Martes 19 de agosto de 2003
 

Tras el escrutinio, ahora el apagón

 

Por Gabriele Chwallek

  Todavía está fresco en la memoria el ridículo que significó para Estados Unidos la elección presidencial del 2000, en la que el simple proceso de contar votos se convirtió en una auténtica pesadilla. La superpotencia sufrió las burlas del resto del mundo, que se reía ante la incapacidad del imperio tecnológico “para sumar uno más uno”. Ahora, la reputación estadounidense está otra vez bajo fuego: justamente en el país de las supercomputadoras y las superarmas, millones de personas se quedaron sin electricidad porque, como todo indica, la infraestructura energética local es definitivamente obsoleta. El gobernador demócrata de Nuevo México y ex secretario de Energía, Bill Richardson, lo dejó claro: “Somos una superpotencia con una red eléctrica del Tercer Mundo”. También el presidente George W. Bush recordó inmediatamente después del apagón que él mismo advirtió “tantas veces” sobre la necesidad de apuntalar la infraestructura. El apagón “es una interesante lección a la que debemos responder”, dijo Bush.
El mandatario, al igual que su antecesor, Bill Clinton, aboga desde el principio de su gestión por una nueva ley federal de energía para evitar situaciones críticas de este tipo. Pero hasta ahora, la iniciativa está estancada en el Congreso por presiones de las compañías energéticas en los estados de los legisladores.
El mercado energético estadounidense sufre una implacable guerra de precios desde su desregulación, a fines de la década pasada. En este contexto, ninguna compañía realiza grandes inversiones para modernizar sus instalaciones. El patetismo de la situación quedó también evidenciado en las mutuas acusaciones lanzadas desde Estados Unidos y la vecina Canadá. La presunta responsabilidad de un rayo en una planta energética al otro lado de la frontera anunciada por ambas partes al principio de la crisis es comentada con sorna en los medios norteamericanos.
Pero el gobierno estadounidense tiene problemas más graves que el daño de la reputación de un país que se propone al mundo como un ejemplo en todos los ámbitos de la vida pública. El masivo apagón, que se extendió como un dominó por buena parte de la costa este, demostró que la red eléctrica es un objetivo sensible para un ataque terrorista. “Parece que es suficiente un sabotaje en una central eléctrica para desatar el caos”, advirtió un diputado en Washington.
Sin embargo, la desastrosa jornada del apagón dejó alguna razón para el orgullo. En todas las ciudades afectadas, la gente reaccionó con calma y solidaridad ante la situación. “Casi no hubo escenas de pánico o histeria”, elogió a la población el alcalde neoyorquino, Michael Bloomberg. La policía de Nueva York indicó que pese al apagón no hubo un aumento de la criminalidad, ni siquiera durante la noche, lo que fue atribuido a un fortalecido sentido de solidaridad después del 11-S.
Bloomberg ratificó esta impresión al recordar la ola de delitos que asoló a la Gran Manzana en la noche de julio de 1977 cuando un relámpago destruyó un transformador y dejó la ciudad en penumbras. “Hoy tenemos otra ciudad”, aseguró el alcalde. (DPA)
     
     
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