Viernes 4 de julio de 2003
 

Una Corte nueva

 
  Como suele suceder cuando de un candidato a ocupar un lugar en la Corte Suprema de Justicia se trata, las opiniones de muchos acerca de la idoneidad de Eugenio Zaffaroni para encargarse de la vacante dejada por el recién defenestrado Julio Nazareno tienen tanto que ver con la ubicación ideológica del penalista como con sus cualidades profesionales aunque éstas, como corresponde, son claramente superiores a las ostentadas por ciertos ministros nombrados por el ex presidente Carlos Menem. Sin embargo, si bien el que sea considerado un "progresista" podría ayudar a Zaffaroni a superar los obstáculos supuestos por la necesidad de merecer la aprobación de distintas organizaciones no gubernamentales que en nuestro país son por lo general de "centro izquierda", sorprendería que la identificación así supuesta con un sector determinado no le ocasionara algunos problemas en el futuro. Como se sabe, Zaffaroni no debe su renombre público a su erudición sino a su actitud netamente "garantista", punto de vista que ha sido criticado con dureza por los preocupados por la delincuencia que, según parece, sigue en aumento en buena parte del país. Es de prever, pues, que el eventual ingreso a la Corte Suprema de Zaffaroni brinde a la oposición, sobre todo a las facciones peronistas que son reacias a aceptar el liderazgo de Néstor Kirchner, muchas oportunidades para ensañarse con el gobierno acusándolo de estar más interesados en los derechos de los criminales que en aquéllos de sus víctimas.
Si bien es indudable que el reemplazo de Nazareno por Zaffaroni contribuiría a devolver el prestigio perdido a una Corte que, además de ser víctima de la inflación acarreada por la decisión de Menem de aumentar a nueve el número de integrantes, ha sufrido por la presencia de demasiados jueces de capacidad cuestionable que fueron nominados por razones políticas o en base a su amistad personal con el jefe de Estado, provoca inquietud la presunta voluntad de Kirchner de continuar con la purga embistiendo contra Eduardo Moliné O"Connor y Guillermo López. Aunque Zaffaroni no puede considerarse un kirchnerista de la primera hora, en el caso de que caigan Moliné O"Connor y López y sus sucesores tengan un perfil parecido a aquél de Zaffaroni, la Corte experimentaría un cambio ideológico tan abrupto que sería difícil negar que el gobierno, aunque fuera de resultas de métodos menos torpes que los usados por Menem, se las habría arreglado para asegurarse que el máximo tribunal del país le fuera afín. Después de todo, la razón por la que la Corte Suprema actual no disfruta del respeto de la ciudadanía consiste en la sensación generalizada de que muchos integrantes distan de estar a la altura de sus responsabilidades por tratarse de operadores políticos disfrazados de juristas, no en sus presuntas preferencias ideológicas.
Aunque Zaffaroni es considerado de "centro izquierda" por haber militado en la Alianza y por sus opiniones acerca de la mejor forma de organizar una economía nacional, en términos generales parece ser un liberal clásico que es propenso a oponerse a cualquier intervención del Estado en la vida privada de las personas, de ahí sus planteos contra la penalización de la tenencia de drogas para el consumo particular, principio que a su entender es meramente "una adaptación del prohibicionismo norteamericano", y su voluntad de reducir al mínimo imprescindible los poderes policiales. Por lo tanto, si como se prevé Zaffaroni ingresa a la Corte, será más que probable que una consecuencia sea que la interpretación de las leyes se haga decididamente menos autoritaria que en el pasado reciente, lo que, obvio es decirlo, no será del gusto ni de la Policía ni de la Iglesia Católica, instituciones que tienden a tomar actitudes como las del jurista por atentados contra la moral y las buenas costumbres. Así las cosas, la designación de Zaffaroni para sustituir a Nazareno no presagia el fin de las polémicas virulentas acerca de la conformación de la Corte Suprema, aunque es de suponer que en adelante se inspiren menos en la presunta lealtad de sus miembros hacia un caudillo determinado y más en el compromiso firme de algunos con un grado de libertad personal que muchos tradicionalistas considerarán demasiado peligroso para los tiempos que corren.
   
     
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