Miércoles 6 de agosto de 2003
 

Recuerdos de uno que se fue

 

Por Héctor Ciapuscio

  Nacido en Buenos Aires en 1948 e hijo del primer embajador argentino en Israel que entonces comisionó Perón, casi desconocido todavía por el gran público local, Alberto Manguel es hoy en los países del Norte un personaje con firme y creciente prestigio literario. Fluente en inglés, alemán, francés y español, ha ganado premios significativos y publicado trabajos en los que exhibe un despliegue magistral de recursos y una erudición asombrosa.
Hay un par de experiencias suyas en nuestro país por él contadas que, fuera del natural talento, explican en parte esos méritos. El primer recuerdo se relaciona con Borges, el segundo con un profesor que lo marcó.
Niño de cinco años volvió de Israel. Adolescente, trabajaba en una librería porteña y allí, entre los anaqueles de la antigua "Pigmalión", lo encontró un Jorge Luis Borges ya casi ciego que pasaba la mano por los lomos de los libros como si quisiera leer sus títulos con los dedos. Al marcharse, luego de atendido por el muchacho, le preguntó si estaba ocupado por las noches, necesitaba a alguien que le leyera, y él le contestó que estaba libre. Relata Manguel en su premiado "Una historia de la lectura" (Alianza, Madrid) que durante los dos años siguientes fue lector para Borges en su casa "como lo hicieron otros muchos conocidos casuales y afortunados", por las noches, o si sus clases lo permitían, por la mañana. Y refiere el ritual de esas lecturas que eran una fiesta. El ciego, siempre en amo, elegía el libro, interrumpía, comentaba textos y autores, lo paraba para seguir él mismo de viva voz repitiendo páginas enteras que guardaba en su increíble memoria, versos, comentarios o bien planteando temas que le nacían o poesías que le brotaban. Se apasionó desde entonces por la obra del gran escritor. Hace tres años la revista literaria del "Times" de Londres publicó un estudio suyo sobre el autor de "El Aleph" dentro de una serie espectacular titulada "Giants Refreshed", constituida por trabajos de especialistas sobre "siete pensadores que parecen ofrecer intuiciones frescas para el nuevo siglo", donde se analizaron semana a semana personajes tan famosos y diversos como John Ruskin, F. von Hayek, Matthew Arnold, Darwin, Blaise Pascal y John Stuart Mill, con Borges como "El séptimo gigante", definido por Manguel como "el que abre las puertas a la gran Biblioteca Universal con su enfoque íntimo de la literatura".
El segundo recuerdo personal es reciente. Entrevistado en Canadá, cuenta que vivió en la Argentina desde 1955 y permaneció en ella hasta sus casi veinte años en 1968, un período que reconoce como muy importante, por formativo. (Aunque siempre manifiesta descreer de la importancia de un origen patrio -él se hizo ciudadano de Canadá "simplemente porque es un país propio para trabajar bien"- no olvidemos que, como alguien dijo, "uno es de donde hizo el bachillerato" y, consiguientemente, se puede pensar que nuestro país de su adolescencia le es más significativo de lo que parece reconocer). Y es en el Colegio Nacional de Buenos Aires, efectivamente, donde transcurre una experiencia íntima que relata. Dice que fue muy feliz en esa institución excepcional, cuyos profesores son generalmente los de la propia universidad y por ende están interesados, más que en ser fieles a programas burocráticos, en la profundización de un asunto medular de su propia disciplina (que puede ser, por ejemplo, un autor, un libro, un elemento de la química, un personaje histórico) y a veces hasta consagran el curso entero a un solo tema, con el rédito de que a través de él los alumnos absorben lo esencial de una materia y más valioso aún, una técnica de estudio. Al joven estudiante le tocó en su quinto año un profesor que califica de maravilloso y un tema universal, "Don Quijote". Ese docente le comunicó su apasionado amor por la lectura e influyó sobre toda su vida porque lo convenció, además, de que a través de la literatura el mundo entero podría ser suyo.
Este recuerdo tiene un cierre inesperado en el reportaje. No volvió a ver desde 1968 a aquel profesor tan trascendente en su vida. Y no sabemos cuál era su nombre porque él lo calla, no lo quiere decir. (Ya en el libro arriba mencionado "La historia de la lectura" lo había evocado en la anécdota de una clase -haciendo parangón con el inicio del libro de Cervantes- como "un profesor de cuyo nombre no quiero acordarme"). Le cuenta a la periodista que la Argentina experimentó en ese tiempo una sangrienta dictadura, hubo muchos "desaparecidos" entre los alumnos del Colegio y que en 1982 se enteró en Canadá de que uno de sus condiscípulos entrañables que creía muerto estaba vivo y en Brasil. Lo visitó allí, de paso para Buenos Aires. Su amigo integraba un "grupo de memoria" que recopilaba datos del "Proceso" para que los nombres de los represores no pasasen al olvido. Estas son sus palabras: "Y mi amigo me dijo que hubo un informante en nuestro colegio, uno que le daba a la policía militar detalles precisos sobre estudiantes sospechosos, y que ese informante había sido mi profesor". Así, Alberto Manguel ha tenido que enfrentar en su propia conciencia el hecho de que aquel hombre tan importante en su vida fue responsable también de delaciones nefandas. Ahora ha escrito su novela para ayudarse a exorcizar el fantasma a través de un personaje ficticio que de alguna manera lo encarna. En esta novela, una mujer descubre que el hombre que amó, y que continúa amando, es un monstruo. Son cosas que pueden coexistir, dice él, y para demostrarlo está, precisamente, la literatura.
     
     
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