Martes 15 de julio de 2003
 

La política argentina: entre el miedo y la venganza

 

Por Gabriel Rafart

  Distintas escenas de nuestra realidad se están proyectando a modo de crudas y desalentadoras expresiones de este mundo de incertidumbres que la acción colectiva fabrica día a día. Algunas informan del miedo. Otras de la venganza. Todas se disparan como dardos venenosos sobre la política democrática. Un ciudadano que carga el miedo en sus lugares comunes y un político vengativo parecen ser protagonistas secundarios pero vitales de nuestra maltrecha política.
Una de esas escenas, la más reciente mostrando a un exasperado vecino de Lanús, en el asedio a una de las comisarías de la cuestionada "Bonaerense", demandando junto a miles mayor protección para sus vidas y bienes. Ese vecino, ante la interpelación de un periodista, exigía a viva voz que los policías eliminen las "capuchas" que protegen la identidad de los detenidos frente a las siempre curiosas cámaras de los noticieros televisivos para así poder conocer el rostro del "delincuente" en cuestión y si es prontamente liberado tomar la decisión de "matarlo". Fórmula que a la vista de todos delata el miedo, pero también la voluntad por exorcizarlo a través de otra pasión, la venganza.
La otra imagen corresponde a uno de los ya desplazados representantes por la parte gremial en la obra social de los jubilados cuando anunciaba un tipo de amenaza propia de conductas mafiosas. Decía el dirigente de los trabajadores de cementerios que "hablaría" si a él junto con otro de los directores cuestionados eran obligados a retirarse de su espacio de poder ante la arremetida del gobierno nacional por llevar transparencia al PAMI. Aquí también la venganza venía de la mano del miedo. Y ese miedo hundía sus raíces en un motivo espurio: perder posiciones de autoridad para disponer discrecionalmente de recursos que se pensaron eternos. Pero también, con esa amenaza de "hablar" pretendía instalar el miedo en la sala donde habita la clase política que aún no ha sabido depurarse.
Una tercera expresión, también reciente y cercana, corrió por cuenta del diputado emepenista estrella en la causa de la cámara oculta. Para evitar eludir un cuestionamiento de amplia resonancia pública en un proceso que se hubiera traducido en el alejamiento compulsivo de su asiento de legislador, recurrió a la renuncia escudándose en lo que él calificó de "faltas de garantías" para poder realizar su descargo. Otra vez en dosis adecuadas el miedo y la venganza.
Podríamos exponer otros tantos episodios donde el miedo y la venganza se enseñorean en los distintos escenarios tanto de la sociedad civil como política. Sólo mencionar el terremoto civil y político que parece avecinarse en esa comunidad del miedo que se ha instalado desde hace años en la provincia de los Juárez, o la actitud desafiante que supo a amenaza de quien fue hasta hace unos días presidente del máximo tribunal de justicia de la nación.
¿Es posible construir una comunidad política bajo el despliegue incontrolado de ambas pasiones humanas? ¿Cuál es el destino de la política en una sociedad del miedo y la venganza? ¿El miedo y la venganza pueden entenderse ya no sólo con la política, sino con una política que se precie de democrática? ¿Qué tipo de ciudadano y dirigente político emergen en territorios gobernados por dichas pasiones?
Sí la política acepta estas expresiones fraguadas en el miedo y la venganza, corre el riesgo de traducirse en un mero instrumento al servicio de las bajas pasiones humanas. La política tendría inexorablemente la forma de un garrote.
Si las voces ciudadanas asumen esas imágenes donde el miedo construye anuncios de venganzas en la sociedad civil y los hombres públicos actúan de manera vengativa para generar miedo entre los suyos, entonces la política se transformaría en sobrecarga para atender a la exigencia de ser un vehículo que exprese las pasiones sólo por medios coactivos. Desembocar en ese derrotero es caer en el primitivismo de la política. Este es el riesgo de sociedades como la argentina, decididamente fracturadas en su experiencia pasada y presente.
El miedo puede calar mucho más profundamente si la problemática de la seguridad no se atiende debidamente. También si una parte del mundo mediático no logra autolimitar su irresponsable videomanía que ya dejó de promover sensibilidades en favor de "causas justas" para terminar saturando, cuando no llevando, a parte de su audiencia en una actitud vengativa. Cuando la demanda se organiza y expresa, como en el caso mencionado del populoso partido del conurbano bonaerense, o los también recientes de Arequito o Arrecifes, pero no logra instalarse en un registro de racionalidad, podemos ser sorprendidos por la germinación de nichos despóticos. Conductas irracionales, llamando a la muerte o aquellos otros, que exigen la expulsión de vecinos "con antecedentes", informan de una política democrática bordeando el fracaso. Ello se ve reforzado cuando desde la política, o mejor dicho desde sectores de la clase política, se viene actuando bajo impulsos vengativos.
Efectivamente, uno de los mayores fracasos de la política en democracia viene de la mano ya no sólo por su incapacidad en procesar positivamente las permanentes interpelaciones de la sociedad, sino ante la presencia de políticos vengativos. Este animal político se ajusta a un tipo de sociedad también vengativa. Paradójicamente esa sociedad asume su energía vengativa desde el lenguaje antipolítico una vez que su primitivismo democrático no logra de los poderes públicos respuestas de acuerdo con el tiempo urgente de sus demandas. Y los políticos vengativos asumen esa pasión compitiendo por ese antipoliticismo cuando desde sus acciones califican a la política como pactos mafiosos o posiciones inamovibles desde el manejo de ingentes recursos de poder económico para ellos y sus amigos.
Este mundo de miedos y venganzas construye ciudadanos carecientes de una mirada cívica comunitaria. Los políticos vengativos parecen ser la fiel superestructura de una ciudadanía empobrecida. Si bien la política en democracia es siempre problemática y, por su esencia, un terreno abierto a las contradicciones, el sujeto de una comunidad cívica debe construirse limitando su universo de pasiones. Pero también la clase política debe propender a ejercer su voluntad desterrando para siempre la venganza como fórmula para el ejercicio de la vida pública.
Como todo escenario de novedades, el ciudadano con miedo y el político vengativo pueden hacer más difícil la política democrática, sobre todo cuando desde el nuevo recambio presidencial confronta con imaginarios esperanzadores.
     
     
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