Sábado 30 de agosto de 2003 | ||
¿Es posible pensar en educación si no comen todos? |
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Por Roberto Nogués |
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Sabemos que la escuela cumple un papel central en todas las sociedades, particularmente durante el momento formativo de los jóvenes. De ahí que la misma comunidad sabe lo que pide y por qué lo pide cuando demanda educación para sus hijos. Porque la escuela en un sinnúmero de instancias, es una institución irreemplazable: es el ámbito ideal para transmitir conocimientos, ideas, valores, compartir y reformular prácticas sociales, enseñar a luchar, transferir tecnologías, recrear culturas, formar hombres libres, etc. etc. ¿Pero este papel lo está ejerciendo? Los trabajadores de la educación sienten que se les pide más de lo que ellos están en condiciones de brindar; que han sido formados para enseñar y que el desempeño de otros roles interfieren con su misión específica. Hasta acá no se dice nada nuevo, pero tal vez sea el momento de decir que un maestro, es un maestro y esto es mucho. Enfrentar el día a día en contextos donde las desigualdades se profundizan sin pausa, se torna angustiante. Si estábamos preparados para resolver problemáticas asociadas todas con el deterioro de las condiciones económicas de las familias, ya nos resulta difícil afrontar el hambre de muchos de nuestros pibes. Hoy decimos en voz alta a los que tienen la obligación de escuchar: son nuestros adolescentes los que más sufren los efectos de la falta de empleo de sus padres, al estar expuestos a una constelación de riesgos que no afectan en la misma medida a los jóvenes más privilegiados. Los de bajos recursos tienen cuatro a cinco veces más riesgo de nacer con bajo peso; diez veces la contingencia de que su madre muera durante o como consecuencia del parto; seis veces más posibilidades de que en el segundo trimestre de su embarazo su madre no se haya hecho ningún control médico; casi diez veces que su madre sea una adolescente; el doble de probabilidades de morir antes del primer cumpleaños; diez veces más posibilidades de vivir en viviendas inadecuadas y con hacinamiento. También ocho veces más riesgos de nacer en el seno de una familia numerosa y de muy bajos recursos, y es cinco veces más factible que deserten de la escuela primaria y quince veces de la secundaria. La carencia de alimentos es la cara más emotiva de la pobreza, sobre todo en aquellos sectores que sufren las consecuencias de la implementación de políticas desiguales e inequitativas, y en este sentido la situación planteada por la comunidad educativa del CPEM 54 del barrio San Lorenzo, creemos debe ser atendida con urgencia y no necesita ser extrema como la que estamos acostumbrados a ver por televisión para afectar irreversiblemente a nuestra juventud. Por su frecuencia, por su silencio aparente, es la desnutrición menos evidente la que encubre serias deficiencias físicas, psíquicas y emocionales. Varios son los indicadores en nuestra escuela que nos obligan a no mirar para otro lado, a saber: -Bajo rendimiento académico, principalmente en los primeros y segundos años con porcentajes de repitencia superiores al 50%. -Deserción en los estudios, promedio a la fecha de dos alumnos por curso. Sobre 15 secciones que cuenta el establecimiento, a la fecha suman 30 los alumnos que quedaron fuera del sistema, el equivalente a un curso completo. -Elevado desgranamiento producto de lo citado anteriormente y agravado por la propia inestabilidad de las familias por falta de viviendas, trabajo y deterioro de las relaciones de sus progenitores. La existencia de seis primeros años y tan solo un quinto, es la prueba más demostrativa de lo que decimos. El 45% de los alumnos está incluido en el Programa Nacional de Becas, que exige entre otros requisitos al grupo familiar tener ingresos por debajo de los $500. Dato que revela la real situación de vulnerabilidad social de muchos de nuestros jóvenes, teniendo en cuenta que el colegio posee una matrícula de 430 alumnos. -La agudización de problemáticas ligadas a la violencia; inadaptación a normas de convivencia escolar; apatía y dispersión; agresiones físicas y verbales a profesores y compañeros; destrucción de muebles y elementos escolares; fugas del hogar; adicciones y embarazos precoces, forman parte del lenguaje cotidiano en las aulas. -Bajo rendimiento físico-deportivo durante las clases de educación física. La comunidad educativa del CPEM 54 no descubrió la pólvora, lo que está diciendo es que la falta de alimentación y las pauperizadas condiciones socioeconómicas de las familias se constituyen en los predictores del fracaso escolar. Para ello es correcto y acertado el reclamo de los padres en cuanto a la exigencia de la implementación de un comedor estudiantil y del acompañamiento con recursos y apoyo pedagógico de parte del Consejo Provincial de Educación, para atender así algunos de los factores que anteceden a la repitencia, al bajo rendimiento y al abandono escolar. En este marco el problema planteado ante una sociedad con desigualdades crecientes, lógicamente los puntos de partida son muy diversos, por lo que la garantía de la escolaridad por parte del Estado no significa equidad. No se trata sólo de diferencias individuales o psicológicas, sino de posibilidades en función del medio social y económico del que se procede y al que pertenece. (*) Profesor. Director CPEM Nº 54 de Neuquén |
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