Sábado 2 de agosto de 2003

En clave de Y

Desafío

Cuando vemos en perspectiva nuestra lucha por la igualdad de oportunidades, cuando convocamos a las mujeres señales -las antorchas que iluminaron y a la vez, simbolizaron a las anónimas- , surge la cuestión del poder. Porque los cambios crecen desde abajo, pero en algún momento hay que llegar hasta donde se controla el crecimiento y la frustración. Juana Azurduy, Alicia Moreau de Justo, Eva Perón, Rosario Vera, son apenas algunas de las que dijeron aquí estamos, somos el otro platillo de la balanza.

En la construcción de este camino, casi siempre las mujeres hemos tenido que revestirnos de las condiciones que impone el machismo: una feroz competencia, cierta implacabilidad que va tiñiendo todo, desdibujando desde el alma las cualidades que caracterizan a nuestro género, las que servirían para mejorar este mundo. Que en definitiva, de eso se trata: de que sea un mundo que incluya, capaz de dejar crecer a todos sin tener que pisar a los demás.

Así que quizás, haya llegado el momento de hacer un alto y preguntarnos para qué queremos el poder. Porque la paradoja es que, en el camino por conseguirlo, nos vamos convirtiendo en lo mismo que combatimos, a medida que nos acercamos a los centros de decisión. Entonces entramos en el juego de la exclusión: soy yo o los otros.

Esas mujeres que tomamos como ejemplos no tuvieron otra oportunidad que revestirse de hierro. Vivieron su tiempo, que fue un tiempo de sentar presencia. Pero los símbolos no son para imitar. Son una plataforma de lanzamiento para hacer algo más, como ellas, sin duda, lo hicieron Escudarse en las modelos es en el fondo, una manera de traicionarlas. El problema con las modelos, la trampa del machismo, es que deifica a las muertas mientras desprecia a las vivas, de las mil maneras que conocemos. Y lo significativo es que ésta no es una actitud sólo de los hombres, es una actitud de muchas mujeres también, porque el machismo es una pauta cultural Se imparte en dos lugares estratégicos: el hogar y la escuela. Los dos son territorio mayoritariamente femenino.

Cuando conversamos esta cuestión, en los múltiples ámbitos que las mujeres hemos generado, se nota cierta fatalidad. Es así; así es el Poder. Bueno, ya sabemos que es así. ¿Tiene que ser así para siempre? Lo que nos enseñaron, y me parece que nos enseñaron bien, es que el primer paso para solucionar un problema es reconocer que existe. Que es un problema, no un inevitable destino. Hemos demostrado en el lugar donde nace todo, que es el hogar, la capacidad de conducir incluyendo, porque eso es lo que hacemos, casi como cosa natural. Y precisamente conducir incluyendo es el paso siguiente a tener la conducción, es decir, tener el poder. Cuando salimos a la vereda, encerramos bajo llave esta formidable capacidad; no la usamos. Es más: todavía creemos que ser "ama de casa" es lo que se dice cuando no "trabajamos".

Este es el desafío, lo que justificaría ser continuidad de los modelos femeninos que tanto nos emociona conmemorar y nos lleva a decir cosas muy bonitas. Pero pasa una cosa con estas muertas poderosas: son, al mismo tiempo, tan vulnerables... No pueden venir a reprocharnos "no me hagas decir esto, porque esas no fueron mis circunstancias; no digas qué haría yo si viviera, yo ya hice lo mío".

¿Cuándo vamos a hacer lo nuestro?

En realidad, ni siquiera es una opción. Admitámoslo: quemamos las naves. No tenemos retorno. Si pretendemos conformar al modelo del machismo, si queremos regresar a ser las indefensas señoras que añoran, ¿quién nos va a creer? Sólo podemos marchar hacia el futuro, y esta incertidumbre tiene una enorme ventaja: es una historia con final abierto.

Beba Salto

bebasalto@hotmail.com

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