Sábado 26 de julio de 2003

La Señora

LaSeñora era enorme. Por eso era LaSeñora, con ese mayúscula, y todo junto. Pero cuando llegó al andén, era nada, tan nada que su nombre tenía tres letras. Una doña nadie, una más llena de sueños que desbordaban la valija barata.

No. No una más. LaSeñora -que no era todavía LaSeñora- tenía, además de sueños, voluntad. Y resentimiento. Mucho resentimiento por ser distinta, separada, negada. Así que ella quería brillar, y quería que la quisieran, y que la reconocieran por lo que era, aunque ni sabía lo que era.

De suerte que primero buscó la luz y la gente en los estudios de cine y en los micrófonos, suponiendo que los otros estaban en alguna parte, esperando su personaje brillante. No le alcanzó: eran sólo lentejuelas. Siguió buscando.

Entonces lo encontró a él, que también buscaba la gente, sin ocurrírsele lo de la luz; eso lo puso ella. Cuando se cruzaron -la gente de la espera larga, la del nombre corto, y él-, cuando todo confluyó en un día que cambió la historia, la luz se hizo fuego, la voluntad diamante y el resentimiento se quedó sin re; se transformó en acción. Ahora sí, LaSeñora. Con él, siempre fue una lucha. Calmate Negrita, le decía, porque la nombraba según su pelo de antes y su lugar de siempre. Pero LaSeñora no se calmaba La famosa cachetada no fue la del asunto con la actriz . Fue la que le dio a él. La otra recorrió el país, ésta lo conmovió hasta su centro. LaSeñora era brava, decían en voz baja... No se dejan jirones de la vida sin que la piel se convierta en blindaje. Mejor dicho, sobre la carne viva, la que quedó a la vista, se creó una nueva, más fuerte pero más traslúcida. O sería que de tanta luz, ya no había piel que la ocultara.

De tanto arco tenso, resulta que al final, LaSeñora se quebró desde adentro, devorada por su propia oscuridad. Entonces se convirtió en miles, millones de pedacitos, que de tan chiquitos estaban en todas partes... y eso que la negaban, la prohibían, era la no existencia más poderosa que había, porque se colaba en cualquier casa, de tan poco que era. Así que en realidad, otra vez, ella, que no tenía nombre, que de nuevo era nada, se recreó a sí misma. Pero como el caldo tenía tantas lágrimas, tanta bronca, tanta rabia, cuando volvió, su pequeño nombre llegó a sangre y fuego, con mística de santa y sabor a revancha. Llegó en la gente de antes y en la nueva, que la conoció en historias susurradas y la pintó a escondidas.

Esta vez LaSeñora se quebró desde afuera, y los pedazos eran de luz y de carne y se fundieron con la tierra y el agua. Ahí están todavía. Casi que se apagaron. Casi. No hay que olvidar: LaSeñora tenía voluntad de diamante. Pero ahora enfrenta, quizás, su mayor desafío. Porque LaSeñora está blanqueada. Es causa de debates ordenados, está en el mármol, ella, que le gustaba lo alto pero no solitario. Tan lejana, tan fría. Inalcanzable Porque, ¿cómo encontrar a alguien que no es carne ni sangre, que es sólo un espejismo? ¿Cómo se quiere un monumento? ¿Qué pasión convoca lo oficial, esas alfombras que ella transitaba, sólo porque eran eso, tránsito, cuando su tierra real vibraba y la sostenía desde abajo?

Ah, pero no hay que subestimar a LaSeñora. En verdad, se está reconstruyendo otra vez. De nuevo hecha jirones está buscando piel, y el caldo es tan distinto, hay tanta gente extraña, que ni ella sabe en qué se convertirá. Y como lo que no cambió es eso de sentirse de afuera, esa especie de sueño de luz que la dejó en el andén; y como esto le pasa a media Patria, quizás LaSeñora, la enorme, que se hizo chiquita de tantos pedazos rotos, encuentre -cuándo no, su eterno juego- su nombre real, el pequeño, el de cinco letras El que cabe en la mano de un niño.

 

Beba Salto

bebasalto@hotmail.com

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