Sábado 23 de agosto de 2003 | ||
Historias bajo cero Hacia la tierra erecta Volví a la montaña, de donde fui alguna vez, de esos bosques tupidos, embriagantes, donde la belleza solitaria de un amancay o el planeo de un águila nos devuelve al origen. Volví a la tierra erecta. Los caballos, tranquilos y seguros, ascienden. En poco tiempo, estamos en la oscuridad de la vegetación boscosa. El pulso cambia, ahora lo marca el ruido a hueco que hacen los vasos de los caballos contra la tierra, sólo interrumpido por el sonido de una rama que se quiebra o el aleteo de un chimango marrón que nos sigue desde hace un rato. Cerca, un pájaro carpintero taladra un ciprés y una cascada se anuncia. El caballo relincha y con chasquidos de su cola ahuyenta insectos. Unas cañas colihue, espadas de la montaña, me rozan y su seco saludo me hiere, siento su textura áspera y fresca sobre mi piel. Ingiero una y otra vez el fortísimo aroma del bosque hasta sentir los pulmones henchidos, hasta sentirme saciada. Una rama cae detrás de mí a varios metros de distancia y, antes de percibirlo, el caballo se adelanta con un galope que me estremece. Comprendo su agudeza y entonces logro relajarme por completo sobre su lomo, me entrego a su energía, a su saber. Soy feliz ascendiendo, siendo llevada a la cima. Los cuatro caballos van en hilera, nadie intenta desarmar el orden establecido ni la dirección marcada por su instintiva memoria equina. Luego de media hora de andar, un baquiano señala el Nahuel Huapi, que se ve increíblemente bello desde el cerro. Nos detenemos a contemplar. A mi derecha, un precipicio sereno transita varios kilómetros para terminar en el profundo azul del lago. A mi izquierda, la vida boscosa, protectora. Me siento frágilmente pegada a la montaña, a su insolente realidad. Retomamos la marcha. Mi hijo va adelante mío y sin mirarme me interroga. Me pregunta si a los caballos les gusta subir con nosotros sobre sus cuerpos. Mi razón, perezosa, tarda en responder: "Ellos mandan ahora". Al llegar a la cima, algo se desvanece en mi interior, mi felicidad compite con una leve sensación de nostalgia, de apego, con una fantasía, la de seguir más y más arriba.
Susana Yappert
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