Martes 26 de agosto de 2003
 

Las vitrinas de la
política neuquina y la
democracia de Schumpeter

 

Por Gabriel Rafart

  Si el economista convertido en estudioso de la política de su tiempo Joseph Schumpeter regresara al mundo de los vivos, sería encomendado desde alguna fundación del norte a “auditar” las “democracias” del mundo, seleccionando, entre otras, a la argentina, después de su magnífica crisis de hace dos años. El propósito de semejante auditoría para el caso nacional sería explicar el porqué del renacimiento de la democracia en el país e identificar las piezas nuevas que la han hecho posible, sin ocultar los elementos que se mantuvieron en el tiempo. Nuestro Schumpeter tendría una tarea gigantesca, eligiendo él mismo a un competente equipo de colaboradores. Sin embargo, y dado su espíritu inquieto, propio de esos científicos sociales de la primera mitad del siglo XX que querían saberlo todo, se apropiaría de los “casos” extraños. Seguramente el neuquino sería seleccionado como caso testigo por estar alejado del centro político del país, pero también por otras razones. El economista vienés, devenido en jefe de una misión difícil, tomaría a Neuquén como un desafío propio, debido a la presencia de tantas piezas “extrañas” con respecto a las disponibles dentro de los otros escenarios provinciales de la política argentina.
Antes de emprender el viaje a la experiencia neuquina, Schumpeter elaboraría una lista provisoria con las “extrañezas” detectadas: un partido provincial gobernante con cuatro décadas en el poder que basa su discurso en la promesa del bienestar eterno, un liderazgo excluyente dentro de ese partido, acompañado por una élite joven con declarada capacidad técnica instalada en los principales sitios de la burocracia estatal, que administra ingentes recursos de manera selectiva en una lógica de intercambio de favores por votos. Sin abandonar su mirada hacia la cúspide de la estructura de poder, perspectiva que lo destacaba igual que otros tantos teóricos del elitismo de su tiempo, listaría lo sucedido en la oposición, donde la fragmentación y eterna desconfianza en un contexto de escasez de “cuadros” serían los datos más atractivos. Agregando, que esas fuerzas, capaces de declamar a todos los vientos la consecuente intención de vencer en elecciones limpias al partido gobernante, hacen poco por reunir esfuerzos concertados y sólo parecen querer alguna posición como empleados dentro de la estructura estatal, tal cual lo evidencia las dobles candidaturas a gobernador y diputado, a gobernador e intendente, entre otras.
Obligado por esa curiosidad que lo destacó en vida, en esta nueva oportunidad que la ficción le está dando, Joseph Schumpeter se haría llevar a los “lugares” de la política en Neuquén. Para su estudio, el momento de competencia electoral le brindaría una excelente oportunidad para conocer a los actores en acción. Sin miedo transitaría, en alguno de estos días de invierno moderado del 2003, por la avenida de mayor circulación de la ciudad de Neuquén. En uno de los puntos céntricos de la ciudad se toparía con un local partidario recientemente montado por el MPN. Sin conocer de valores inmobiliarios y al no detectar ninguna otra oficina de partido perteneciente a otras agrupaciones en su recorrida, se informaría de los desiguales recursos materiales con los que cuenta a su favor el partido gobernante. Nuestro “auditor” de la democracia neuquina se detendría para contemplar la fuerza simbólica y su concepción de la política democrática del partido propietario de esas oficinas. Lo haría a través del “lenguaje” de sus vitrinas.
¿Qué cosa extraña aparece en esas vitrinas? Imágenes conocidas. Un rostro austero en posición propia de un alma en reflexión, que vale tanto para un político, un intelectual, un artista o un alienado. Esa imagen es la del candidato a gobernador que va por un seguro triunfo. Algo más lo acompaña en esas vitrinas. Schumpeter observaría un lacónico “informes y consultas”, junto a un número de telefonía gratuita del tipo 0800 y la dirección de la web en Internet. Ante éstas, un auténtico resumen de la práctica de la democracia en Neuquén, nuestro ilustre visitante constataría la actualidad de aquella definición fraguada hace sesenta años, con pretensión de teoría para la democracia, que no fue más que una suerte de justificación con sentido de “realismo” y razonabilidad de su fórmula para todos los tiempos.
Hacia principios de los años cuarenta, cuando las escasas democracias de Occidente y la Unión Soviética comprometían ingentes recursos bélicos para saber si eran capaces de sobreponerse a los triunfos de Hitler, Schumpeter ofrecía al público norteamericano su “Capitalismo, Socialismo y Democracia”. Obra que prometía mucho, pero que se proyectó con inusitada fuerza dentro de la reflexión sobre la política por su revisión crítica y empírica de la idea de democracia entendida de manera clásica como gobierno del pueblo y para el pueblo. Si la democracia no era eso, entonces ¿qué es la democracia? “Democracia significa que el pueblo tiene la oportunidad de aceptar o rechazar a las personas que pueden gobernarle”. Completaba esa idea y sin duda la imagen proyectada desde aquella vitrina le dan la razón ahora de cara a la actualidad: “Democracia no significa y no puede significar que el pueblo gobierne realmente en cualquier sentido manifiesto de pueblo y gobernar... la democracia es el gobierno del político”.
Y en ese gobierno del político la política está gobernada por mecanismos propios del mundo de economía. El autor de Capitalismo ... recurre a lo dicho por un político de los años treinta y ¿por qué no aceptarla sabiendo de la imbricación entre el mundo de los negocios y de la política imperantes en la provincia? Aquél afirmaba “Lo que no entienden los hombres de negocios es que exactamente igual que ellos comercian con petróleo yo comercio con votos”. Además, en una suerte de teórico del marketing electoral, Schumpeter decía que los partidos políticos recurren a los eslóganes y a las melodías características de las asociaciones de comercios y que ellas “son la esencia de la política, al igual que lo es el jefe político. Ese “informes y consultas”, ¿acaso no es un recurso del lenguaje comercial propio de una AFJP o de una entidad que presta dinero a valores usurarios o de cualquier organización empresaria que ofrece mercancías para su consumo?
Seguramente el informe de auditoría resultante, a fin de ser efectista pero no por ello menos cierto, sería una confirmación del enfoque de su productor. La democracia neuquina ofrece sólo “informes y consultas” para seguir a un “jefe político”. Joseph Schumpeter regresaría a su tumba habiendo cumplido su misión, después de señalar que su teoría no debe ser revisada y que las ideas de una democracia como gobierno del pueblo es una quimera de manual escolar.
     
     
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