Miércoles 27 de agosto de 2003

Mediomundo

Cero

Nadie sabe realmente por qué las personas se buscan. O no hay manera de explicarlo.

En parte por eso existe la poesía: para salvar los escollos de la razón. Para atravesar la locura y decir lo indecible.

Nadie sabe cómo es que un ciclo vital de coincidencias pone a dos seres humanos en contacto ni por qué estalla el amor.

Por qué nace del verbo o del aroma casi imperceptible de la piel.

Por qué de pronto perdemos el sentido del tiempo y del espacio y nos sentimos en una burbuja a salvo de la realidad. Por qué la hecatombe. El flash y la desesperación.

Nadie sabe por qué nos enamoramos. Ni dónde va a parar toda esa pasión cuando la pasión desaparece.

Un llamado interno nos convoca al deseo, al desafío y al error. Insistimos sobre pautas que casi siempre fallan.

El amor está destinado al fracaso.

El modelo más utilizado de agrupación, en el que más seguros nos sentimos los occidentales, empieza a derrumbarse frente a nuestras narices. Estamos tan obsesionados con su estructura que nos ciega.

Quizás las cosas estén cambiando rápidamente. Y porque nos duele sólo la insinuación de un cambio preferimos no verlo. A veces lo evidente se convierte en un laberinto sin salidas.

Tan sagrada es la familia que reflexionar acerca de su mecánica de funcionamiento se ha vuelto ofensivo.

Aceptar la transformación de las pautas de comportamiento sexual de una sociedad es muy distinto a escrutar en la mala salud de la sagrada unión.

Dos hombres homosexuales se casan, forman una familia y sueñan con un hijo.

La base no se mueve. Subyace intocable.

Hay más de un universo afectivo posible después de la típica organización familiar.

Sin embargo, con la decadencia de la familia se tambalea el tradicional papel del hombre y de la mujer. En un futuro no demasiado lejano ¿habrá hombres y mujeres? ¿Será ésta la división más común entre los sexos? ¿Tendrá sentido hablar en esos términos? ¿Y qué pasa si ya no se aguanta más ser un varón? ¿Y qué si buscamos nuevos diálogos para nuevos papeles en nuevos escenarios? ¿Qué si dejamos de llamar amor al amor y deseo al deseo? ¿Qué si nos convertimos en algo que no figura en la agenda?

La fórmula de oro hace agua, ¿buscaremos otra?

Lo que no funciona para uno puede funcionar para otro. Exacto, esa es la idea: encontrar el espacio de libertad interna. Que no duela hasta el ridículo imaginar convivencias diferentes al uso establecido. Que la búsqueda no signifique un velorio.

Aunque, ya es regla, el dolor siempre ha sido el guardián de la sabiduría.

"Ningún hombre es una isla", reflexiona el joven Marcus en el filme "Un gran chico". Un adolescente que se atreve a poner en duda la idea de que dos hacen un mundo perfecto y seguro.

Necesitamos sentimientos que no hemos creado. Tal vez empezar de cero.

Claudio Andrade

candrade@rionegro.com.ar

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