Miércoles 13 de agosto de 2003

Mediomundo

Postales

No estoy preparado para entender a la chica de "Caras" o Kodak que selectivamente reparte volantes a los menores de 20 con una sonrisa de payaso triste. Apenas si puedo admirar su tensón, la línea de su cuerpo (por lo general bien trabajado en un gimnasio), su manera de transcurrir por la vida, en medio del frío, con un gorrito que auspicia su mirada azul. Sé lo que cuesta llevarse el pan a la boca. Lo sé. Un trabajo es siempre un trabajo. Probablemente la envidie porque no logro quitarme de encima la pata de la desazón. Por ser el típico aguafiestas de las vacaciones. La culpo de mis culpas. La responsabilizo de mis prejuicios.

Bariloche en temporada alta tiene la forma de un circo de tres pistas donde se comparten ensueños y se venden cristales de colores. Zapatos de alta montaña para usar sobre las veredas de Buenos Aires, camperas térmicas canadienses que combinarían mejor con los osos del Polo Norte, San Bernardos muertos de calor en una tarde soleada, discotecas que no detienen su frenesí y en las que nadie baila, nadie habla, nadie escucha y todos gritan.

No debe haberles costado mucho a los pioneros escoger dónde poner la primera piedra de esta ciudad, pienso mientras camino sobre una playa solitaria a orillas del Nahuel Huapi.

Un chico me suplica que le tome una fotografía con su antigua cámara porque "sos la única persona que hay en kilómetros a la redonda". Hago click y estampo para siempre su gesto gardeliano, mientras crecen a su espalda las montañas nevadas. Estos gigantes se parecen bastante unos a otros a través de los kilómetros y de las geografías, pero no son todos iguales. Nuestra relación con ellos, nuestra percepción, el oído con el que escuchamos su canto imponente, los vuelve distintos. Me gustaría saber qué nombre le pondrá el flaco a su postal. Qué le dirá a la noviecita con la que comparta su proeza. A su modo conquistó una cumbre.

Una cría acaba de hacerse un tatuaje en la espalda en un local de calle Mitre. Y otra apareció en el mismo sitio con un puñado de billetes urgida por atravesarse la lengua con un aro de metal. Un rato antes una teen de pelo negro y buzo sport se había incrustado un botoncito en su pequeño ombligo. "Mirá", dijo, y levantó su remera. No era mucho, pero soy un tipo impresionable.

Tampoco entiendo a estas chicas, lo cual supongo no está mal. Al flaco de la foto en el Nahuel Huapi, un poco más.

El paraíso del relax tiene un intenso sabor a civilización. Modernidad desnuda. No es una queja, es que me estoy poniendo definitivamente viejo. Me duelen las articulaciones y me cuesta respirar. Antes la letra sobre el papel era un antídoto para los nudos del alma, para la duda que corroe. Ahora no me alcanza. No alcanzan el vino, ni la música, ni la brisa.

Por eso busco. Escucho. Intercambio rayos cósmicos a las 3 de la mañana.

Extraño voces de un pasado que no sé si fue. Como cuando un beso suave, una escaramuza de sexo en una plaza, una charla larga desde y hacia ninguna parte, enfriaban la piedra caliente que me quema el pecho. Y entonces soñaba y veía igual que un gato en la oscuridad.

Esos amigos, esa piel, esas palabras, se han ido. Quién sabe dónde, quién sabe cuándo. O me he ido yo y soy un recuerdo.

 

Claudio Andrade

candraderionegro.com.ar

 

 

 

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