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Historias bajo cero
Semblanzas
patagónicas
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Paisaje Patagónico |
Célebres
escritores, exploradores y científicos han manifestado a través
de los tiempos sus impresiones y recuerdos de la tierra patagónica.
Nada mejor transcribirlos, al comenzar a transitar el tercer milenio,
cotejar vivencias y reivindicar valores.
En el último
capítulo del libro "El viaje del Beagle", Darwin expresa: "...Al
evocar imágenes del pasado, frecuentemente cruzan ante mis ojos las
planicies de la Patagonia, sin embargo, todos las califican de horribles
e inútiles. Sólo pueden describirse negativamente: no tienen
viviendas, no tienen agua, no tienen árboles, no tienen montañas,
sólo nutre algunas plantas enanas".
"Entonces
-reflexiona Darwin-, y no era un caso exclusivamente mío, ¿por
qué esas áridas extensiones se han aferrado a mi memoria con
tanta firmeza? ¿Por qué no ha producido igual impresión
la vastedad de la Pampa, que es aún más llana, más verde,
más fértil y además más útil a la humanidad?
Por mi parte, no soy capaz de analizar esos sentimientos -sostenía
el celebre científico-, pero se deben en alguna medida al campo libre
que le da la imaginación.
Las planicies
de la Patagonia son ilimitadas, apenas transitables y por lo tanto desconocidas;
tienen el aspecto de haber permanecido durante épocas enteras tal
como están ahora. Si, como suponían los antiguos, la Tierra
es plana rodeada por una insuperable extensión de agua, o por desiertos
insoportablemente caldeados, podemos contemplar en la Patagonia las últimas
fronteras del conocimiento del hombre con profundas, pero definidas sensaciones".
(Escrito en 1876).
Nuestro Jorge
Luis Borges dijo una vez sobre la Patagonia: "Allí, no se encuentra
nada... no hay nada". Esto lo vivenció el difundido escritor W. N.
Hudson (1899) en su libro "Días de Ocio en la Patagonia", editado
originalmente en inglés. Hudson no comparte el desconcierto hecho
público por Darwin. Sostuvo que el error de Darwin consistió
en ir a la Patagonia en busca de algo mágico: la Ciudad de los Césares,
el Valle Andino de Trapalandia; en la Patagonia, reflexiona Hudson, no
hay que internarse con preconceptos, no buscar nada, ya que surgirá
un sentimiento que nos hará sentir y conmover.
"A juzgar
por mi propio caso -escribe Hudson-, creo que aquí tenemos el secreto
de las imágenes persistentes de la Patagonia y su frecuente reaparición
en la mente de muchos que transitaron la región. No nos prenda sólo
el efecto de lo desconocido, el despertar de la imaginación; ya que
allí el desolado paisaje nos conmueve profundamente" "Un día,
mientras escuchaba el silencio -recuerda Hudson-, se me ocurrió preguntarme
qué ocurriría si me pusiera a gritar. Mi estado era de suspenso
y vigilancia... En Patagonia, la monotonía de los llanos o la extensión
de las bajas colinas, la general irrelevancia ocre de todo, dejan la mente
abierta y libre para recibir una impresión de la naturaleza como
un todo..."
Tiene un aspecto
de antigüedad, de desolación, de eterna paz, de desierto desde
siempre que continuará siéndolo para siempre. Bruce Chatwin
sostenía que Hudson se equivocó al predecir que la Patagonia
permanecía desierta, ya que él constató un siglo y medio
después el desarrollo de las Patagonias: Austral, Central, la de
los Lagos; Playas y del Gran Valle.
Desde Magallanes
(1520) la palabra Patagonia, como Amazonia o Antártida, se instaló
en la imaginación occidental. Lugares de difícil conquista;
para los colonizadores, lo final. De allí que en el primer capítulo
de Moby Dick, Melville usa patagónico como calificativo de lo remoto,
lo monstruoso, trascendente y fatalmente atractivo. Melville habrá
tenido noticias de la alta concentración de ballenas que en invierno
y primavera se da junto a la patagónica península Valdés,
pero... más allá de eso referenciaba lo lejano del hábitat,
lo particular de aquellas tierras.
Al contexto
geográfico, le agrega Chatwin, se da una muy exótica variedad
cultural. En la Patagonia, en un día cualquiera el viajero puede
encontrar a un galés, a un terrateniente inglés, al incansable
vasco, a un yuppie de Haight-Ashbury, a un nacionalista bosnio, a un afrikaner,
a un misionero persa de la religión bahai, o a un licenciado del
ejército israelí. O encontrar personajes como el viejo dinamarqués
cuidador del Club Náutico de Madryn, que estaba construyendo su embarcación
para volver por la puerta grande a su tierra natal.
Recuerda Chatwin
que la Patagonia era como lo es hoy, tierra de extrañas aves y bestias.
Pen-gwin es,
al parecer, una expresión galesa equivalente a pájaro incapaz
de volar; los marineros isabelinos tenían la superstición de
que estos pájaros bobos eran las almas de sus camaradas ahogados;
de allí el impacto por los miles encontrados en las costas de la
actual provincia del Chubut.
Paul Theroux
asociaba la palabra sur con libertad; escribe que le extraña la promesa
de un paisaje desconocido, la experiencia diferente. Allí hay que
elegir entre lo minúsculo y lo desmesurado.Chatwin menciona los motines
que tuvo que sofocar Magallanes al cruzar el estrecho que hoy lleva su
nombre, ya que sus hombres, influidos por las leyendas de la época,
identificaban a la Tierra del Fuego como la sede el infierno en la Tierra.
Sin ninguna
duda, el habitante o el visitante que vuelve o llega a la Patagonia recuerda
o incorpora la impresión de estar en un rincón del planeta de
enorme futuro, donde todos podemos iniciar una nueva e inédita historia.
Humboldt la tituló la tierra de los hombres libres y fuertes.
Antonio Torrejón
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