Domingo 27 de julio de 2003
 

Manos a la obra

 
  El presidente Néstor Kirchner ya cuenta con el aval explícito de los dirigentes políticos más importantes del mundo: siempre y cuando se ponga a gobernar en serio, George W. Bush, Tony Blair, Gerhard Schröder, Jacques Chirac, Silvio Berlusconi, José María Aznar y también, es de presumir, Junichiro Koizumi le han asegurado su apoyo. Además, fronteras adentro Kirchner disfruta de un grado excepcionalmente elevado de popularidad debido a su voluntad de ensañarse con personajes y sectores desprestigiados. Aunque es factible de que antes de terminar la prolongada temporada electoral que le legaron sus antecesores prosperen algunos intentos más de "construir poder", al presidente le convendría suponer que sería poco probable que su capital político aumentara mucho más y que por lo tanto le ha llegado la hora de ponerlo a trabajar dando comienzo a un programa de "reformas estructurales" destinadas a permitir que la economía continúe creciendo en los años próximos. A menos que tanto Kirchner como el ministro de Economía Roberto Lavagna crean que dichas reformas no son necesarias porque el "modelo" confeccionado por Eduardo Duhalde sólo requiere algunos retoques menores, tendrán que invertir el poder que ya han conseguido: de lo contrario, la popularidad actual del presidente podría resultarle tan inútil como un depósito bancario acorralado.
Desgraciadamente para el país, y también para el presidente Kirchner, no se dan demasiados motivos para suponer que el gobierno haya aprovechado los dos meses últimos para idear un "plan" de largo plazo. Antes bien, los estrategas del Ministerio de Economía parecen imaginar que les será dado seguir postergando todas las decisiones difíciles sin que haya ningún riesgo de que estalle una crisis atribuible a las deficiencias inherentes al "modelo" actual, de ahí las previsiones optimistas de Lavagna, que dice estar convencido de que el crecimiento para este año resultará ser mayor de lo que vaticina el grueso de los economistas privados. Pues bien: aun cuando para asombro de muchos estuvieran en lo cierto los convencidos de que gracias a las "reformas" que fueron instrumentadas por Adolfo Rodríguez Saá y Duhalde la Argentina ya está en condiciones de iniciar una auténtica epopeya económica, el escepticismo de los demás los privaría del tiempo que precisarán para eliminar las dudas en cuanto a las perspectivas ante el país. Los inversores en potencia locales y extranjeros, para no hablar de los acreedores, ya están reclamando un "plan": si éste sólo consiste en dejar las cosas más o menos como están sin que haya ningún esfuerzo por explicar al mundo los méritos de no hacer nada, los inversores se negarán a arriesgarse y los acreedores se volverán cada vez más impacientes.
Durante el confuso proceso electoral, Kirchner, político que no figuraba entre los favoritos hasta que Duhalde optó por apadrinarlo luego de haber probado suerte con el cordobés José Manuel de la Sota, no tuvo por qué entrar en detalles acerca de sus propuestas económicas, si es que pensó en algunas, y es comprensible que al empezar su gestión haya priorizado la proyección de una imagen creada con el propósito de convencer a la ciudadanía de que sería un presidente de verdad, fuerte y decisivo, no un mero calco de Fernando de la Rúa o el títere del caudillo bonaerense. Pero las semanas pasan y Kirchner no podrá seguir mucho tiempo más sin procurar brindar la impresión de estar impulsando una estrategia coherente que, mal que le pese, tendría forzosamente que acarrear algunos cambios drásticos. Por cierto, no le será suficiente limitarse a atribuir el estado del país a los menemistas, los "neoliberales", el FMI y los empresarios europeos. Aun cuando Kirchner y sus asesores tuvieran razón, nombrar a los responsables de los desastres que nos han caído encima no equivale a remediar los prejuicios que hemos sufrido. Puesto que no existen motivos para suponer que la decadencia del país se haya debido a nada más que las actividades de los "malos" habitualmente vapuleados por los kirchneristas, concentrarse en sus hipotéticas fechorías sólo servirá para postergar el inicio de un esfuerzo genuino por impulsar la modernización del país a fin de reducir la brecha ya enorme que lo separa de los más avanzados. 
   
     
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