Sábado 23 de agosto de 2003

En clave de Y

Ellos vieron el sol

Bueno, ¿y al final, vieron el sol?

El sol? No sé, era un día muy desapacible, dijo la flaca. Esos días de la Patagonia, grises, con viento y frío, pleno invierno. Su mirada también gris -pero cálida y húmeda, por la humanidad y por las lágrimas-, pasó a través mío, y se fue para atrás, a ese día.

Sí que miramos el cielo, dijo, buscando el avión, y lo vimos, el que se iba, y seguimos mirando el cielo, por si bajaba el otro. Pero no bajó.

Pero no era tan tarde, insistí. Y el ocaso dura mucho, la claridad permanece, no te acordás cuando mirábamos por el ventanal grande, las gaviotas danzando su vuelo, o volando su danza, y ese ruido que hacen, ese sonido raspante...

Claro que me acuerdo, dijo, y puede ser el sol porque si no, cómo veríamos el avión. Los seis, ellos sí vieron el sol, porque cuando el avión toma altura, el cielo está despejado, y se ve -veían- la cordillera y a lo lejos el mar... Ellos sí. Su mirada seguía para atrás, la flaca no estaba pensando en el sol, ahora se hundía en las sombras. Después, fue la oscuridad, la de la noches y los días.

Acordate, flaca, había una ventanita chiquita, por ahí entraba, por lo menos un rayito, insistía yo, que tenía una inmensa necesidad de sacarla de las sombras, que viera la luz, aunque sea para que pegara con la canción, que decía que ellos vieron el sol.

Tenés razón, recordó; y menos mal que estaba esa claridad, porque los ojos se escapaban para ese pedacito cerca del techo, lo único que se podía escapar, porque abajo no había salida. Y todo pasó de noche, en plena madrugada, alrededor de las tres.

Las tres de la mañana... Algunos de mis preferidos, como Bradbury, escriben de esa hora, cuando las defensas están más bajas y como dice otra canción, te acorralan los recuerdos y te ponen contra la pared. Y aquí estaba, sobreviviente de la madrugada negra, goteando por dos lados, los ojos grises y la comisura de la boca, lágrima y saliva, ninguna controlable, en esa cara devastada y torcida, pegajoso el pelo rubio. Se secó la saliva la flaca, sonrió como pudo. Y ustedes cómo la pasaron, me preguntó (Entre el aullido del viento y el de las gaviotas, los nombres caían como racimos, venían juntos, Mariano, Susana, Pedro, y al rato, otros, y otros más... la lista no terminaba nunca y después los nombramos a todos y cantamos las canciones de cada uno. Y ese espantoso viaje hacia un lugar que recién cuando hubo sol supimos eran las cloacas de la Ciudad de la Furia, la reina del cemento y el poder, claro que la otra, la que dejábamos atrás, también era la Ciudad de la Furia).

Le dije: nada, flaca. A nosotros no nos pasó nada. Y ella entendió porque susurró como pudo: todos pasamos lo nuestro. Después vino otra noche -para ser exacta, media noche- y cuando salíamos estaba lleno de luz, pero eso es porque la claridad estaba en el ambiente, y menos mal que la flaca y los otros dos también estaban con nosotros. Al menos, tendríamos unos meses de primavera aunque era invierno, meses llenos de sol, y ahí siguen, porque cuando se conquista la luz ya no se va más: se sabe que es posible.

Y se asumen los riesgos de las decisiones, porque a esa edad -a cualquier edad- se decide con lo que se tiene, los datos, los miedos, el valor, y quién sabe, si en la balanza de Dios el plato se inclina por la intensidad y no por la duración...

Así que me despedí de la flaca, y le conté de mi último amor musical, la "Murguita del sur", de la Bersuit. ¿La qué? dijo ella. Escuchá, le dije, nos representa bien, es de un tipo que lo están velando y resulta que no está muerto, y vuelve y está aburrido, como si regresara de un tiempo, un lugar, de alta intensidad... Y resulta que al final, todo el mundo lo reconoce al flaco, "con el tiempo se nos fue para la cresta de una ola que no para de crecer, hoy su cara está en todas las remeras, es un muerto que no para de nacer". Te juro: pura adrenalina.

 

Beba Salto

bebasalto@hotmail.com

 

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