Domingo 13 de julio de 2003

Una "leyenda" de locura se escribió en Neuquén

Los "guerreros" se entregaron como nunca y en el club Independiente de Neuquén el regreso de Rata Blanca fue una fiesta de pasión por el heavy metal por parte de público y músicos.

NEUQUEN (AN).- El gimnasio del club Independiente se transformó en una verdadera hoguera. Un infierno de locura juvenil, sudor y lágrimas. Extasis total. Mucho tiempo había pasado, y la espera valió la pena. "La leyenda" se encontraba nuevamente aquí, en carne y hueso, y los cinco "guerreros" se entregaron como nunca. El viernes por la noche Rata Blanca ofreció un recital impecable, vibrante y emotivo de principio a fin. Como en las viejas épocas.

Apenas se alcanzaron a escuchar las primeras estrofas de "Sólo para amarte" y todos perdieron la cabeza, la uniformidad quedó en el olvido. El lugar perdió su tranquilidad habitual y por momentos pareció venirse abajo. Volaron las remeras, las cabelleras largas se prendieron en la locura y los feroces "pogos" en el llano intentaron dejar en claro que "Rata es lo más grande del heavy nacional".

"Angel, ella es un ángel..." grita Adrián Barilari en el estribillo de "Volviendo a casa", y los muchachos de tachas y vestimenta negra luchan con la gente de seguridad por ganar terreno. Walter Giardino acepta el desafío, lanza al público alguna que otra púa y desprende de la viola blanca desenfrenados punteos que enloquecen aún más a las "fieras". La mecha está encendida.

Sobre el ardiente lugar desciende una refrescante "Lluvia púrpura". Barilari corre sobre las tablas, se viste de coreógrafo aprovechando esa voz tan particular y se da tiempo para divertirse con los acordes del líder y guitarrista de la banda. Fernando Scarcella no quiere quedarse atrás, acelera sus manos y los platillos de la batería parecen sufrir con tanta violencia. Escondido detrás de sus pelos, Guillermo Sánchez responde desde el bajo saltando sin parar.

Llega un "solo" en teclados de Hugo Bistolfi y algunos alcanzan a tomar un respiro, pero la aplanadora retorna como nunca con "Caballo salvaje". El mundo para esos miles de jóvenes comienza y termina en las cuerdas vocales de Barilari y en los dedos y los gestos casi orgásmicos de Giardino. El calor se torna insufrible, pero a nadie parece importarle.

Y el vocalista levanta en el aire el trípode que sostiene el micrófono y da una orden: "que este lugar se venga abajo", grita, y los cuerpos toman miles de revoluciones por segundo con "Callejero" y "La canción del guerrero". Giardino le saca lustre a su ego, y el humo que se apodera del gimnasio parece emanar de las cuerdas de esa viola que amenaza con no dar más.

Una muchacha que se encuentra junto a este cronista lanza un par de alaridos y rompe en lágrimas. El corrosivo "Guerrero" suena con furia, y llega uno de los viejos hit de la banda: "siento el calor de toda tu piel en mi cuerpo otra vez, estrella fugaz..." canta la multitud con locura. Giardino pierde los estribos y desprende melodías con los dientes. El cuerpo de Barilari no se queda atrás y manda al diablo la poca armonía que le quedaba.

El final no podía ser otro. El lugar se aclara como nunca en la noche, y el llano deja escapar la poca cordura que queda con "La leyenda del hada y el mago". Ellos se despiden prometiendo volver, la paz retorna al lugar, pero nadie puede contener las lágrimas de aquella muchacha.

Sebastián Busader

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