Sábado 16 de agosto de 2003
 

El vicepresidente (II)

 

Por Jorge Gadano

  Cuando uno acierta no está de más que lo destaque, sobre todo si no cuenta con nadie que lo haga. El sábado 19 de julio, hace menos de un mes, esta columna, bajo el título “El vicepresidente”, se extendía en consideraciones sobre el rumbo político propio que, a poco de que asumiera el nuevo gobierno encabezado por Néstor Kirchner, estaba tomando el vicepresidente Daniel Scioli.
Aquella nota se refería al apoyo que Scioli, en visita oficial a los Estados Unidos, había dado a que Miami fuera sede del ALCA, el Area de Libre Comercio de las Américas (los Estados Unidos de América hablan de “las Américas” cuando se refieren al continente que tomó su nombre del cartógrafo de Colón, el florentino Américo Vespucio. En eso son como los españoles, que cuando se refieren al Mundial de fútbol dicen “los mundiales”).
Por esa ayuda Scioli recibió el agradecimiento de Jeb Bush, hermano del presidente George W., gobernador del estado de Florida y, por lo tanto, amigo de la nutrida colonia anticastrista aposentada en Miami. Durante su estancia en esa ciudad hizo declaraciones gratas a los oídos del exilio cubano, y a la vez contrastantes con el trato deferente que Fidel Castro tuvo en Buenos Aires cuando asistió a los actos de traspaso del gobierno.
Decía también la entrega del 19 de julio que Scioli estaba “dando muestras de que, antes que un vice, se consideraría un co-presidente”. En realidad la institución vicepresidencial no sirve, en este país, nada más que para sembrar confusión, ya que quien la ejerce está vinculado, a la vez, a dos poderes del Estado: al Ejecutivo en tanto suplente del presidente, y al Legislativo por su condición de presidente del Senado. Naturalmente, en un régimen presidencialista como el de la Constitución argentina, el vice se siente más atraído por la Rosada que por un cargo honorífico -no tiene voto- en la cámara alta.
Esta semana fue pródiga en elementos de juicio que arrojan luz respecto de que el vicepresidente aspira a ser algo más que una figura decorativa en el gobierno. Por empezar, dejó trascender su desacuerdo con el proyecto oficial, ya con media sanción de Diputados, de declarar la nulidad de las leyes de Obediencia Debida y Punto Final. Sin pelos en la lengua dijo al respecto que el proyecto aprobado en Diputados “es muy cuestionable”, porque “el Congreso sanciona, modifica o deroga, pero no puede anular leyes”. Y luego, se permitió anunciar, el martes pasado, que en octubre próximo aumentarán las tarifas de luz y gas. De que éstas y probablemente otras tarifas de servicios públicos aumentarán pocas dudas hay, pero tampoco debe haberlas respecto de que no es el vicepresidente el encargado de dar la primicia.
El anuncio motivó desmentidas encargadas por Kirchner a su vocero Miguel Núñez y a la subsecretaria de Defensa de la Competencia, Patricia Vaca Narvaja. Eso fue el jueves. El mismo día, a la noche, Scioli creó clima de conspiración cuando habló de que nada conseguiría “quien quiera meter piedras entre el presidente y yo”. Pero trascartón se afirmó en el rol de socio presidencial al hablar de la responsabilidad que “tenemos” con Kirchner, que es “la esperanza de la gente”. Y a renglón seguido insistió en la primera persona del plural para ratificar su condición de co-presidente: “Lo hacemos con seriedad y responsabilidad”, dijo.
Desde sus inicios el peronismo fue una fuerza política de amplio espectro. Juntó a conservadores como Héctor Cámpora con socialistas y comunistas como Angel Borlenghi y Rodolfo Puigrós. En esa misma bolsa entraron generales, almirantes, cardenales y sindicalistas. Como se ve, había de todo. Seguramente responde a esa tradición que el presidente de la más reciente transición argentina, Eduardo Duhalde, haya sido capaz de unir en una sola fórmula a un ex setentista, militante de la Juventud Universitaria Peronista, con una estrella de la motonáutica que comenzó a brillar en política cuando Carlos Menem le sacó lustre.
Se ha podido leer en los diarios, en estos días, algún análisis que alude a “diferencias” en el gobierno, teniendo al gobierno como sinónimo de Poder Ejecutivo. Pero como cualquiera puede ver, el vicepresidente sólo es gobierno cuando, de acuerdo con lo dispuesto por el artículo 88 de la Constitución, reemplaza al presidente. De no ser así le toca presidir el Senado, una función equivalente a la de esperar en el banco de los suplentes.
¿Scioli quiere ser presidente? El columnista del diario “La Nación”, Gustavo Ybarra, cree que sí. En la edición de anteayer escribió que “el plan político de Scioli es de largo aliento, con la mira puesta en las elecciones del 2007”, aunque “ha empezado bien pronto a dar señales de que no está dispuesto a aceptar el rol institucional y casi nulo que han tenido los vicepresidentes peronistas, como lo demuestra con creces la historia argentina”. Así es. Aunque no estaría de más descartar que prevea una vacancia de la presidencia antes de que transcurran los cuatro años del mandato. La Argentina es un país frágil.
     
     
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