Lunes 28 de julio de 2003 | ||
Entre pitos y cachimbas Por Jorge Castañeda En la adolescencia fumar el primer cigarrillo es un arte de magia mayor a pesar del desengaño inmediato y de la tos como respuesta inevitable. Porque fumar -una vez que se adquiere el hábito-, como bien lo expresa el tango, "es un placer genial, sensual". Si hasta parece cierto, como lo sugiere la propaganda, que el cigarrillo "es el amigo fiel" que nos acompaña en los momentos más importantes de la vida. En Bahía Blanca, para ser más preciso en el ámbito de la placita Brown -cómo recuerdo sus moreras!-, a media cuadra exacta del edificio de la vieja Escuela Industrial donde estudié la secundaria con el primer cigarrillo entre los labios salí con otros condiscípulos hacia el tedio de las clases vespertinas, y qué hombre me sentía! Con él, gran alacridad. Hombría. Señorío. ¿Placer? Tal vez... Oh, delicia de los tabacales! Y qué decir de las hermosas y coloridas marquillas! Y del aroma acre del tabaco de aquellos "brasiles" que fumaba mi padre, negros y sin filtro y cuyas volutas de humo esfuminan los recuerdos de mi infancia! Y cómo no encenderlo después de almorzar o de cenar, anejo al café y la sobremesa con amigos. O cuando padres primerizos esperamos al primogénito medroso y llenos de inquietudes. O en la esquina predeterminada y feliz donde aguardamos impacientes la llegada de la primera novia ya con veleidades de mujer. El tabaco Mariposa, los utensilios para armar, el papel de arroz, las boquillas con su exótico refinamiento de fémina fatal y ni hablar de la variedad de pipas que aún hoy se enseñorean como grandes señoras en los anaqueles de mi biblioteca. ¿Y del rapé, qué me cuenta? Yo abro la pitillera de plata con mis iniciales en relieve para convidar a todos... Visito el estanco donde venden las llamativas latas con tabaco rubio con aroma a chocolate fragante. Qué delicia! Y los puros, que si son "habanos" reinan entronizados en la isla con forma de caimán. Su mágico ritual, la belleza terciada de sus cajas, la tijerita redonda para despuntarlos... Y los toscanos, sus parientes pobres. Estoy mirando el narguile que mi abuelo trabajo consigo de allende: el país de los cedros. Cuánta nostalgia! Oh, los humos de Cabrera Infante, los atados fumados a mansalva por García Márquez (la bruma de su Macondo gris), los pitillos de Sabina, la pipa de Sartre, las volutas en gris mayor de Tennessee Williams! Y los encendedores, los ceniceros, las cerillas largas, la pipería dispuesta con sus implementos imprescindibles. Nuevamente ha aumentado el precio de los cigarrillos. Qué atropello a la razón! Para cumplir con la ley mi crónica también dice: "El fumar es perjudicial para la salud". Entre pitos y cachimbas, puchos y toscanos, sin habernos separado mal, a los cuarenta y siete años de mi edad y por propia convicción yo dejé de fumar. ¿Y usted?
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