Lunes 21 de julio de 2003
 

Luchar contra la pobreza

 

Por James Neilson

  En los países democráticos, todos los movimientos políticos significantes dicen estar
resueltos a librar una guerra de aniquilación contra la pobreza. No siempre fue así. En otras épocas, algunos anteponían el poder militar al nivel de vida de la gente común por entender que en última instancia era más importante, mientras que los comprometidos con ciertas agrupaciones religiosas afirmaban creer que riqueza era sinónimo de corrupción y perversidad. En la actualidad, tales puntos de vista son propios de un puñado de excéntricos cuyas opiniones no pueden interesar demasiado a políticos que para tener éxito necesitan seducir a votantes por lo general materialistas. Incluso el clero se ha acostumbrado a fulminar contra la pobreza que durante milenios había reivindicado.
Sin embargo, aunque desde hace medio siglo los políticos más hábiles, asesorados por los mejores economistas, funcionarios experimentados y ejércitos enteros de sociólogos, están luchando con tesón contra la pobreza, la vieja enemiga no está por confesarse derrotada. A veces llegan comunicados desde el frente escandinavo que nos informan que allá por lo menos ya no hay pobres, pero los anuncios en tal sentido suelen verse seguidos pronto por otros en que se advierte que aún quedan algunos bolsones que se niegan a rendirse. Huelga decir que lo mismo sucede en el Japón y, en escala decididamente mayor, en Estados Unidos, el Canadá, los países de Europa occidental y Australia.  En el "Primer Mundo", los pobres se cuentan por decenas de millones y todo hacer pensar que su número propende a aumentar, al volverse cada vez más complicadas las exigencias de los dispuestos a crear fuentes de trabajo. No se trata meramente de pobreza relativa, de la angustia de quienes no están en condiciones de comprarse un segundo auto o una computadora a su juicio más aceptable que la ya adquirida, sino de no tener lo suficiente como para asegurarse alimentos, ropa y un techo.
Es en buena medida a raíz de la persistencia de la miseria en sociedades ricas, bien organizadas y dotadas de instituciones asistenciales que funcionan con eficiencia ejemplar, que los sinceramente comprometidos con la "lucha contra la pobreza" se sienten abrumados por las dificultades que encuentran en el resto del planeta. Su desconcierto es comprensible. Si todavía no han podido aniquilarla en Estados Unidos, Inglaterra, Francia, Alemania y el Japón, ¿cómo podrán hacerlo en la mayor parte de África, Asia y América Latina, donde las economías son escasamente productivas, la desorganización es ubicua, el analfabetismo absoluto o parcial es notorio y las instituciones asistenciales, cuando las hay, están a menudo en manos de ineptos o de corruptos vinculados con aparatos clientelistas?
Una razón por la que hasta ahora cuando menos nadie ha sabido idear una teoría general de la pobreza que venga acompañada por una lista de medidas que servirían para eliminarla consiste en que casi todos los presuntamente preocupados quieren aprovecharla en beneficio propio. Los militantes de izquierda, aliados circunstancialmente con sus equivalentes de diversas confesiones religiosas, están decididos a atribuirla al capitalismo o a la malevolencia de Estados Unidos mientras que los "liberales", en el sentido franco-hispano de la palabra, aseveran que su persistencia se debe a trabas de todo tipo que impiden que surja una clase empresaria auténtica que amenazaría a la clase cortesana ya existente.
Asimismo, los resultados de la multitud de "experimentos" que han sido probados por decenas de gobiernos nacionales pueden interpretarse de mil maneras. En algunos países, parecería que el socialismo democrático fue exitoso, pero los hay que suponen que los logros de escandinavos y holandeses en este ámbito se han debido a tradiciones culturales que antedatan las diversas doctrinas izquierdistas. Del mismo modo, parece probable que el auge impresionante del Japón fuera posibilitado por arreglos sociales cuyo origen se remontan a siglos antes de la "apertura" del archipiélago en 1853. Aunque fuera posible demostrar "científicamente" la veracidad de tales hipótesis, lo así aprendido sería de escaso valor práctico: una sociedad preparada para inyectarse las dosis apropiadas del protestantismo luterano o calvinista, confucianismo nipón o lo que fuera ya poseería élites tan pragmáticas y tan conscientes de la importancia de la equidad que sorprendería que todavía no se encontrara entre las más prósperas e igualitarias.
Otra razón por la que la lucha contra la pobreza se ha empantanado tiene que ver con la necesidad de tomar en cuenta la evolución "macroeconómica" de los distintos países por motivos que no son no tan distintos de los que en tiempos pasados hicieron que virtualmente todos los gobernantes priorizaran el poderío militar, costumbre ésta que se ha visto desactualizada en el Occidente por la superioridad incontrastable de Estados Unidos y la convicción resultante de que la superpotencia se encargara de defenderlo contra sus eventuales enemigos exteriores, trátese de los representados por la ya ex Unión Soviética, el "islamofascismo", el bandidaje norcoreano o, en adelante, quizás, el nacionalismo chino. Un buen producto bruto es considerado esencial y, bien que mal, en términos macroeconómicos el "neoliberalismo" o, si se prefiere, el "capitalismo salvaje" funciona. Estados Unidos es por un margen amplio la economía más grande del planeta y, sus esporádicas convulsiones cíclicas no obstante, la más dinámica. En Europa, los tentados por el neoliberalismo, como los británicos, poco a poco están comenzando a aventajar a los resueltos a aferrarse al "modelo renano" como los alemanes, los franceses y los italianos, motivo por el que los gobiernos de la zona del euro están procurando solapadamente obligar a sus respectivos países a ser menos solidarios y más competitivos.
Lo mismo que los comunistas de tiempos ya idos, los partidarios del capitalismo desinhibido dicen que tarde o temprano un producto bruto mayor beneficiará a todos, de forma que conviene a los rezagados tolerar sus penurias hasta que el conjunto sea tan opulento que haya más que suficiente para todos: la teoría del goteo suena bien, pero según parece los pobres tendrán que esperar algunas décadas más. También dicen los convencidos por su prédica que no es posible optar por un ritmo menos frenético por creer cierto grado de equidad mejor que un producto espléndido porque los países que sean incapaces de mantenerse en carrera no gozarán por mucho tiempo de un nivel de bienestar acaso mediocre pero así y todo más satisfactorio que el disfrutado por la mayoría de los habitantes de los adelantados sino que verán desplomarse sus ingresos tal y como sucedió en la Argentina.
Estén en lo cierto o no los que hablan de este modo, no cabe duda de que les creen líderes europeos como el atribulado Gerhard Schröder. En cambio, el gobierno encabezado por el presidente Néstor Kirchner ha elegido repudiar la tesis "neoliberal" no sólo por entender que cualquier intento de aplicarla sería políticamente suicida sino también porque, como Schröder y otros hace apenas un año, supone que un planteo en su opinión tan antipático no puede ser realista.
Tanto en el "Primer Mundo" como en el "Tercero", además de lo que todavía sobrevive del "Segundo", es de rigor tomar la pobreza extrema por una anomalía imputable a la perversidad del orden internacional, a la codicia de los empresarios o, para variar, a la resistencia de demasiadas personas a reconocer las bondades del capitalismo liberal. Si la pobreza realmente fuera una aberración, todo sería más sencillo, pero tal vez sería mejor considerarla la condición natural del hombre -antes de las décadas finales del siglo XIX, los acomodados según las pautas hoy en día imperantes constituían un porcentaje minúsculo de los seres humanos-, para concentrarse en lo novedosa y lo atípica, o sea, lo artificial que es la prosperidad masiva, fenómeno que nunca se hubiera producido sin una cantidad enorme de cambios tecnológicos, políticos, económicos y culturales. Sin embargo, aparte de los marxistas antes del colapso del imperio soviético y algunos polemistas "neoliberales", pocos se han permitido señalar que, a menos que haya cambios inmensos que afecten profundamente a todas las personas, la pobreza seguirá siendo normal. Los demás, la mayoría, están más preocupados por impedir que haya cambios que pudieran perjudicarlos si bien con pocas excepciones creen que ellos también están "luchando contra la pobreza" aunque en verdad actúan como aliados de la enemiga que sueñan con ver aplastada de una vez y para todas.
     
     
Tapa || Economía | Políticas | Regionales | Sociedad | Deportes | Cultura || Todos los títulos | Breves ||
Ediciones anteriores | Editorial | Artículos | Cartas de lectores || El tiempo | Clasificados | Turismo | Mapa del sitio
Escríbanos || Patagonia Jurásica | Cocina | Guía del ocio | Informática | El Económico | Educación