MArtes 1 de julio de 2003
 

El primer revés

 
  No es demasiado probable que Aníbal Fernández haya tomado en serio sus propias palabras cuando afirmaba que "es un concepto falso que el presidente se juega una partida en cada elección que se hace en las provincias ... es un concepto del pasado que nosotros siempre hemos cuestionado". El ministro del Interior sabe muy bien que los resultados de las elecciones escalonadas que se celebrarán a intervalos irregulares en el interior del país en el transcurso de los próximos meses incidirán bastante en el clima político nacional, razón por la que él mismo se dio el trabajo de viajar a Tierra del Fuego en un intento vano de asegurar la reelección del gobernador peronista Carlos Manfredotti. Desgraciadamente para el gobierno, apostó mal. Para satisfacción de sus correligionarios en el resto del país, triunfó el radical Jorge Colazo por un margen respetable. Si bien Fernández y otros oficialistas tratarán de minimizar el significado de la derrota, ya entenderán que su apoyo a la candidatura de Manfredotti no fue tan decisivo como habían esperado.   
Lo mismo que a aquellos empresarios que son partidarios de privatizar los réditos y estatizar las pérdidas, a los políticos les es habitual procurar aprovechar las victorias electorales ajenas y proclamarse prescindentes cuando tropiezan sus favoritos, pero como Fernando de la Rúa descubrió, no contar con candidatos propios puede resultar aún más perjudicial que ser vinculado con un perdedor, de suerte que es de prever que todas las contiendas que nos esperan serán interpretadas como enfrentamientos entre el oficialismo y los reacios a subirse al carro kirchnerista. Puesto que muchos candidatos tratarán de sacar provecho de la popularidad actual del presidente, no le sería fácil en absoluto mantenerlos a raya aun cuando compartiera la tesis poselectoral que acaba de reivindicar su ministro del Interior. En efecto, le guste o no, Kirchner ya se ha jugado en la Capital Federal al respaldar al ex aliancista Aníbal Ibarra, opción que lo ha enfrentado con el Partido Justicialista porteño que prefirió darle una mano al empresario Mauricio Macri.     
De todos modos, la necesidad patente de Kirchner de "construir poder" sobre la base de la buena imagen que la ciudadanía le ha conferido, lo obliga a intentar formar un movimiento oficialista cuyas fronteras no pueden coincidir con aquellas del peronismo. En vista de que en nuestro país lo que queda de los partidos nacionales se define más por los lazos personales entre los integrantes de las distintas fracciones que los conforman que por sus "doctrinas", una eventual alianza kirchnerista tendería forzosamente a ser en buena medida no peronista.  Aunque es de suponer que el presidente y sus amigos están en condiciones de desplazar a los menemistas, encontrarán que los duhaldistas, agrupación que incluye a muchos "derechistas", se resistirán a sus intentos de mediatizarlos, razón por cual el gobierno seguirá tratando de seducir tanto a los ex simpatizantes del ex presidente Menem como Manfredotti, como a figuras extrapartidarias que a su juicio le son afines.
Además de querer que haya más dirigentes provinciales y legisladores que se sientan comprometidos con el Poder Ejecutivo, objetivo que no podrá concretar a menos que se difunda la convicción de que el apoyo brindado por Kirchner puede significar la diferencia entre un triunfo electoral y una derrota sin atenuantes, el gobierno ha de pensar en las consecuencias para su propia imagen de los comicios que están por celebrarse. Es de su interés hacer pensar que el kirchnerismo es la ola del futuro y que oponérsele equivaldría a cometer un error histórico. Así las cosas, a esta altura cualquier revés, incluyendo a uno en una jurisdicción tan pequeña y tan atípica como la fueguina, no podrá sino resultarle políticamente costoso.  Son muchos los políticos profesionales que sospechan que los índices de aprobación sumamente altos que ha logrado Kirchner luego de sus semanas iniciales en la Casa Rosada son un fenómeno pasajero que no tardará en esfumarse. Desde este enfoque, el resultado de las elecciones en Tierra del Fuego habrá supuesto que a los dirigentes peronistas les convendría esperar un poco más antes de comprometerse con Kirchner, actitud que, de más está decirlo, no favorece en absoluto al santacruceño.
   
     
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