Nada tan clásico como un jeans

Levi Strauss le debe su mayor éxito comercial a una esposa malvada. La mujer del sastre Jacob Davis de Reno, Nevada, prohibió a fines del siglo XIX por razones económicas a su marido que registrara la patente de unos pantalones para uso diario con remaches.

Abrumado, Davis le escribió en 1872 a su proveedor Levi Strauss en San Francisco pidiéndole que financiara la patente. Strauss respondió a la solicitud, y en el verano de 1873, Levi Strauss, proveniente de Buttenheim, en Baviera, recibió de las autoridades la patente para los jeans. "El ascenso de los jeans siempre está relacionado con una crisis económica", explica Tanja Roppelt, directora del Museo Levi Strauss en Buttenheim. En 2000, la ciudad alemana transformó la casa natal de Levi Strauss en museo.

El padre de Levi, Hirsch Strauss, un comerciante, murió de tuberculosis en 1846. La familia no tenía cómo mantenerse, de manera que la madre Rebecca decidió emigrar con sus tres hijos menores, entre ellos Loeb, de 18 años, a América. Encontraron pronto dónde quedarse, dado que dos hijos de la familia Strauss ya se encontraban en Nueva York. Una vez establecido del otro lado del océano, Loeb Strauss adoptó la ciudadanía estadounidense.

El nombre Loeb se transformó en Levi. En 1853, entró en el negocio de sus hermanos mayores y se fue a San Francisco atrapado por la fiebre del oro. Allí, Levi podía vender la mercancía de sus hermanos de Nueva York a tres o cuatro veces su precio Negociaba con todo lo necesario: cepillos de dientes, tiradores, trajes de domingo y, por supuesto, pantalones. Los pantalones para los buscadores de oro, sobre todo los bolsillos, no eran lo suficientemente resistentes, explica Roppelt. Hasta que llegó aquella carta de Jacob Davis con el pedido de financiar la patente para los jeans.