Viernes 15 de agosto de 2003
 

El prisionero del presente

 

Por James Neilson

  Muchos están preguntándose por qué el presidente Néstor Kirchner no se ha animado a aprovechar su popularidad actual para iniciar algunas de aquellas medidas “estructurales” antipáticas que suponen que tarde o temprano tendrá que tomar. Si bien es probable que no las crea necesarias -al fin y al cabo, a Kirchner le gusta el modelo peronista tradicional-,  aun así entenderá que a menos que haga algo en tal sentido, aunque sólo se tratara de retoques, el país seguirá aislado de los mercados financieros internacionales y las inversiones tan anheladas sencillamente no vendrán, de suerte que la recuperación se agotará por falta de combustible. Una explicación es que, con pragmatismo ejemplar, Kirchner y los suyos están concentrándose en “construir poder” con el propósito de proveerse de un bastión que sea lo bastante fuerte como para permitirles salir a derrotar a cualquier combinación de intereses creados. Dicha teoría, que acarrea la certeza de que el gobierno sí está resuelto a hacer frente a los problemas “estructurales”, ya no parece tan convincente como antes porque los días pasan sin que surja ninguna señal de que se haya propuesto poner en marcha un programa de reformas drásticas. Al contrario, todo hace pensar que lo que quiere el gobierno es prolongar hasta nuevo aviso un statu quo que desde un punto de vista político no puede sino parecerle sumamente ameno.
A primera vista, es irracional la negativa de Kirchner a intentar concretar cuanto antes cambios de la clase que sería apropiada para un país que conforme a casi todos, tanto sus propios habitantes como los que lo miran desde lejos, se ha hundido en un abismo ¿Cree el presidente que la Argentina puede prosperar sin que haga nada más que eliminar algunas lacras vinculadas principalmente con la prepotencia y corrupción de ciertos grupos de poderosos, por lo común “de derecha”? ¿Apuesta a que la ciudadanía se sentirá eternamente agradecida por no haber sido víctima de un colapso todavía más violento que el experimentado cuando Fernando de la Rúa caía y diversos caudillos peronistas disputaban “la herencia”? Puede que no, que Kirchner comprenda que algunos cambios importantes deberían instrumentarse y que tarde o temprano sus compatriotas comenzarán a ponerse impacientes, pero que aun así se siente obligado a continuar demorando la hora de la verdad.
Tal decisión podría comprenderse. Es que a diferencia de su equivalente brasileño, Luiz Inácio “Lula” da Silva, con el cual muchos suelen compararlo, Kirchner tiene por delante algunos meses más de elecciones. Con perversidad, gobiernos anteriores se las arreglaron para que el calendario electoral estuviera tan colmado de fechas clave como aquellos campeonatos de fútbol que se suceden uno tras otro para delicia de los aficionados y los dueños de canales televisivos y para el fastidio de los demás. Agregadas a las miles de encuestas de opinión que se difunden todos los días, estas elecciones “escalonadas” impiden a los gobernantes pensar en otra cosa que la reacción inmediata, sensata o no, de la gente frente a cualquier medida que procuren llevar a cabo o declaración que se les ocurra formular. Por mucho que se esfuercen por distanciarse un poco del presente, están atrapados en él. Para Kirchner sería un riesgo peligroso tratar de privilegiar el hipotético estado del país a mediados del 2006, digamos, por encima de su rating actual o, en el caso de que quisiera ser previsor, la semana que viene. Ya que tiene sus motivos para temer que la popularidad extraordinaria que le ha dado su famosa “dureza” resulte ser una mera burbuja, sería entendible que se resistiera a dejarla pinchar antes de contar con un sustituto en la forma de poder institucional muy bien afianzado.
Pues bien: un populista es un político que hace lo que acaba de pedirle la gente o, por lo menos, una proporción satisfactoria de la gente, sin preocuparse por las consecuencias a largo plazo de las iniciativas que hacen vibrar de emoción a las multitudes. Puesto que en las sociedades democráticas el electorado actúa como una especie de junta examinadora inapelable que a intervalos periódicos promueve a algunos políticos y echa a otros, todos han de ser populistas en cierta medida, pero en las democracias maduras abundan los conscientes de que es suicida comportarse como si el futuro no existiera, razón por la cual en ellas el populismo es considerado un vicio político peor aún que el autoritarismo. En América Latina, donde de todos modos la cultura política raramente ha sido plenamente democrática, tanto el populismo como el autoritarismo florecieron debido no sólo a sus muchos atractivos, sino también porque los problemas “estructurales” característicos del atraso económico son tan graves que dan miedo. Incluso si Kirchner supiera mejor que nadie que tal y como está conformada la Argentina no podrá salir del pantano, vacilaría antes de presentar un programa realista destinado a permitirle avanzar a un ritmo aceptable: si lo hiciera, su popularidad podría esfumarse de un día para otro. Frente al panorama amenazador así supuesto, sería natural que prefiriera convencerse de que ya está transitando por el “rumbo” más promisorio y que por lo tanto no se verá forzado a probar suerte e ir por un desvío en el que correría el riesgo de ser asaltado.
Sumado al horror que produce una realidad tan petrificante como la cabeza de la Gorgona Medusa, el cortoplacismo, institucionalizado gracias a un calendario electoral confeccionado por irresponsables y a la manía de las encuestas de opinión, hace casi imposible que el presidente Kirchner, o cualquier otro de origen similar, elabore un “proyecto” no tanto para lo que queda del año en curso, cuanto para los cinco o diez años siguientes.  Mientras el orden político nacional sea un mosaico compuesto de miles de teselas pequeñas arbitrariamente repartidas entre movimientos amorfos, no habrá forma de crear un gobierno que posea la capacidad de aguante suficiente como para resistirse a las presiones de las corporaciones, tanto las regularmente denostadas por Kirchner como las otras que, por motivos políticos, quiere tener a su lado, o para llevar a cabo un programa ideado con el propósito de desbloquear la sociedad para que por fin pueda sacar provecho de sus recursos, sobre todo los humanos, que a pesar de todo lo sucedido en el transcurso de las décadas últimas aún son muy grandes.
La Argentina no es el único país en el que grupos organizados están en condiciones de sabotear propuestas que si bien desagradables son claramente imprescindibles. En Italia y Francia, los gobiernos apenas han empezado a reformar esquemas jubilatorios que por causas demográficas no pueden mantenerse mucho tiempo más, porque todo intento de cambiarlos motiva enseguida colosales disturbios callejeros. Cuando lo que está en juego son “conquistas sociales”, los beneficiados se creen con derecho a pasar por alto hechos tan innegables como el de que un sistema apto para una época en la que la expectativa de vida era menos de sesenta años y había muchos obreros jóvenes por jubilado no será viable en una en que los más esperan sobrevivir hasta los ochenta años y cada “activo” habrá de sostener a por lo menos un “pasivo”. En el Brasil, Lula se siente en condiciones de invertir su capital político en la busca de soluciones para el problema creado por un sistema previsional insensato y para muchos otros problemas igualmente “estructurales”. En cambio, la situación de Kirchner se asemeja demasiado a aquella de los inversores del mundo desarrollado que habían comprado acciones tecnológicas en la bolsa antes de que la burbuja estallara. En teoría, ha logrado acumular un capital multimillonario, pero aunque sus estrategas le habrán dicho que el mercado político es caprichoso y que por tanto le convendría invertir su dinero en algo más sustancial mientras aún tenga tiempo, sabe que las opciones son tan escasas y tan poco atractivas que prefiere aferrarse a los valores que ya tiene en cartera y rezar a que se hayan equivocado los lúgubres expertos “neoliberales” cuya mera existencia le molesta.        
     
     
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