Jueves 3 de julio de 2003 | ||
El ministro de Educación |
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Por Héctor Ciapuscio |
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Platón, ya anciano y luego de su desilusión política en Sicilia y en su propia patria, les recomendó a los atenienses en "Las Leyes" crear una función de gobierno nueva, la de ministro de la educación. Les dijo, además, que ese puesto debería ser, "y con mucho, el más importante de todos los cargos supremos del Estado". Lejos de ese ideal de la "paideia" platónica, pero compartiendo el fondo, los argentinos están desde hace tiempo clamando por una educación relanzadora del país. Y sucede que ahora podemos tener, en mi opinión, por lo menos tres motivos para una cierta esperanza: el primero, la personalidad de quien recibió la responsabilidad de gobierno; el segundo, lo que manifestó como su programa; el tercero, las nuevas condiciones del marco interno y del exterior. Al hacerse cargo del ministerio, Daniel Filmus, un especialista en sociología y profesional de la enseñanza que venía de una gestión exitosa en el gobierno de la Ciudad, transmitió un pensamiento integrador. Quiere -reconociendo la desarticulación institucional existente como un dato de la realidad- que el ministerio encabece el diseño y desarrollo de una vigorosa política educativa en sinergia efectiva, no retórica, con todos los actores clave: ministros provinciales, rectores universitarios y administradores de las instituciones de investigación especialmente. Esto es novedoso. Propone también -algo que es medular- colocar a la educación como base para una estrategia de desarrollo nacional de largo plazo, articulándola con las otras áreas del gobierno y, en particular, engranando lo educativo con las actividades de ciencia y tecnología. Pretende, por otra parte, que estos sectores privilegien fundamentalmente la solución de problemas concretos de la sociedad (una estrategia que varios especialistas vienen preconizando en los últimos tiempos), con la convicción de que las limitaciones habituales de financiamiento se irán superando a partir del momento en que la gente perciba, advirtiendo los beneficios que les reportan, que la educación y la investigación científico-tecnológica constituyen una inversión y no un gasto. La gente y los políticos, claro está, aparte de los ministros de Economía, los Merlines que a través de presupuestos y recortes han expresado hasta ahora la poca significación que atribuyen al trabajo de educadores e investigadores. De ello dependerá, entre otras cosas -sostiene el ministro- que se vaya alcanzando progresivamente un mejoramiento sustancial de las remuneraciones y condiciones de trabajo de la profesión docente, una jerarquización necesaria como para recobrar el interés vocacional de los bien dotados y el prestigio social que la condición del profesor y la del maestro tuvieron en otros tiempos. Son cosas muy importantes cuyo logro en un plazo razonable será todo un desafío, pero ante cuya trascendencia deberíamos rendir cualquier escepticismo. Estos son los dos primeros motivos de esperanza a que he aludido arriba. El tercer motivo radica en una serie de posibilidades que ofrecen los nuevos tiempos del país y de su contorno. Estas oportunidades se refieren, en cuanto al escenario interno y en primer lugar, al estado de movilización que muestra actualmente la sociedad en torno de exigencias del bien común que la crisis transformó en perentorias, al hecho evidente de que va quedándose atrás el estereotipo de una población argentina de solipsistas, de gente que sólo mira su ombligo y atiende a sus propios intereses. Una comunidad ya no únicamente preocupada por la seguridad física de las personas, la integridad de los pactos jurídicos que afectan a la propiedad o el cumplimiento de las normas. Las múltiples organizaciones voluntarias que han surgido como reacción ante una crisis que parecía terminal se sensibilizaron también hacia la idea de trabajar por una comunidad más educada y mejor preparada para competir en el mundo. En cuanto al contorno exterior, creo que es indicativo advertir, entre otros, un hecho: que nuestro país estará cada vez más espoleado por la circunstancia de que al presente y hacia el futuro comparte un proyecto plurinacional que impone avanzar codo a codo con el Brasil, un vecino de enorme dinamismo que viene de ser reconocido en el club de las potencias mundiales. Y eso significa la necesidad de que lo emulemos en su ambicioso proyecto de ir "pra-frente" enérgicamente y sin perder tiempo, en un desarrollo educativo y científico-tecnológico con botas de siete leguas. (1) (1).- En una nota titulada "El despegue del Brasil" comenté hace poco datos del "Livro Verde" (año 2001) del Ministerio de Ciencia y Tecnología. El país estaba ya invirtiendo un 0,9% del PBI en el área, 19.000 estudiantes obtuvieron maestrías y 5.000 doctorados en el 2000. El Brasil aplica además cuantiosos "fondos sectoriales" provenientes del proceso de privatizaciones a desarrollo de tecnologías estratégicas, exporta aviones y satélites al Primer Mundo y marcha a la cabeza en producción de plataformas submarinas. En una reunión de 1.200 científicos en Brasilia, relata el trabajo, un senador se llevó la ovación al declarar: "Mas do que nunca é preciso ousar (atrevernos) e nós estamos ousando". |
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