Martes 8 de julio de 2003
 

De visita en Europa

 
  Luego de sus primeros encuentros con sus homólogos europeos, el entonces presidente Eduardo Duhalde manifestó su sorpresa por lo diferente que era la forma de pensar de sus interlocutores de la habitual entre sus propios allegados. Según se informó, nunca hubiese creído que "la globalización" había avanzado tanto. Aunque el presidente Néstor Kirchner parece bastante mejor preparado para hacer frente a tales desafíos, es probable que en el transcurso de su gira por Inglaterra, Bélgica, Francia y España también se sienta extrañado por la actitud de quienes como él se precian de "progresistas" pero son menos propensos a satanizar lo que aquí y en ciertos círculos europeos suele calificarse de "neoliberalismo".  Atribuir la ecuanimidad de los políticos de la "centroizquierda" europea a nada más que la riqueza superior de sus países no lo ayudará mucho porque, mal que nos pese, tenemos que vivir en el mismo mundo.  Si bien en América Latina los problemas sociales son incomparablemente más angustiantes que en los países de la Unión Europea actual, negarse a tomar en serio la necesidad de "competir" en los mercados internacionales, empresa que supone la voluntad de prestar la debida atención a la eficiencia tanto en el sector público como en el privado, por temor a los costos políticos no puede considerarse una estrategia viable. Por ser tan enormes las dificultades planteadas por el atraso, en América Latina suele ser muy grande la tentación de esquivarlas dando prioridad a "luchas" presuntamente ideológicas que a menudo suponen la defensa implacable de intereses determinados. En este ámbito, nuestros "dirigentes" políticos y sus colaboradores intelectuales son maestros consumados. Si la retórica tuviera algo que ver con lo que efectivamente sucede en el país, la  sociedad argentina sería una de las más "avanzadas" y más igualitarias del planeta, porque desde hace décadas, incluso cuando los militares estaban en el poder, el discurso dominante se ha destacado por los buenos sentimientos de virtualmente todos. Aquí, todos los gobiernos se han afirmado resueltos a reducir la pobreza, mejorar la educación, promover la industria, luchar contra la desigualdad social, atenuar, cuando no "pulverizar", la desocupación y así, largamente, por el estilo. Puede que algunos hayan sido sinceros y otros hipócritas pero, a juzgar por los resultados concretos, no sería fácil separar a aquéllos de éstos. A pesar de su origen peronista, Kirchner se ha visto incluido entre los mandatarios progresistas, casi socialdemócratas, de la región, junto con el brasileño Luiz Inácio Lula da Silva y el chileno Ricardo Lagos.  Puede que ya no le guste demasiado figurar en dicha categoría, porque en opinión de muchos kirchneristas locales Lula y Lagos, lo mismo que el primer ministro británico Tony Blair y el canciller alemán Gerhard Schröder, han resultado ser excesivamente"derechistas" por estar menos interesados en las batallas ideológicas que en intentar asegurar el bienestar futuro de sus pueblos respectivos. A su modo, todos los nombrados reconocen que sería suicida rehusar aceptar que el capitalismo globalizado moderno es decididamente más dinámico que cualquier otro "modelo" y que por lo tanto aquellos países que por los motivos que fueran se resisten a asumirlo no tardarán en perder terreno, con resultados muy deprimentes para la mayoría de sus habitantes. Sin embargo, aunque entienden que es preciso combinar el vigor capitalista con la justicia social para que los beneficios no queden en manos de una minoría cada vez más pequeña, ninguno ha encontrado una forma definitiva de hacerlo, sin duda porque las exigencias crecientes planteadas por la evolución económica y tecnológica siguen empujando a todas las sociedades avanzadas más hacia la derecha "neoliberal". Bien que mal, la Argentina no podrá mantenerse ajena a este proceso: es de prever que, lo mismo que en otras latitudes, los intentos de resistirse al cambio que está protagonizando el joven gobierno de Kirchner sólo sirven para asegurar que, cuando finalmente le sea forzoso encargarse de los problemas "estructurales", los traumas resultantes sean aún más dolorosos de lo que hubieran sido de haber optado Kirchner por concretar las reformas así supuestas lo antes posible.  
   
     
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