo mejor es posible.
     
     
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