Jueves 10 de julio de 2003
 

Los fósiles del subsuelo rionegrino y el legado cultural

 

Por Sebastián Apesteguía (*)

  La Patagonia es mucho más que el extremo sur de América del Sur, y Río Negro es mucho más que el norte de la Patagonia. Río Negro es, en realidad, el corazón de la Patagonia, y esto no es una metáfora. Estudios geológicos han demostrado que la región centro-sur de la provincia, conocida como la meseta de Somuncura, contiene uno de los primeros núcleos a partir de los cuales se formó la Patagonia.
En la edición del 30 de junio, Antonio O. Nápoli destacaba las características que hacen de la Patagonia una región de ricos contrastes, con un potencial notable para ser desarrollado en el siglo que comienza. Las viejas profecías catastrofistas de aquella película "Cuando el destino nos alcance" están aún lejos, pero los países nórdicos han avizorado ya un futuro con superpoblación y escasez. Entre esos recursos naturales el petróleo, pero especialmente el agua dulce, tienen todos los atributos para hacer de ella una fuente de riquezas para el siglo XXI. Por ello, muchas potencias han comenzado en estas últimas décadas a abrir sus ojos hacia los recursos naturales menos explotados en el mundo.
Mucha gente de diversas nacionalidades ha puesto décadas desinteresadas de esfuerzo en el desarrollo de este territorio. Muchos europeos, incluyendo muchos ingleses y, por qué no, otros hermanos sudamericanos, han amado la estepa, los lagos y los bosques de la Patagonia sin querer convertirla en parte de su tierra natal, sino haciéndose ellos mismos patagónicos y peleando por el país. Sin embargo, el ojo puesto por las grandes potencias dista mucho de ser "paternalista" o de mostrar una franca voluntad de cooperación. Nuestra necesidad de atraer el capital privado para una nueva industrialización se contrapone con las intenciones de las grandes potencias que nos vislumbran como una mansa reserva de recursos intactos. Sin embargo, sabemos que tenemos materias primas, mano de obra para procesarlas y puertos para distribuirlas en forma elaborada.
La Patagonia se destaca mundialmente por una gran cantidad de recursos naturales, en especial del subsuelo, entre los que se listan oro, plata, plomo, arcillas, fosforitas, caolín, yeso, carbón, etc. Estas riquezas, que conllevan un obvio interés económico, se hallan mayormente inexplotadas (no porque no nos hayamos percatado de que están allí, sino porque muchas veces falta el apoyo para emprender su extracción).
Sin embargo, existen otras riquezas menos "visibles" que se vacían lenta y silenciosamente, como una suave sangría que año tras año va reduciendo el porte de la Patagonia, su importancia y lo más indeleble: su historia.
Esa es la riqueza del patrimonio cultural. La historia del hombre en la Patagonia y la de las criaturas que vivieron antes que él. Todos ellos hicieron de la Patagonia su territorio amado antes de que los primeros indígenas armaran su primer raído toldo de nómadas al sur del río Colorado. Estas riquezas, que se resienten un poquito cuando un turista guarda en su bolsillo una punta de flecha, se desgranan convulsivamente cada vez que un cargamento de fósiles contrabandeados sale por el aeropuerto de Ezeiza o por el puerto de San Antonio Este.
Desde múltiples disciplinas científicas se ha rescatado la importancia de la Patagonia. Sin embargo, es quizás la paleontología la que la hace ocupar un lugar destacado en el mundo y hace que su nombre corra de boca en boca de asombrados naturalistas. Todos los años contrasta en los congresos internacionales la gran cantidad de información del pasado de la Tierra provista por fósiles de la Patagonia.
Durante casi cien años, importantes colecciones privadas de fósiles se han hecho en todo el mundo, nutridas sustancialmente por fósiles patagónicos, incluyendo troncos, piñas, ostras y cangrejos, así como mamíferos fósiles y dinosaurios, tanto sus huesos como sus huevos.
¿En qué nos perjudica esto, si nosotros no podemos comercializarlos?
Durante años (y lo sé por mi propia experiencia) todos creímos que los dinosaurios eran de América del Norte y Europa. Todos conocemos los impronunciables nombres que fluyen con facilidad de las bocas de nuestros niños: Tyrannosaurus rex, Triceratops horridus, y hasta el Mamenchisaurus hochuanensis que me arrojó a la cara un pequeño de cinco años durante una conferencia.
Recién hacia la década del "80, los restos fósiles hallados en la Patagonia dejaron de engrosar colecciones privadas y comenzaron a ser colectados y estudiados sistemáticamente por paleontólogos argentinos. Estos comenzaron a hacer popular una realidad que era ya conocida por los científicos desde principios del siglo XX: existieron dinosaurios en la Patagonia, y eran distintos a los del Hemisferio Norte. Hoy podemos decir orgullosos que Argentinosaurus huinculensis es el herbívoro más grande, que Giganotosaurus carolinii es el carnívoro más grande, todo esto en base a hallazgos realizados por argentinos, que no terminaron ignorados en la vitrina de una colección privada.
De todo este cúmulo de material fósil, un gran porcentaje proviene de la provincia del Neuquén y también del Chubut. ¿Es que no había tantos dinosaurios o tan grandes en Río Negro? ¿Los dinosaurios no cruzaban el río Negro? No, no es así. Por supuesto, los ríos de hoy no existían en su forma actual y hay probablemente tantos y tan importantes dinosaurios en Neuquén como en Río Negro. Sin embargo la margen sur, casi un símbolo de la vulnerabilidad de la Patagonia, continúa siendo la meca de los contrabandistas de fósiles. Campos de huevos de dinosaurios, esqueletos, ostras y troncos fósiles siguen siendo arrastrados hacia otros continentes por contrabandistas inescrupulosos, robándonos nuestro tesoro más preciado: nuestra propia historia, vaciando el corazón pétreo de la Patagonia.
A veces la gente puede pensar que los paleontólogos nos ponemos nerviosos cuando nos hablan de las colecciones privadas porque implican material que no puede ser estudiado con facilidad, pero el problema es mucho más profundo: se trata del vaciamiento de nuestro patrimonio cultural.
En el museo de Buenos Aires, los paleontólogos tienen turnos voluntarios para cooperar con las autoridades en la protección del patrimonio, incluyendo el decomiso de material ilegal. ¿Reciben por ello una compensación monetaria? No. ¿Estudian ellos el material decomisado? Tampoco. Es sólo conciencia de lo que no queremos que nos quiten.
Hace un par de años la Society of Vertebrate Paleontology emitió un comunicado a todos sus miembros (gran parte de los paleontólogos del mundo) pidiendo que enviáramos una nota al gobierno norteamericano para que los fósiles pasaran a ser patrimonio del Estado (como en Argentina), y que se impidiera de este modo el tráfico y la destrucción de su patrimonio. Como vemos, aún los países más industrializados (que no es lo mismo que más civilizados) del mundo, están detrás nuestro en algunos aspectos.
La riqueza cultural emanada de los fósiles no implica una riqueza económica, ya que felizmente en la Argentina los fósiles son patrimonio de todos pero propiedad de ningún particular, ni siquiera del paleontólogo que los extrae cuidadosamente para estudiarlos y los ingresa en las colecciones públicas de una institución científica. Es decir, el dueño de un campo tampoco es dueño de los fósiles contenidos en él, y debe colaborar con los paleontólogos para permitir una adecuada salvaguarda de estos materiales. Quien no denuncia los fósiles que ha visto romperse y desgranarse al aire libre en sus terrenos, quien posee colecciones privadas y no las declara ante los organismos preservadores de la Cultura, y en especial quien colecta, comercia o contrabandea fósiles, está cometiendo un serio delito al contribuir a la destrucción (artificial o por la misma erosión natural) del Patrimonio Natural de la Humanidad.
Lamentablemente, la legislación que hasta ahora existía no impartía sanciones graves para los infractores, y es así como el sueco involucrado en el contrabando de varios barriles repletos de fósiles patagónicos decomisados hace poco en Ezeiza anda paseándose impunemente en estos días por Bariloche.
Hasta hace muy poco, la única ley que protegía nuestro patrimonio era la Nº 9.080, que no impartía más que un modesto apercibimiento a los que robaban o destruían parte de nuestro patrimonio cultural. En estos días, con la sanción de la nueva ley nacional Nº 25.743/03 de Protección del Patrimonio Arqueológico y Paleontológico, nuevas armas y nuevos enfoques permiten un mejor cuidado de nuestra historia. Para llevar a cabo esta defensa, sin embargo, es imprescindible aceitar los mecanismos de las entidades protectoras de la cultura en la provincia.
En octubre del 2000 tuve la ocasión de ir a un Congreso Internacional de Paleontología de Vertebrados en la ciudad de México. Visitando la zona pude ver, no sin asombro, que una enorme cantidad de casas de toda ralea mostraba una orgullosa bandera flameante o un tanque de agua pintado con los colores nacionales, y no pude evitar sentirme triste al percatarme de que los argentinos habíamos perdido, a través de tantos avatares de la historia más reciente, gran parte de nuestro profundo orgullo. Todos sabemos que éstos son tiempos de esperanza, muchos de los argentinos tenemos ahora, después de muchos años, una esperanza secreta de que las cosas salgan bien y es en este momento que el cuidado de las cosas nuestras se hace más patente.
Contra esta protección de los bienes de nuestro patrimonio cultural confabulan la escasa población patagónica, en especial en la margen sur; la adquisición de grandes latifundios (casi regalados) por parte de extranjeros adinerados; una marginación que data de siempre (en realidad, ya el perito Moreno se percató de que la margen sur estuvo más poblada en la época de los indígenas que cuando llegaron los europeos) y sobre todo, la muy combatida falta de educación, que mina las culpas y responsabilidades. Los habitantes de la provincia de Río Negro están llenos de inquietudes culturales y posibilidades de desarrollo. Pueden faltarles necesidades básicas, especialmente en las zonas rurales, pero no dejan de observar que las maras forman parejas de por vida, que las perdices espantadas vuelven al mismo lugar, que las montañas parecen haber estado formadas alguna vez por un material líquido; ni dejan de preguntarse por qué los huesos de dinosaurios están dentro de la roca. ¿Es esto signo de la pobreza de una región? No, es señal de una riqueza potencial que ni aun marginándonos y poniéndonos contra las cuerdas pueden hacernos olvidar.
El desarrollo de las regiones más pobres, económica y culturalmente, nos permitirá fomentar la protección de "nuestras cosas". Esto no es ninguna novedad, y se viene luchando de un modo u otro para lograrlo desde hace años. Evidentemente, se necesita mucho más, emprendiendo un avance más serio. Se necesita aprovechar los conocimientos adquiridos por generaciones de científicos argentinos que hoy son tentados a irse al exterior, donde progresan y se quedan para siempre. Es necesario articularlos con los saberes de los lugareños, para proteger nuestro patrimonio cultural, siendo ésta la única forma posible de salir del estancamiento.
Nápoli destacaba en la edición del 30 de junio la importancia del apoyo estatal en la transformación del Alto Valle del río Negro y Neuquén para crear la infraestructura de la región, sumado al mejoramiento de las redes de comunicación locales, ya sean rutas o vías férreas, como las que al reducirse condenaron a Ingeniero Jacobacci. La fundación de escuelas y hospitales es fundamental, pero también es crucial el desarrollo económico y cultural de la región; no sólo en la educación básica sino también en la producción científica y tecnológica. ¿Que Río Negro no está en las mismas condiciones que Neuquén para realizar investigación y proteger su patrimonio? Bueno, pues, entonces con más razón, ¡manos a la obra!

(*) Paleontólogo
     
     
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