Sábado 30 de agosto de 2003 | ||
Antiguos pasos y balsas en Choele Choel |
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Hoy que la comodidad de los puentes y del asfalto nos lleva a olvidar penurias de antaño, no está de más recordar de alguna manera, y de aquellos tiempos pioneros, la imagen cada vez menos frecuente de las balsas. Si bien en la actualidad estos medios siguen uniendo algunos apartados caminos de tierra, fueron en su momento el sistema más usual para atravesar el río y por muchos años confundieron su imagen con el paisaje fluvial. Cuando a principios del siglo XX se dio comienzo al proceso de colonización agrícola de la Isla Grande de Choele Choel, junto con la realización de los primeros canales surgió la inmediata necesidad de contar con un medio seguro para salvar el río que se interponía entre la zona de producción y la estación ferroviaria, por entonces puerta de entrada y salida de una amplia región. La precariedad de recursos en los primeros años supo suplirse con el esfuerzo ejemplar de aquellos pioneros que, aun con lógicas deficiencias, buscaban por entonces poner en marcha la agricultura regional apoyada por ese momento en el monocultivo de la alfalfa. En el mejor de los casos, los denominados pasos se hallaban servidos precariamente por botes que hasta ese momento habían logrado satisfacer los escasos requerimientos de una primitiva ganadería de subsistencia. Estos botes aunque muy usados, en modo alguno representaban un medio seguro y eficaz de comunicación, constituyendo tan sólo un pequeño complemento de los primitivos vados. Según la tradición oral, los primeros excedentes originados en la colonia galesa fueron arrimados al ferrocarril a través del denominado Paso Galense, cuyo recuerdo apenas perdura en el presente; sí en cambio han quedado memorias de las grandes incomodidades que implicaba el cruce del río, el cual obligaba a desarmar las cargas e incluso los precarios vehículos para poder traspasar a la margen norte donde eran vueltos a armar. Este sitio habría unido la primer sección de la isla con la primitiva estación Choele Choel -hoy Darwin- a través de El Hinojo, por aquel tiempo parte del campo de coronel Belisle. En esos años un activo inmigrante español, don Gerardo Palacio, vinculado inicialmente al comercio y a la incipiente ganadería en la Pampa Central y costas del Colorado, llega a nuestra zona luego de algunas experiencias sobre aquel río. Allí, en 1901 y próximo al paraje conocido como “La Sin Bombo” (hoy La Japonesa), hizo instalar una de las primeras balsas de maroma sobre aquel sector del río y poco después, viendo las ventajas de un medio similar sobre este río Negro, se trasladó aquí con sus ideas y proyectos. De esta manera en 1906 / 7 y en sociedad con su hermano Ernesto y don Mariano Gamboa, emplazó las primeras balsas zonales en los pasos de Chelforó, Chimpay, Galense y Peñalva -hoy Pomona-, que vinieron a agilizar en gran medida las comunicaciones zonales. La iniciativa parece haber sido exitosa pues al año siguiente los hermanos Palacio son contratados por don Antonio Córdoba de General Roca para que construyan una embarcación similar sobre aquel antiguo paso de carros que hoy recuerda con su nombre al pionero roquense. Con posterioridad, hacia 1911, el señor Palacio instaló también una balsa y comercio en la zona denominada Bajo Juárez -aguas debajo de la Colonia Josefa- el que apenas logra subsistir por un año escaso. A partir de esa fecha se radica definitivamente y centra sus actividades en Choele Choel donde, dedicado al comercio, su nombre quedó ligado no solamente a las balsas, sino a varias otras novedosas iniciativas como la primer compañía de teléfonos de la localidad y El Mentor, diario que por cuarenta años reflejó el quehacer de Choele Choel. Buscando agilizar las comunicaciones zonales el FCS habilitó en 1907 la hoy abandonada estación Choele Choel; a partir de entonces cobró importancia el denominado Paso Gobernador Tello, donde actualmente se halla el puente carretero, razón por la que al parecer fue reubicada allí la balsa del Paso Galense. Por casi veinte años, el servicio del Paso Tello fue concesionado a distintos particulares hasta que, finalmente y luego de largas solicitudes y gestiones por parte de los vecinos, el Estado se hizo cargo del servicio en 1929. Hacia los años ’30 y en pleno apogeo del sistema, existieron en la región varios puntos de balseo. Si bien el referido Paso Tello fue el primero en habilitarse y último en cerrarse frente a Choele Choel, no fue el único en este sitio, ya que tan sólo frente a esta población coexistieron en su momento tres puntos de paso. Casi simultáneamente con la instalación de la balsa en paso Tello, la Cooperativa de Riego conformada por aquellos años con el fin de colonizar el sector este de la isla, instaló la suya frente al pueblo mismo. Esta balsa, conocida precisamente como de la Cooperativa o de Espinel, por quien fue su operador durante largos años, vio perturbado su funcionamiento por el crecimiento del actual islote -isla 92-, razón por la cual y después de algunos desplazamientos fue definitivamente levantada. Por su parte, aguas abajo del pueblo y alrededor de 1920, el Estado había emplazado una tercer balsa dentro de la Estancia Chica-Media Luna, campo que fuese del conocido general Nicolás Palacios de quien tomó nombre el sitio: Paso Palacios. Finalmente, cuando el paso de la Cooperativa fue transferido al Estado y luego abandonado su emplazamiento, permanecieron en actividad tan sólo dos sitios de cruce desde Choele Choel a la isla: en Paso Tello -la conocida vulgarmente como balsa “de madera” o “de arriba”- y en Paso Palacios -la llamada “de fierro” o “de abajo”. Por último, cuando ya avanzaba la construcción del puente, Vialidad Nacional sólo mantuvo en actividad el primero de los citados pasos, que debido tanto al incremento del tráfico local como de aquél que unía el Alto Valle con el Valle Inferior, debió reforzarse con una segunda balsa. Operando en conjunto y en el mismo sitio éstas mantuvieron una intensa actividad hasta 1949 fecha en que es inaugurado el actual puente. Sobre el brazo derecho de la isla, ya más abierto el abanico de caminos, cada población tuvo también su salida en aquel cardinal. Así en la zona de Luis Beltrán existió el Paso Lescano; sobre Lamarque aquel que daba acceso a Santa Genoveva, estancia de los Molina; en tanto Pomona, salida natural al sur, tuvo la suya sobre el antiguo Paso Peñalva, nombre por el cual fue conocido el sitio hasta 1936 en que por iniciativa de don Roberto Rosauer toma forma y nombre la actual urbanización. Del mismo modo la conocida Isla Chica con sus pasos Hildemman, Bunge y Montelpare fue otra importante zona servida, y hasta no hace mucho, por este elemental medio de comunicación. El escritor Rodolfo Walsh, hijo de la región, en uno de sus cuentos -Trasposición de Jugadas- puso de manifiesto algunas incomodidades del sistema; pero a aquellas habituales roturas o bajantes del río referidas por Walsh, pueden agregarse las interrupciones impuestas por las embarcaciones del M. O. P., los traspasos de arreos, las periódicas crecientes -con las cuales el sistema se interrumpía por varios días- o penosos sucesos como el accidente en Paso Montelpare (1946) o del Paso Peñalva (1942), por referir sólo aquellos en los que el número de víctimas aún causa asombro. Unos cuarenta años después de las primeras instalaciones, cuando aquella vieja época y su cadencia impuesta por el ritmo del caballo, se vio acelerada por el ruidoso mundo de los motores, aquel sistema de balsas -parte al fin de un tiempo sin apuros- se tornó anticuado e incapaz de satisfacer la demanda del tránsito creciente. Entonces los puentes, atando una orilla con otra, fueron abriendo un nuevo tiempo que dejó atrás no sólo aquellas incomodidades sino también los referidos peligros que en más de un caso enlutaron la región; a partir de entonces las balsas fueron marginadas hacia sitios de menor importancia. Sobre el río Colorado medio, junto a los restos de la añosa estancia Santa Nicolasa y no muy lejos de donde comenzó esta historia local, una de las últimas balsas regionales sigue hilvanando uno de aquellos apartados y olvidados caminos de tierra y allí, utilidad para unos y nostalgia para otros, aún es posible apreciar el funcionamiento de aquel antiguo medio, parte ya del folclore zonal, con que se construyó en buena medida nuestro presente. Omar Norberto Cricco |
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