Jueves 3 de julio de 2003
		Yo gramático: una crónica del buen hablar
		Por Jorge Castañeda
		Yo, médico; yo, catedrático, titulaba sus libros el bueno de Baldomero Fernández Moreno y yo para no ser menos, titulo:Yo, gramático a esta crónica del buen hablar. Amerita sacarme el sombrero ante la riqueza del idioma de Cervantes, porque el Castellano -al decir de un viejo programa cómico de televisión- "es muy rico en expresiones idiomáticas". Tiene reglas y también excepciones a las reglas. Tiene música y también luz y color en las vocales: ejemplo de ello dan las obras literarias de don Ramón del Valle Inclán y Ramón J. Sender, para los cuales la "a" era una vocal blanca. Yo quisiera como Darío tomar "un vaso de bon vino" con maese Gonzalo de Berceo, escribir tras los vitrales mester de clerecía o tal vez caminar la campiña conversando de "vaqueras fermosas" con el buen Archipreste. Echar los versos "en celdillas iguales" o volcar la prosa como "gemas preciosas en el saco de terciopelo". Escribir lento pero bien; publicar poco y espaciado "porque no se puede echar libros al mundo como quien fríe buñuelos". Hacen falta muchos dómines para cultivar la buena prosa de la conversación. Y muchas lecturas y buenos escritores. ¿Qué me cuentan de Roa Bastos y José Camilo Cela? Esos enseñan escribiendo como nuestro Borges. Y Gabriel Miró -orfebre de las palabras- y Marechal con el cual hubiera querido sentarme a la mesa del Banquete. ¡Oh, Severo Arcángelo, vulcano en pantuflas! Y en ortografía ¿cómo andamos? ¡Que suenen salvas de culebrinas; que me acerquen tamaras de jacintos, que las hojas de acanto coronen mis sienes! Afuera el muladar de la quintería desordenada y la aladrería dispersa. Desparpajado y desenvuelto me desternillo de risa. Hago aspavientos. Encuentro mi punto álgido y tirito de frío. Voy al trastero y desempolvo los cachivaches. Me fumo una cachimba. Me calzo los quevedos y desecho el impertinente. Me restrego los dientes con dentífrico concentrado. Coloco una calcomanía en la luneta de mi automóvil. En la esquina de mayor tránsito dirijo el tráfico de rodados y peatones. En la abacería adquiero la quincalla de poco valor y en la rosticería los manjares para el buen yantar a chila come. Tomo el arco y la clava, la primera para alcanzar los temas elevados y la última para los "asuntos gallináceos". Si me tratan a mansalva estoy contento. Si es con alevosía me siento defraudado. Si me hacen una zancadilla, otra vez me levanto (Oh, Almafuerte). Prefacio o introito, lo mismo me da. Quiero agregar un escolio al tratado. Eso sí, no digo que voy a una pausa comercial, porque pausa significa hacer una breve interrupción. La saeta y el carcaj. La nasa y los pescados. La baca y los petates. El sedal y la caña. La perspectiva y el escorzo. Las estrellas y el astrolabio. La bomba y la adala. La carabela y la falúa. El péndulo y los rabdomantes. La vaquería y la dehesa. Tiemblo, estoy carambanado. Me pierdo en agua de borrajas. Subo al carajo. Si hablo, tartajeo. Es inane escribir tantas fruslerías, tengo las manos llenas de baratijas. No me asustan los endriagos, porque no soy medroso. Y si de embelecos se trata, me gustan los fraguados en la Boca, a pesar de Borges. "Escudos pintan escudos/ cruzados hacen cruzados/ y tahúres muy desnudos/ con dados hacen condados". Y Baltasar Gracián, tejedor de naderías. Enalbardo el asno. Paso el alfolí de las ofrendas, zahorí escudriño las tinieblas. Me gusta César Bruto, pero nunca me permito escribir "La baca es un hanimal forado de kuero". Saludo al profesor Lucho Sánchez. Elaboro, como Juan Filloy, palíndromos y digo como Cortázar "Salta Lenín el atlas". Pongo mi capa para que no tenga el mal gusto de suprimir la ortografía. En Felipe IV, 4 quiero hollar los umbrales de la Real Academia Española. Pero basta ya: ¡qué avenamiento de palabras!
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