Sábado 2 de agosto de 2003

Historias bajo cero

Semblanzas patagónicas

 

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Paisaje Patagónico

Célebres escritores, exploradores y científicos han manifestado a través de los tiempos sus impresiones y recuerdos de la tierra patagónica. Nada mejor transcribirlos, al comenzar a transitar el tercer milenio, cotejar vivencias y reivindicar valores.

En el último capítulo del libro "El viaje del Beagle", Darwin expresa: "...Al evocar imágenes del pasado, frecuentemente cruzan ante mis ojos las planicies de la Patagonia, sin embargo, todos las califican de horribles e inútiles. Sólo pueden describirse negativamente: no tienen viviendas, no tienen agua, no tienen árboles, no tienen montañas, sólo nutre algunas plantas enanas".

"Entonces -reflexiona Darwin-, y no era un caso exclusivamente mío, ¿por qué esas áridas extensiones se han aferrado a mi memoria con tanta firmeza? ¿Por qué no ha producido igual impresión la vastedad de la Pampa, que es aún más llana, más verde, más fértil y además más útil a la humanidad? Por mi parte, no soy capaz de analizar esos sentimientos -sostenía el celebre científico-, pero se deben en alguna medida al campo libre que le da la imaginación.

Las planicies de la Patagonia son ilimitadas, apenas transitables y por lo tanto desconocidas; tienen el aspecto de haber permanecido durante épocas enteras tal como están ahora. Si, como suponían los antiguos, la Tierra es plana rodeada por una insuperable extensión de agua, o por desiertos insoportablemente caldeados, podemos contemplar en la Patagonia las últimas fronteras del conocimiento del hombre con profundas, pero definidas sensaciones". (Escrito en 1876).

Nuestro Jorge Luis Borges dijo una vez sobre la Patagonia: "Allí, no se encuentra nada... no hay nada". Esto lo vivenció el difundido escritor W. N. Hudson (1899) en su libro "Días de Ocio en la Patagonia", editado originalmente en inglés. Hudson no comparte el desconcierto hecho público por Darwin. Sostuvo que el error de Darwin consistió en ir a la Patagonia en busca de algo mágico: la Ciudad de los Césares, el Valle Andino de Trapalandia; en la Patagonia, reflexiona Hudson, no hay que internarse con preconceptos, no buscar nada, ya que surgirá un sentimiento que nos hará sentir y conmover.

"A juzgar por mi propio caso -escribe Hudson-, creo que aquí tenemos el secreto de las imágenes persistentes de la Patagonia y su frecuente reaparición en la mente de muchos que transitaron la región. No nos prenda sólo el efecto de lo desconocido, el despertar de la imaginación; ya que allí el desolado paisaje nos conmueve profundamente" "Un día, mientras escuchaba el silencio -recuerda Hudson-, se me ocurrió preguntarme qué ocurriría si me pusiera a gritar. Mi estado era de suspenso y vigilancia... En Patagonia, la monotonía de los llanos o la extensión de las bajas colinas, la general irrelevancia ocre de todo, dejan la mente abierta y libre para recibir una impresión de la naturaleza como un todo..."

Tiene un aspecto de antigüedad, de desolación, de eterna paz, de desierto desde siempre que continuará siéndolo para siempre. Bruce Chatwin sostenía que Hudson se equivocó al predecir que la Patagonia permanecía desierta, ya que él constató un siglo y medio después el desarrollo de las Patagonias: Austral, Central, la de los Lagos; Playas y del Gran Valle.

Desde Magallanes (1520) la palabra Patagonia, como Amazonia o Antártida, se instaló en la imaginación occidental. Lugares de difícil conquista; para los colonizadores, lo final. De allí que en el primer capítulo de Moby Dick, Melville usa patagónico como calificativo de lo remoto, lo monstruoso, trascendente y fatalmente atractivo. Melville habrá tenido noticias de la alta concentración de ballenas que en invierno y primavera se da junto a la patagónica península Valdés, pero... más allá de eso referenciaba lo lejano del hábitat, lo particular de aquellas tierras.

Al contexto geográfico, le agrega Chatwin, se da una muy exótica variedad cultural. En la Patagonia, en un día cualquiera el viajero puede encontrar a un galés, a un terrateniente inglés, al incansable vasco, a un yuppie de Haight-Ashbury, a un nacionalista bosnio, a un afrikaner, a un misionero persa de la religión bahai, o a un licenciado del ejército israelí. O encontrar personajes como el viejo dinamarqués cuidador del Club Náutico de Madryn, que estaba construyendo su embarcación para volver por la puerta grande a su tierra natal.

Recuerda Chatwin que la Patagonia era como lo es hoy, tierra de extrañas aves y bestias.

Pen-gwin es, al parecer, una expresión galesa equivalente a pájaro incapaz de volar; los marineros isabelinos tenían la superstición de que estos pájaros bobos eran las almas de sus camaradas ahogados; de allí el impacto por los miles encontrados en las costas de la actual provincia del Chubut.

Paul Theroux asociaba la palabra sur con libertad; escribe que le extraña la promesa de un paisaje desconocido, la experiencia diferente. Allí hay que elegir entre lo minúsculo y lo desmesurado.Chatwin menciona los motines que tuvo que sofocar Magallanes al cruzar el estrecho que hoy lleva su nombre, ya que sus hombres, influidos por las leyendas de la época, identificaban a la Tierra del Fuego como la sede el infierno en la Tierra.

Sin ninguna duda, el habitante o el visitante que vuelve o llega a la Patagonia recuerda o incorpora la impresión de estar en un rincón del planeta de enorme futuro, donde todos podemos iniciar una nueva e inédita historia. Humboldt la tituló la tierra de los hombres libres y fuertes.

Antonio Torrejón

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